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Relatos de una amateur
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Anular la mufa

Las cábalas nos dan confort mental. Solo existe un problema: su efecto se desgasta con las derrotas

Argentina Mundial
Aficionados de Argentina durante el partido ante Arabia Saudí en la primera jornada del Mundial.SOPA Images (SOPA Images/LightRocket via Gett)

Se encendió un cigarrillo con un mechero que le habían regalado en un túnel de lavado del coche. Lo hizo justo cuando cruzaron la esquina sur del estadio, poco antes de entrar al partido. Durante mucho tiempo repitió exactamente el mismo ritual. Al tomar la esquina, sacaba el mechero y prendía el cigarro. Habían ganado holgadamente aquel encuentro en el que se inauguró el ritual, así que ya no había forma de escapar de su hechizo. Mi amigo del mechero había intentado todos los rituales habituales de los supersticiosos decidido a romper el ciclo de martirio del equipo: ropa de la suerte, tocar el suelo del estadio al entrar, establecer una ruta determinada para ir al campo; pero sólo le funcionó el mechero del túnel de lavado. La verdad, fue una verdadera pena que dejase de fumar tres años más tarde.

Las explicaciones milagrosas e irracionales siempre han estado presentes en el fútbol. No existe nada tangible a lo que podamos llamar suerte, así que transferimos lo intangible a un objeto o a un ritual; cualquier cosa que nos haga creer que de nuestra determinación también nacen los buenos resultados del equipo. Porque, ¿cómo vamos a asumir que en algo que nos importa tantísimo no podemos tener ninguna injerencia? ¿Cómo vamos a asumir que nuestro equipo o nuestra selección no depende, en parte, de nosotros? Impensable.

En Argentina están estos días de Mundial en plena O.A.M: Operación Anti Mufa. Para la RAE, mufa es un sustantivo femenino utilizado para designar el moho o una mancha de humedad y, de forma coloquial, el enfado o mal humor por algo que molesta. Pero la acepción oral más utilizada se refiere a hábitos o personas que dan mala suerte. Así que lo imprescindible estas semanas es anular la mufa y si eso conlleva que una determinada persona (pongamos esa persona que entró en el salón justo cuando marcó Arabia Saudí) se quede en la cocina el resto de partidos, pues evidentemente así será. En miles de casas con argentinos (vamos, en cualquier parte del mundo) se está repitiendo un mismo esquema y dinámica: todos sentados en exactamente la misma posición que durante la victoria frente a México. Y si la indumentaria —sin lavado posterior— es la misma, mejor que mejor.

Normalmente vemos al supersticioso convencido como alguien que no está en su sano juicio. Pero cierto nivel de creencia en lo sobrenatural, a menudo una creencia sutil, parece inevitable incluso entre los más escépticos.

Casi todos tenemos algún tipo de tic supersticioso, aunque sea en un plano inconsciente: cruzar los dedos, tocar madera, evitar que caiga sal encima de la mesa, llevar la sorpresa del roscón de Reyes en la cartera, etc. En el fútbol, sin embargo, las ansiedades parecen más atractivas y el alcance de nuestras creencias irracionales más profundo.

Durante su paso como entrenador del Estudiantes de La Plata, Carlos Bilardo invirtió la carga supersticiosa de un aficionado del equipo —el legendario Kiricocho— al que se le creía gafe: le puso a recibir a los equipos rivales en el estadio, con una palmadita en la espalda a cada jugador visitante. La medida tuvo bastante eficacia. Así que, desde entonces, la expresión Kiricocho se utiliza para desearle mala suerte a un rival y el kiricochismo planea siempre en penaltis, como la Santa Compaña.

Cuando falta un autor visible en una derrota resulta sencillo invocar a uno invisible: el karma, el destino, la suerte, la mufa, el kiricocho, la colocación de los planetas, el mercurio retrógrado, la camiseta nueva que llevaba tu tío Paco durante el partido, el señor que entró el estadio justo durante el gol, lo que sea. Las cábalas nos dan confort mental, una explicación a lo inexplicable. Sólo existe un problema con ellas: su efecto dorado se desgasta con las derrotas, que antes o después siempre terminan llegando.

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