Ledecky se convierte en la primera nadadora en ganar cinco mundiales seguidos
La estrella más consistente de la historia del equipo de Estados Unidos, hombre o mujer, conquista la final de 800 libre con la quinta mejor marca de siempre
La pertinaz imagen de la neoyorkina Anita Álvarez hundiéndose desmayada daba vueltas al mundo y remitía inexorablemente a una idea ilusoria de zozobra del equipo del Star Spangled Banner cuando Katie Ledecky se arrojó a la piscina de los Mundiales de Budapest como si en cada brazada se propusiera reflotar a la armada de Estados Unidos. A los portaviones, a los cruceros y a los destructores. Que para eso es Ledecky, símbolo internacional de fiabilidad y poderío reflejado en cifras inéditas en la historia de la natación. Al cabo de su crucero arrasador de 16 largos por la final de 800 metros ganó su 19ª título mundial considerando todas las disciplinas y se convirtió en la primera persona —hombre o mujer— que logra colgarse cinco oros consecutivos en una misma prueba.
El 800 libre fue suyo sin ningún tipo de contestación. Como siempre, desde que irrumpió con 15 años y 15 kilos menos en los Juegos de Londres, la muchacha nacida y criada en un barrio acomodado de Washington hizo de la distancia mucho más que un estándar de la resistencia. Lo convirtió en un test de velocidad sostenida. En Budapest, Ledecky se consagró como la mayor fondista de todos los tiempos en una carrera que la descubrió en una situación que a ella le parece familiar: sola a 20 metros, por lo menos, de su perseguidora más próxima. “Yo solo me concentro en mi calle”, dijo, cuando alguien le preguntó cómo hacía para estimularse cuando nadie la hostigaba y se veía aislada en su apabullante superioridad para deslizarse como si su cuerpo estuviera compuesto de madera balsa.
Ledecky tocó la última placa en 8 minutos y 8,04 segundos. La australiana Kia Melverton lo hizo 14 segundos después y la italiana Simona Quadarella 15 segundos más tarde. El registro de la campeona fue la quinta mejor marca de la historia. Lejos del récord 8m 04,79s de los Juegos de 2016, pero un segundo más rápido que en los Juegos del año pasado. Desde 2018 no bajaba de 8 minutos 9 segundos. “Sí, estoy contenta con el tiempo”, dijo. “Pensé que podría estar en ocho minutos y seis o siete segundos, pero ocho minutos y ocho segundos clavados son una buena marca”.
Nueve de los 32 hombres que se clasificaron para nadar el 800 en estos Mundiales nadaron las series matinales con peores tiempos que el 8,8 de Ledecky en la final. Precisamente, es en el contraste cotidiano con la potencia media superior de los hombres lo que ahora la mantiene ilusionada. Desde que hace un año se instaló con el equipo de fondistas olímpicos de la Universidad de Florida en Jacksonville, su preparación —sobre todo en el aspecto psíquico— ha cambiado sustancialmente. “Entrenar con hombres como Boby Fink o Kieren Smith, medallistas en Tokio, ha supuesto un cambio para mí”, señaló. “He intentado seguirles el ritmo todo lo que he podido. Me han apretado mucho y espero que a ellos les haya servido mi presencia. He trabajado mucho en mi brazada y en mi ritmo y esto es solo el comienzo de un nuevo ciclo en mi carrera”.
”Aquí estamos, diez años después”
Ledecky se ha propuesto llegar como un tiro a los Juegos de París, en 2024. Era una adolescente tirillas cuando en 2012 alcanzó su primer título grande en el 800. La Anfítrite que emergió de la piscina del Danubio lucía caderas angulosas y espalda de buey. Fingió que no le daba demasiada importancia a una hazaña que interiormente se había propuesto obsesivamente. Siete oros olímpicos y 19 oros mundiales absolutos más tarde se presentó en la galería que conduce al vestuario con su habitual rostro inexpresivo.
Apenas dibujó una sonrisa cuando le mencionaron la dimensión estadística de su trayectoria. “Ha sido año tras año de trabajo duro”, dijo. “Ganar los 800 en los Juegos de 2012 fue una maravilla, y aquí estamos, diez años después. Me siento muy orgullosa de eso. Y me entusiasma el futuro”.
El futuro de las nadadoras de más de 25 años suele ser incierto. Sin embargo, hay indicios de prosperidad en el universo inaccesible de Ledecky. Si se parcelan los 100 metros finales que cerraron los 800 de los Mundiales de 2015, la americana registró 30,56s en el penúltimo largo y 30,70s en el último. Hasta ahora fue su mejor remate mundialista. En Budapest su aceleración mejoró: nadó en 31,00s entre el paso por el 700 y el 750, y voló en 30,68s en el último largo.
Agotada por el esfuerzo, se aferró a la corchera y apretó los dientes cuando verificó la marca de 8,8. Como si lamentara no haber empujado un poco más en los primeros 500. Debajo de la cara de mármol recién sacado de la cantera bullía una ambición inagotable. La clase de fuerza que, despedido Caeleb Dressel, tira de la armada de Estados Unidos.
Paseo militar de Kristof Milak por el 100 mariposa
Hay virtuosos que sufren los efectos de la presión psicológica. Sea de origen exógeno o endógeno, social o íntimamente personal. Acaban atormentándose en el caldero de su propio perfeccionismo y a veces se baten en retirada dándose por vencidos antes de la batalla, como Caeleb Dressel, que abandonó los Mundiales de natación de Budapest a pesar de haber registrado la mejor marca del año en 100 mariposa: 50,01 segundos. El que no se retiró fue Kristof Milak, el héroe nacional húngaro, que actuaba en casa y lo hacía en las antípodas emocionales de su gran rival. Absolutamente seguro de sí mismo, no necesitó acreditar los mejores tiempos de la temporada para sentir que el oro le pertenecía, con o sin Dressel, porque nadaba en casa. Así fue.
Milak nadó sin presión la carrera que todo el mundo había señalado como el gran evento de los campeonatos. El duelo con Dressel que nunca se produjo, debido a la misteriosa baja “por razones médicas” del americano.
Milak se llevó el oro de paseo. Lo consiguió en 50,14 segundos. Lejos de las diez mejores marcas de la historia. Lejos de sus posibilidades, pero suficiente para recibir una serie de atronadoras ovaciones de su público, inyectado de fervor nacionalista como corresponde a un espectáculo promocionado por el primer ministro de Hungría, el populista Viktor Orbán.
“No se me pasó por la cabeza batir el récord del mundo”, dijo, orgulloso Milak. “Después de batir el récord mundial de 200 mariposa hace dos días y con unos Europeos por delante, tengo que descansar. Yo no soy un robot”.A diferencia de Dressel, que tiene 25 y cuenta los veranos que ya no volverán, Milak a sus 22 mira el porvenir con soberbia. Como si Fukuoka y París le pertenecieran. Budapest se le rindió sin ofrecer resistencia.
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