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Eurocopa
Columna
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Federico Chiesa: hijos que viven mejor que sus padres

El extremo de la Juve celebró su gol contra Austria como su progenitor el que anotó a los checos en la Eurocopa de hace 25 años

Daniel Verdú
Federico Chiesa marca el primer gol de Italia a Austria en los octavos de final de la Eurocopa.
Federico Chiesa marca el primer gol de Italia a Austria en los octavos de final de la Eurocopa.DPA vía Europa Press (Europa Press)

El progreso suele ir por barrios y casi siempre le pasa la cuenta al último que llega. Le dijo la escritora Ana Iris Simón a Pedro Sánchez que sentía envidia de cómo vivían sus padres y la comodidad con la que pudieron proyectar sus sueños de thermomix y adosado. Sucede así en casi todo en el mundo retromaníaco en el que vivimos: el pasado siempre fue más arrebatador. La frontera en la que se descifra esa idea a veces abstracta sobre la economía y la evolución humana, sin embargo, se vuelve más borrosa en el fútbol, un universo que permite a los hijos mirar por encima del hombro a sus padres: por lo que ganan y por el poder que tienen. Pero también, en muchos casos, por cómo aprovecharon sus oportunidades.

Federico Chiesa (23 años), un chico con cara de no haber roto un plato y facciones de fresador de la periferia genovesa, saltó el sábado al campo en el minuto 84, cuando el partido entre Italia y Austria estaba enfilando ya la prórroga. El extremo de la Juventus (cedido por la Fiorentina con obligación de compra) necesitó solo cinco minutos del tiempo añadido para controlar con la cabeza un pase del fabuloso Spinazzola, recortar con la derecha y rematar de volea al palo largo con la izquierda para encarrilar el partido que colocaba a la Nazionale en cuartos de final. Fue el héroe que necesitaba una Italia que empezaba a parecerse demasiado a Italia. “Bisogna avere Fede” [hay que tener fe], tituló La Repubblica jugando con su nombre de pila y con el sufrimiento hasta el último minuto de la tifoseria. Él lo celebró corriendo a la banda, tal y como hizo su padre 25 años y 12 días antes, en un partido de la Eurocopa de Inglaterra contra la República Checa en Anfield. Fue la primera vez que un padre y un hijo marcaban en este campeonato.

Mancini esperó hasta el último momento el sábado para poner a Chiesa mientras los comentaristas de la RAI se impacientaban por verle pisar el césped. Lo mismo que le sucedió a él durante la Eurocopa de 1996 con el padre cuando el actual seleccionador comentaba la retransmisión. “Hay que hacerle entrar ya”, dijo el Mancini del pasado. El gol en Anfield que marcó nada más entrar Enrico Chiesa, genovés curtido en la Florentina, el Parma y la Sampdoria triunfante en la que deslumbraron Mancini y la mitad de su actual equipo técnico (Vialli, Lombardo, Evani o Battara), no sirvió entonces para evitar una derrota y el ridículo en la fase de grupos. Todo el mundo dice ahora que Federico es el bueno.

En esta Eurocopa hemos visto también a Kasper Schmeichel, hijo del mítico portero del Manchester United y uno de los artífices de la histórica liga del Leicester. A nadie le parecerá mejor que su padre bajo los palos de Dinamarca, pero ha tenido una gran carrera. La teoría inversa de Ana Iris Simón puede aplicarse también a otros jugadores como Thiago Alcántara, capaz de mirar a los ojos a su padre, Mazinho, tras pasar por el Barça, el Bayern y el Liverpool. Carles Busquets, portero de pantalón largo y pie de seda del Barça de Cruyff, nunca llegó a disputar una Eurocopa ni un Mundial como sí ha hecho su hijo, el centrocampista del Barça que ha devuelto la personalidad a España cuando una PCR lo permitió. Y es probable que ninguno imaginase que viviría mejor que su progenitor. En todos los sentidos.

El fútbol es uno de las pocas profesiones donde, además, los empleados han prosperado económicamente más que sus predecesores. Si el progreso iba por barrios, solo hacer falta darse una vuelta por el que eligió a su llegada a Milán y donde sigue viviendo Luis Suárez, Balón de Oro en 1960. Casi ninguna de las estrellas de ayer podría permitirse la vida de las de hoy. Y no se trata de la inflación. Este deporte facturó en 2020 el doble que el segundo (fútbol americano) y la mayoría de clubes destina alrededor del 70% de esa montaña de dinero a pagar los sueldos de sus principales empleados: los jugadores. Quizá este apartado del progreso haya sido el problema.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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