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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Gure Txetxu’, nuestro Txetxu

Rojo se alimentaba de los ánimos de la grada de San Mamés, esa que tanto ayuda, esa que tanto exige, y nunca le vimos esconder un mal partido con una carrera innecesaria

Txetxu Rojo
Txetxu Rojo en San Mamés.
Andoni Zubizarreta

El inicio de la Navidad nos trajo noticias tristes a los seguidores del Athletic. Se nos fue Txetxu Rojo, un extremo izquierdo, un 11 de los de antes que sería crack en estos tiempos de sistemas móviles y dinámicos por su comprensión del juego, por su polivalencia, empezó y acabó su carrera como un 10, estos tiempos en los que la profesión de futbolista incluye, alguno todavía no se ha enterado, el descanso y la alimentación, asuntos ambos en los que Txetxu fue discreto pionero.

Los datos nos hablan del jugador de campo que más veces ha vestido la camiseta del Athletic y el segundo, tras Iribar, en el global de todas las posiciones. Iribar y Rojo, dos One Club Men, dos formas de explicar lo que es el Athletic, desde el 1 al 11, cuando la camiseta era propiedad del club, de su historia y de la responsabilidad del legado.

Nos contaba Joseba Betzuen, también jugador del Athletic, su amigo y confidente, que Txetxu se alimentaba de los ánimos de la grada de San Mamés, esa que tanto ayuda, esa que tanto exige. Tanto exige que, como diría Iribar, también sabe silbar a los suyos y a tope, porque ha visto mucho y muy bueno y porque te da su confianza a cambio de tu total entrega. Y ahí es donde el punto de vista de Txetxu y el de algunos seguidores solía discrepar. Nunca vimos a Txetxu esconder un mal partido con una carrera innecesaria, con ir a buscar un balón imposible y chocar contra la publicidad tras deslizarse en su San Mamés mojado.

Nunca se escondió en el formato más simple del fútbol y siempre buscó sus soluciones en el juego, en el fútbol, en la parte más difícil y esa que solo los privilegiados saben ver. Y nunca rehuyó una mirada directa, para algunos insolente, para muchos valiente, a esa grada que le pitaba, en la que en la corta distancia desde la línea de banda hasta el seguidor podía no solo oír, sino también ver las caras de los que le mostraban su descontento. Y lejos de que eso le sacase del partido, esa era también la energía de la que se surtía en los siguientes minutos de juego, tantas veces milagrosos, tantas veces mágicos, tan mágicos que volvía a nutrir la leyenda de que solo jugaba cuando quería o cuando le silbaban o las dos cosas a la vez para así poder salir y subir las escaleras hasta el vestuario con la sonrisa de la misión cumplida o de las misiones. Una, la de ganar; otra la de haber transformado los silbidos en aplausos, las protestas en elogios, la derrota en triunfo.

Porque no solo de la energía de los aplausos vive el jugador, sino también de la que producen las manifestaciones menos agradables y que hay que revertir cuando uno tiene en su alma el deseo de jugar siempre en tu club, en ese en el que según Rojo no solo se gana cuando se levantan Copas.

En tiempos en los que al business del fútbol le importa poco, o nada, el seguidor y menos el que va al campo en comparación con eso que pasa en las redes sociales y en el metaverso, yo levanto mi copa y brindo por aquellos que como Txetxu han hecho del césped de un estadio su jardín, su generador de ilusiones, desde el atrevimiento, desde su capacidad de retar a lo obvio, a lo simple, a vulgar.

Goian bego y que la tierra te sea leve Txetxu.

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