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Jorginho, el medio que aprendió a jugar con su madre

El italobrasileño, que recibió las enseñanzas de su progenitora, simboliza el nuevo aire de la ‘Nazionale’ impulsado por su gran final de año en el Chelsea

Jorginho, durante el Italia-Turquia de la primera jornada de la Eurocopa.
Jorginho, durante el Italia-Turquia de la primera jornada de la Eurocopa.Alessandra Tarantino / POOL (EFE)
Lorenzo Calonge

Jorginho se ha presentado en la Eurocopa tan subido a la ola del gran éxito del Chelsea en la Champions que, una vez puesta la camiseta de Italia, sigue pensando en modo blue londinense. “Esta selección se parece al Chelsea, con ganas de demostrar su valor”, aseguró hace dos días. “Barella se parece a Kanté”, añadió comparando al futbolista del Inter con su compañero francés en el centro del campo de Stamford Bridge, con el que ha levantado la orejona estrujando rivales y entrenadores de todo pelaje, lo mismo Simeone, Zidane que Guardiola.

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Ahora son los azzurri los que se quieren subir a la ola de este italobrasileño de 29 años que viene de dominar Europa con ese Chelsea resucitado por Thomas Tuchel. Su primera pisada en esta Eurocopa dejó huella (3-0 a Turquía), puro aire para una Italia que llevaba mucho tiempo oliendo a habitación cerrada. El estreno del pasado viernes en Roma volvió a colocar al conjunto de Roberto Mancini en el centro del escenario, al menos como una opción a considerar. De momento, suma 28 partidos invicto y nueve victorias seguidas, todas ellas sin encajar un tanto. Este miércoles tratará de continuar la racha contra Suiza (21.00, Telecinco).

Con la excepción de los dos viejos caciques de la zaga (Bonucci y Chiellini), Italia desprende un nuevo aroma. No son todos unos pipiolos, pero sí ofrecen algo renovado. En este intento de resurgimiento es protagonista principal Jorginho, que se nacionalizó por la ascendencia italiana de su tatarabuelo paterno, debutó con Antonio Conte en 2016 y no ha sido hasta cerca de la treintena cuando ha adquirido un peso notable en la selección. Al calor del fulgor londinense, más todavía.

Su padre fue portero, pero él es hijo futbolístico de su madre, jugadora amateur en Brasil. “Ella era la talentosa”, ha confesado. Juntos practicaban de pequeño en el jardín, en la playa y en una habitación sin cuadros ni televisión para que nada se pudiera romper. No era simple diversión, sino aprendizaje y corrección. “Yo golpeaba el balón y mi madre me decía: ‘No, contrólalo así’. Era dura cuando cometía errores”, recuerda.

20 euros a la semana

Eso ocurría en su localidad, Imbutiba, un lugar surfero al sur del país, hasta que a los 13 años voló definitivamente del nido y se marchó a una academia a 200 kilómetros. Sin embargo, las cosas no le resultaron muy fáciles. “Comíamos lo mismo tres veces al día y nos duchábamos con agua fría en invierno. Eso me obligó a aprender mucho sobre la vida”, relató en unas declaraciones recogidas por el programa oficial del Chelsea. Dos años después le ofrecieron irse a Italia, a la escuela del Verona, y la experiencia tampoco le resultó todo lo agradable que imaginó.

A los 17 años, llamó a sus padres desde la academia del Verona para decirles que abandonaba y regresaba a Brasil

“Éramos seis en la habitación, aunque los chicos iban cambiando, y nos pagaban 20 euros semanales para nuestros gastos. Nunca olvidaré lo que hacía con ese dinero. Ponía cinco en el móvil para enviar mensajes. Otros seis, para una tarjeta en la que rascaba una contraseña y te daba una hora de llamadas a Brasil. Dos o tres para pequeñas cosas, como champú o desodorante. Y trataba de ahorrar cuatro o cinco para chatear el fin de semana con mis amigos”.

Hasta que, con 17 años, la soledad y la distancia del refugio familiar se le atragantó y llamó a sus padres para decirles que abandonaba, que se volvía con ellos. “No lo hagas, estás muy cerca de realizar tu sueño”, contó que le respondieron. Un momento donde tocó fondo y sirvió de palanca. Poco después ascendió al Hellas Verona, en 2013 lo fichó el Nápoles, allí progresó con Rafa Benítez y Mauricio Sarri, que luego se lo llevó en 2018 al Chelsea por 57 millones.

Esta temporada, a las puertas del invierno, las cosas se le habían vuelto a torcer con Frank Lampard, al que no dudó en soltarle una andanada cuando fue destituido. “Como era una leyenda del club, se saltó algunos pasos para entrenar a un grande. No estaba preparado para un trabajo de ese nivel”, soltó. Por suerte para él, en enero llegó Tuchel y su vida cambió. En alianza con Kanté, armó un medio campo que se desenvolvió como una tuneladora: sometió al Atlético en octavos de la Champions, se comió luego la medular del Madrid y en la final despachó al City.

Ahora, en Italia y huérfano de su colega francés, ha pensado en el joven interista Nicolo Barella, de 24 años, para replicar ese tándem. “Ambos tienen fuerza y corren para todos. Me ayudan mucho recuperando balones. Creo que son dos mediocampistas muy parecidos”, afirmó el pasado domingo. Y todavía falta por volver en esa parcela de una lesión Marco Verratti. No le faltan argumentos a esta Nazionale que arriba amenaza con Immobile e Insigne. La ola de Jorginho no pinta mal.

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