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Bajo una gran nevada, los ciclistas obligan a suspender la primera etapa de O Gran Camiño

Jonas Vingegaard y el resto del pelotón se detienen en la ascensión al alto de Montán, a 20 kilómetros de la meta, cuyo descenso se hacía imposible con las manos heladas

Los Jumbo tiran del pelotón bajo la nevada.
Los Jumbo tiran del pelotón bajo la nevada.Luis Angel Gomez / SprintCyclingAgency©2023 (SprintCyclingAgency©2023)
Carlos Arribas

Bajo la nevada, casi, Jonas Vingegaard sube hasta la boca, protegiendo la barbilla sensible, la braga de colores que le protege el cuello, se ajusta las gafas de sol y pedalea. Lleva la mano enguantada al manillar y pone en marcha el ordenador de su bicicleta. Comienza la temporada, el camino hacia el Tour del último ganador en París, un danés de 26 años que, sobre todo, pide calma, y no quiere agobiarse. Es el antiPogacar, el ciclista tranquilo. “Será una carrera dura. Y fría. A ver cómo nos va”, dice, antes de partir, el danés, erizados sobre sus labios los pelillos de un mínimo bigote, que ha elegido O Gran Camiño para empezar la temporada porque le vendrán bien su dureza y su contrarreloj para llegar pleno a la París-Niza, en 10 días, donde le espera Tadej Pogacar, su segundo en el Tour, el esloveno que se exhibe allá por donde va. “Me encantaría exhibirme aquí, pero si no lo consigo no me voy a estresar. Sé de lo que soy capaz cuando estoy bien”.

Cero grados en Lugo, en su muralla romana. No mucho más calor cinco horas más tarde, y nieve que cae en copos espesos en el último puerto, el alto de Montán, a 750 metros, y una máquina quitanieves abriendo paso al pelotón, y las cámaras de televisión se recrean jugando con sus juegos en el aire que tapan al pelotón, y ponen a prueba la calidad de las propiedades térmicas de los chubasqueros ciclísticos, la habilidad de los directores y mecánicos que desde los coches ayudan a los corredores a cambiarse los guantes empapados, y la paciencia de quienes los visten, que no es mucha. Nieve congelada en los cristales de las gafas. Cegatos. Todos hablan cuando comienza el descenso. Los hermanos Herrada, Jesús y José, del Cofidis, lideran al grupo. El pelotón se para. “No podemos seguir así”, le explica Vingegaard a la presidenta del jurado, la francesa Catherine Gastou. En su primer día de carrera, el danés se convierte en el portavoz de todos, y antes estuvo combativo en la carrera, y en la primera meta volante ha esprintado y tomado 3s de bonificación. El esfuerzo es simbólico. Anulada la etapa ningún tiempo es válido, solo contarán los puntos de la montaña (maillot azul para Francesco Gavazzi) y los de las metas volantes (Vingegaard, maillot verde), y las bonificaciones, que se computarán en la segunda etapa. El viernes, desde Tui, inicio del Camiño de Pontevedra hasta el monte Trega, todos comienzan de cero, salvo Vingegaard, que lo hará con -3 segundos, los de la bonificación.

Detenido en la carretera, largas mangas amarillas, negras perneras, Vingegaard habla con la presidenta, que le escucha desde su coche. “Con la manos heladas no tenemos sensibilidad para manejar los frenos. Es mejor parar”. Minutos después, los comisarios lo anuncian. La etapa se suspende. 168 kilómetros recorridos, 20 por recorrer. Muchos ciclistas, Vingegaard entre ellos, se suben a sus coches de equipo. Otros continúan pedaleando hasta la meta. Súbitamente, el sol vuelve a salir. Deja de nevar. “Ha sido una decisión colectiva del pelotón”, dice Frans Maassen, el director del Jumbo, el equipo de Vingegaard. “Todos nuestros ciclistas estaban de acuerdo”. El director, Kiko Martínez, los entiende, y lamenta la labilidad del tiempo, un minuto, sol, e iluminados bordean O cabo do Mundo, el gran meandro del Miño en la Ribeira Sacra; al minuto siguiente, agua, luego nieve. “Podríamos haber habilitado un atajo para evitar el monte, pero cinco minutos antes brillaba el sol, y no pensamos que sería necesario”, dice.

El temporal avanza y se detiene en Sarria, donde la meta, y cuando llegan los ciclistas en coche para subirse a los autobuses, calefacciones a tope, duchas de agua caliente, arrecia. “No se podía seguir”, dice Xabier Muriel, director del Movistar, y enseña unas fotos que tomó en el monte, la carretera blanca por la nevada. “Aparte, no podían ver. Si se ponían las gafas, se helaban los cristales, una capa de hielo. Si se las quitaban, se les helaban los ojos”. Azotados por el frío, los ciclistas son chavalillos desvalidos, tan flaquitos, ni un gramo de grasa en invierno cubriendo sus músculos ya afinados, tan poca cosa de repente, que despiertan compasión, y algunos acaban en ambulancias, temblequeando por la hipotermia, cubiertos con mantas metálicas que brillan como el sol.

Los gallegos en las aceras de Sarria, dan patadas en la acera, heladitos, para entrar en calor y les dicen a los forasteros, no os penséis que esto es normal, ¿eh?, y, soplándose en las manos, entran en la pulpería de la línea de llegada, una ración y un Ribeiro, donde comparten mesas con los comisarios de carrera, reunidos en el único sitio plenamente acogedor. Al menos han podido ver una vez, en su primer paso por meta, al pelotón de los deportistas desafiando al frío y al mal humor. Una fuga con Gianni Moscon al frente. El pelotón lanzado a por ellos a menos de un minuto.

Comienza o Gran Camiño.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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