Un Alcaraz con pies de plomo
El número uno, citado en la tercera ronda con Shapovalov, protege con celo su físico e intenta dosificar la explosividad para evitar riesgos en la larga distancia de París
Habla Carlos Alcaraz de la siesta, de esa costumbre que él practica de manera religiosa, innegociable antes de los partidos. Media hora de reconfortante sueño, no más. “Es muy importante hacerla y caracteriza prácticamente a todos los españoles. A mí me ayuda mucho para estar descansado y para tener luego energía durante el partido”, cuenta el número uno, satisfecho tras resolver un incómodo encuentro con el japonés Taro Daniel, resuelto por la vía funcionarial, con eficiencia y cabeza fría (6-1, 3-6, 6-1 y 6-2, en 2h 26m) después de un despiste que le ha costado un set, mancha sin excesiva trascendencia en dirección al choque de la tercera ronda con el canadiense Denis Shapovalov.
“Juanjo…”, prosigue el joven mandamás del circuito –refiriéndose a su fisio, Juanjo Moreno, su sombra– “está siempre muy encima de mí, de que descanse y de que después de las comidas me tome esos 30 minutos para estar preparado para lo que viene”. Habla Alcaraz de cuidarse de uno mismo porque el chiquillo queda atrás y ya es todo un atleta de élite, una referencia además, y cada maniobra puede afectar de manera decisiva al rendimiento. Cuerpo y mente a punto, indispensables, y máxima prevención para evitar contratiempos indeseados, que en su caso han tenido forma de lesiones. A sus 20 años, colecciona más de las previsibles –tres musculares en solo cuatro meses, de noviembre a marzo– y estos días en París no le permiten bajar la guardia un solo segundo, amenazantes dados los precedentes.
Cerró el curso anterior con sobresalto (abdominal) y emprendió el nuevo (pierna) del mismo modo, así que toda cautela es poca y desde su entorno se afanan por hacerle entender que al trabajo físico y preventivo diarios debe añadirle la cordura en la pista, por mucho que su genética felina le pida ir a por todas las bolas y retorcerse como si fuera de goma. Él lo acepta, pero el instinto le engaña. Hasta ahora, Alcaraz solo concebía su deporte pisando el acelerador, pero para prolongarse en la cima y seguir cosechando títulos y récords deberá preservar su físico; en consecuencia, todo autocontrol es poco.
Es él contra él, Carlitos contra el espíritu devorador del tenista que le pide todo el rato apretar e ir hacia adelante sin frenos. De ahí que, por ejemplo, el día anterior al cruce con Daniel renunciara a la hora y media de ensayo en la pista y se ejercitara directamente en el hotel, en una maniobra que no es nueva y que cobra peso en su estrategia. Durante el paso por Madrid, por ejemplo, ya prescindió de algún entreno sobre el terreno con el objetivo de hacer un trabajo más específico y de no forzar, aspecto por el que velan meticulosamente los que le rodean.
“No copio, soy Alcaraz al 100%”
“A finales del año pasado viví momentos complicados. No pude jugar la Copa de Maestros, ni las Finales de la Davis ni en Australia. Necesité cuatro o cinco semanas para recuperarme y fue difícil”, recordó a su llegada a París. “El tema mental, cansarme de ganar o de viajar, de jugar al tenis, no me preocupa porque sé que no va a pasar; lo que me preocupan de cara al futuro son las lesiones. Hay que cuidarse físicamente al máximo y eso es lo que vamos a hacer todos los días mi equipo y yo; vamos a estar cien por cien concentrados en estar bien”, admitía tres semanas antes, tras coronarse por segunda vez en la Caja Mágica.
El pasado lunes, abundaba en la voluntad su preparador, Juan Carlos Ferrero. “Todo lo que le pasó después [de ganar el US Open] le ha ayudado a madurar más de lo que lo hubiera hecho en circunstancias normales. Le ha hecho pensar que no todo es superbonito y que le pueden pasar cosas malas, y eso le ha hecho mejor jugador”, ponía de relieve el técnico, firme partidario de respetar la esencia de su jugador porque, de lo contrario, seguramente incurriría en un grave error; sin embargo, le reclama un punto más de mesura y de interpretación, de no caer en esfuerzos gratuitos o innecesarios; que sepa gestionar los momentos y manejar las circunstancias del partido para acertar en la inversión.
En febrero, lo explicaba desde Río de Janeiro el orfebre del propio Ferrero, Antonio Martínes Cascales. “No mide, está en su ADN”, exponía tajante; “esto es positivo y él es así, pero a la vez tiene un componente negativo. Poco a poco irá aprendiendo a medir, pero no debe perder su esencia”.
“Sé cómo jugar y cómo estar fuera de la pista, y si vienen problemas, solucionarlos”, valora antes de retirarse con su séquito a sus aposentos de París, cerca de la Torre Eiffel. Crece sin parar Alcaraz y se modera para evitar la desgracia, aunque no logra reprimirse del todo. “Me gusta hacer ese tipo de puntos, no lo voy a negar. Me gusta intentarlo”, reconoce tras firmar un soberbio globo con un willy (por debajo de las piernas, de espaldas a la red). Virguero y viral, antepone ser genuino, única y exclusivamente Carlos: “Dicen que tengo golpes de Nadal, Federer y Djokovic, porque la gente está acostumbrada a verlos a ellos. Pero yo no me defino, no he buscado ser como nadie. Me gusta pensar que soy yo al 100%, y no la copia de golpes de ningún otro jugador”.
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