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Relatos de un amateur
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En el calentamiento se vivía mejor

Si la liturgia de un partido de fútbol fuera la vida de una persona podríamos decir que el entrenamiento previo al partido es lo más parecido a la infancia. En ese momento los deportistas ni siquiera tienen nombre ni dorsal

Diego Maradona durante un calentamiento en 1990.
Diego Maradona durante un calentamiento en 1990.Horacio Villalobos (Corbis via Getty Images)

Un día Iván pintó el cielo del mundo de color verde esmeralda. El profesor le había entregado un folio en blanco al igual que al resto de sus compañeros de clase en tercero de primaria. “Dibujar vuestro fin de semana”, les animó. Iván, de 8 años, había estado con su familia en el campo, aunque él había llegado mucho más allá. Iván —a diferencia de su profesor— no era daltónico, sabía perfectamente que el cielo que veía era azul. En cambio, el suyo —el de su propio universo—, no era así ni por asomo. El docente no entendía nada. Le reprendió y le preguntó por qué lo había hecho de ese modo. El niño agachó la mirada sin dar explicaciones. Iván no sabía en ese momento que lo que se esperaba de él ya a sus 8 años era que sus cielos fueran azules. Artistas como Picasso intentaron por todos los medios recuperar la frescura de esos días infantiles en los que no se esperaba nada de él. “Me tomó cuatro años pintar como Rafael, pero me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño”, dijo el pintor malagueño.

Si la liturgia de un partido de fútbol fuera la vida de una persona podríamos decir que el calentamiento es lo más parecido a la infancia. El momento de la charla previa podría ser el embarazo y la salida de los jugadores por la bocana de vestuarios el parto. En ese momento los deportistas ni siquiera tienen nombre ni dorsal. El de megafonía se limita a decir con más o menos gracia: “Ya saltan los futbolistas al terreno de juego”. Es increíble cómo seguimos llamando juego a una cosa tan seria como un partido de fútbol. Una vez el balón empieza a rodar la expectativa de una victoria arrasa con cualquier intención de divertimento. Incluso los que se vanaglorian de que lo importante es jugar bonito se enfadan y destituyen entrenadores cuando efectivamente lo hacen, pero pierden.

Diego Maradona durante un entrenamiento en 1992.
Diego Maradona durante un entrenamiento en 1992.Chris Cole (Getty Images)

De todas las profesiones del mundo, si tuviera que elegir una, sería la de futbolista de calentamientos. Las cosas suelen ser siempre más bonitas antes de que se pongan serias. Llevado al periodismo, hacer un reportaje es algo muy bonito, claro que sí. Aunque lo que es bonito en realidad es hacer un buen reportaje. Hacer uno malo no tiene ninguna gracia. Sería espectacular que en esta profesión existiera al menos una vez a la semana un momento previo, como en el fútbol y los deportes en general, donde pudiéramos simplemente jugar o calentar para ser periodistas e imaginar historias con la frescura de quien pinta un cielo verde.

Por eso no entiendo cómo los estadios están vacíos durante el calentamiento de los jugadores. Cuando éramos alevines, a varios compañeros de equipo nos gustaba ir siempre una hora antes del partido al campo del Alcorcón para ver a los jugadores corretear sobre el césped. Era en ese momento —cuando menos se esperaba de ellos— cuando parecían más humanos, más libres, más dichosos. Inventaban gambetas, disparos imposibles o paradas a bocajarro. Todavía sonreían. Porque el error todavía era eso, un error, y no pasaba de ahí. Cuando el árbitro pitara el inicio del encuentro entonces aquello ya no serían errores sino fracasos, ya no sería un partido de fútbol sino una victoria o una derrota.

Nadie como Maradona, que lo practicaba con los botines desabrochados, entendió mejor el calentamiento. Es hipnótico revisar su inolvidable vídeo antes de una vuelta de semifinales de la copa de la UEFA frente al Bayern de Múnich en 1989. Si hubiera que explicarle a un extraterrestre qué es el fútbol habría que ponerle en bucle esos cuatro minutos en los que la pelotita pasa de un hombro a otro como si estuviera teledirigida, se posa en sus rizos o queda amortiguada en su empeine igual que un gato viene a dormir sobre tu pecho. Sus compañeros e incluso los aficionados que se ven al fondo le observan con una extrañeza que sorprende, a medio camino entre la estupefacción y la media sonrisa. Tal vez pensando, igual que el profesor: “Pero, ¿de qué color está pintando el cielo este tío?”. Es una pena, de verdad, que alguien inventara los partidos.

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