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Bettino Craxi, nuevo secretario general de los socialistas italianos

Bettino Craxi, 42 años, líder del grupo de diputados del Partido Socialista, fue elegido ayer secretario del partido por voto secreto de los doscientos miembros del Comité Central, reunidos desde el lunes pasado en el superhotel Midas, a las afueras de Roma.

Craxi, que ha hecho su carrera política como funcionario del partido, es considerado como el delfín del viejo líder Pietro Nenni y desde diciembre de 1972 ha sido uno de los cuatro vicesecretarios del partido con Francisco de Martino.

Con esta traumática solución los socialistas han dado prueba de gran responsabilidad democrática. La autocrítica ha sido rápida. El bipolarismo, que se verificó en Italia después del 20 de junio, amenaza con condenar al Partido Socialista irremediablemente.

En general, en las eleciones es un partido el que las gana. En Italia, sin embargo, las han ganado dos (comunistas y democristianos) y ninguno de ellos tiene la mayoría. De aquí se derivan la importancia y el drama socialista que, bailando en la cuerda floja, no sabe si debe gobernar con la Democracia Cristiana o estar en la oposición con el Partido Comunista que pantagruelicamente día a día rebana el espacio político.

Los socialistas se han dado cuenta de que es preciso cambiar métodos y hombres, regenerar el partido desde la base aboliendo las corrientes que, según el mismo secretario dimisionario De Martino, se habían convertido en «grupos de poder», y luchando contra el «fraccionismo disgregador» y contra «el burocratismo».

La revuelta interna vino de la izquierda de Riccardo Lombardi que dimitiendo denunció el falso unanimismo de la dirección.

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Se extendió luego a los mismos acólitos de De Martino, como Enrico Manca, a los coroneles de cuarenta años, y a Antonio Giolitti que atacó también duramente al ya cansado profesor de Derecho Romano.

Alternativa de izquierda

Los socialistas italianos, se han dado cuenta, como ha reiterado Giolitti -quien antes de las elecciones fue a Harvard a hablar de eurocomunismo-, de que han hecho el juego de los comunistas. «Nosotros no decimos con los comunistas siempre -precisó Giolitti-, pero rechazamos el prejuicio con los comunistas, nunca. A partir de esta línea juzgaremos en concreto la situación». Giolitti, en principio, sigue defendiendo la tesis de la «alternativa de izquierda», cosa que le merece las simpatías de Lombardi, pero el dilema del Partido Socialista es que no puede ser un satélite del Partido Comunista ni puede pasar al sector de la derecha, ocupado hoy por la Democracia Cristiana. Para evitar el «compromiso histórico» (socialistas, comunistas y democristianos) o el choque frontal entre democristianos y comunistas, el Partido Socialista tiene que encontrar su espacio en el área de la izquierda, modificando su actual relación de fuerzas con el Partido Comunista, cobrando una colocación autónoma no oscilante entre los dos grandes partidos.Según Giolitti, los comunistas están todavía expuestos a tentaciones peligrosas y a presiones exteriores no resistibles. Los socialistas deberían contar con su propia vocación libertaria para ganar terreno. Pero el partido es también indispensable hoy para la formación de un nuevo Gobierno. Es indispensable, pues, que el partido luche por una alternativa democrática de izquierda.

Entre los socialistas, después de las elecciones, se advierte que los comunistas les resultan un tanto cargantes, cuando no insoportables.

Alguien está convencido de que, si hubieran hecho la campaña electoral con una confrontación leal, pero también vivaz y polémica con el Partido Comunista, no hubieran sido abandonados por muchos electores tradicionales. Otros, sin embargo, achacan el triunfo comunista al acelerado proceso de revisión que el Partido Comunista ha efectuado de 1972 a 1976. Abundan quienes piensan que se ha exagerado en dar por solucionados los problemas de la disponibilidad del Partido Comunista. A las aperturas externas del partido no corresponde siempre una adaptación de las estructuras internas que siguen siendo leninistas. Un orador del Comité Central socialista ha dicho estos días que el eurocomunismo tiene el placet de Breznev pero que no se trata más que de una normalización que comporta de hecho un placet idéntico de los eurocomunistas a la situación húngara, checoslovaca, polaca, etc.

Como coro de fondo a esta crisis regeneradora del partido, los intelectuales y sindicalistas socialistas habían pedido en un documento que el partido retorne a ser el partido de «las luchas sociales y de las libertades civiles» y habían denunciado su «debilidad organizada», su fragilidad y carencia de iniciativa. La prensa ha coincidido en creer que la crisis socialista complicaba la crisis de Gobierno, pero en los ambientes políticos predomina la opinión de que Andreotti podrá formar un gobierno monocolor con la abstención de socialistas y comunistas. En este caso los comunistas demostrarían la comprensión por sus hermanos socialistas y habilidad táctica ante la camaleóntica Democracia Cristiana que les distingue desde que saben que oportunistas o no su electorado aumentó siempre.

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