El “juego cruel” del piragüismo condena a Miquel Travé
El palista catalán de 24 años, quinto en la final del C-1 slalom, pierde la plata en sus primeros Juegos por tocar una puerta
Miquel Travé terminó hablando de Los Ángeles 2028, de lo que quiere hacer dentro de cuatro años. Tan lejos debió irse para tener una luz que seguir, una manija a la que agarrarse después del mal trago que estaba pasando en el canal de Vaires-sur-Marne, a una hora de París. “A Los Ángeles voy a ir con más hambre”, proclamó este joven piragüista de 24 años, que no ocultó el gran chasco que acababa de sufrir en la final del C-1 slalom. Tocó la puerta 14, recibió la correspondiente penalización de dos segundos y eso lo hundió hasta el quinto puesto. Sin ese contacto, hubiera sido medalla de plata.
“Este deporte es cruel, es así. No diría justo ni injusto. Al final, el mejor del mundo puede perder y el peor, ganar. Esta vez me ha tocado a mí bajarme del podio”, asumió este muchacho que no pudo aguantarse las lágrimas y que protagonizó una de esas historias cautivadoras de los Juegos. Y tristes. A la hora de comer, solo lo conocían los muy cafeteros y a la hora de la merienda, detuvo un país. “Que se me escape la medalla por tan pocos centímetros...”, se lamentaba desolado.
Se había clasificado como segundo en las semifinales tras una bajada que lo dejó bastante satisfecho. “Intentaré repetir la manga y mejorar, pero no significa que en la final lo vaya a hacer igual. Puedo ir a mejor o a peor”, advertía a la carrera antes de irse a descansar. Por una vez, no era uno de esos tópicos de deportistas para despejar periodistas. Era la realidad de una disciplina muy puñetera que no atiende al pasado y que castiga con una crudeza máxima cualquier error.
En la semifinal detuvo el crono en 96,69 segundos y en la final, en los 95,92, pero con esos dos segundos extra de castigo (97,92) todo se le fue por el desagüe. La puerta 14 no era, a priori, un lugar especialmente delicado, pero el piragüismo en aguas bravas no entiende de teorías. El día anterior, el obstáculo dos tampoco parecía la mayor amenaza para Maialen Chourraut y no dejó de tropezar con ella hasta conducirla hasta la última posición de la final. Esta vez, para Travé, fue la 14. Un error, un toque y adiós. “Ha perdido un poco la ola que le llevaba de una puerta a la otra y ahí se ha dejado tiempo. Se ha quedado demasiado cruzado. Y en el remonte ha tocado con la mano de arriba”, analizó el director técnico de la federación, Guillermo Diez-Canedo. El oro se lo llevó el francés Nicolas Gestin, intratable en todo momento; la plata, el británico Adam Burgess; y el bronce, Matej Benus.
“Al final, todas son peligrosas, todas tienen dos palos y se tienen que pasar por el medio sin tocar. Hay que estar atento de la primera a la 23. Son muchos palos que gestionar. No se puede controlar todo y escasos centímetros me llevan de la plata al quinto puesto”, contó resignado mientras atronaba La Marsellesa por el triunfador. “Ahora mismo estoy jodido. No es fácil estar tan cerca y que se escape. Pero este es el juego y hemos venido a jugar”, añadió Miquel Travé. Tres días antes, había apuntado que “un resultado bueno sería un diploma”. Un pensamiento de partida que todavía dolió más con el resbalón fatal.
Un escenario favorable
Travé era el nombre que tenían apuntado los expertos en el asunto. Se plantó en París como cuarto del ranking mundial y, además, le beneficiaba una regla olímpica: solo puede participar un representante por país. Dado que entre los 20 primeros de la clasificación solo hay ocho nacionalidades (Eslovenia, Francia, España, Eslovaquia, Italia, República Checa, Gran Bretaña y Alemania) eso significa que muchos de los mejores palistas se quedaron fuera. Una situación propicia para cazar un metal.
En la grada estaban sus padres, su pareja, hermana y sus tíos. Todos detrás de una pancarta a mitad de la bajada que rezaba: “Miquel t’estimem” [Miquel, te queremos]. “Cuando lo vea con un poco de perspectiva, veré que ser quinto en mis primeros Juegos es un buen resultado, pero bueno… Ahora duele. Me quedo insatisfecho”, continuó Travé, que no paraba de lamentarse. En París, eso sí, aún le queda el kayak croos. “Ahí intentaré sacar toda mi rabia y mis fuerzas. Después, terminar la temporada y empezar a preparar Los Ángeles”, insistió sobre la cita de dentro de cuatro años.
Nació al lado de un canal
A este palista, probablemente, no le quedó otra feliz salida en la vida que meterse en una embarcación y sortear remolinos y corrientes. Nació en La Seu d’Urgell (Lleida), donde se ubica el único canal de aguas bravas de España (sede en Barcelona 92), y es hijo de Xavi Travé, que también fue olímpico en esta disciplina y luego entrenador. También tocó el violín ocho años, pero ganaron las canoas. Él empezó en 2008, con su padre en el club Cadí Canoe Kayak de la Seu. No había cumplido los 10 años.
Se quedó fuera de los Juegos de Tokio y aquel episodio se le quedó clavado. No estaba bien, no se encontraba a gusto sobre la embarcación y no sabía por qué. Hasta que un día probó la de un compañero y entendió que el problema estaba en la suya. La arregló y, a partir de ahí, su carrera despegó hacia París.
A diferencia de muchos de sus rivales, que exhiben cuerpos poderosos, altos, grandes armarios de cuatro por cuatro, el físico de Miquel Travé no llama la atención por su contundencia ni exuberancia. De cara redonda y con un pendiente negro en la oreja izquierda, su físico es tirando a recogido. Pero en las aguas bravas, la potencia vale tanto como la técnica para atravesar puertas. A él solo le falló una para subir al podio, la dichosa 14. El “juego cruel” del piragüismo lo condenó en Vaires-sur-Marne. Ahora, hasta Los Ángeles 2028.
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