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Kevon Looney, el pívot de los Warriors que estudió a Rodman, a una victoria del anillo de la NBA

El pívot de Golden State ofrece rebote y equilibrio al equipo de Stephen Curry, que domina a Boston en la final por 3-2

Kevon Looney
Kevon Looney defiende la canasta de los Warriors durante la victoria ante Boston en el cuarto partido.ELSA (AFP)

Tanto su rostro como su baloncesto engañan. El primero negaría, a la vista de cualquiera, que tenga solo 26 años. El segundo negaría, por la inteligencia mostrada, exactamente lo mismo. Aunque quizás esa doble vía tenga con Kevon Looney (Milwaukee, 1996) una buena explicación: ha podido vivir varias carreras en una sola, hasta el punto de darle tiempo a perderse y encontrarse varias veces por el camino.

“Creo que está muy infravalorado por todo el mundo”, afirmaba Steve Kerr, técnico de los Warriors, hace solo unas semanas, denunciando la falta de foco sobre su pívot, clave en el éxito de Golden State. “Es el profesional definitivo, nos aporta una enorme estabilidad”, insistía un Kerr que suele ser clínico con lo que dice y con cómo lo dice. En la serie final promedia 7,6 rebotes y seis puntos.

Ante la percepción pública, Looney es solo un secundario en los Warriors. Pero tras el telón hay mucho más. No es únicamente “uno de los tipos más respetados del vestuario”, según han reiterado diversos compañeros en múltiples ocasiones, sino que ejerce como pieza de equilibrio dentro de un equipo que, viviendo agarrado al vértigo y al impulso creativo de su pieza nuclear (Stephen Curry), requiere puntos de seguridad para que ese brillo sea letal. Al igual que ningún rascacielos se alzaría tan alto sin unos buenos cimientos.

Looney es versatilidad defensiva –capaz de contener a cualquier asignación rival, dentro o fuera–, solidez en el trabajo oscuro de ataque –eficiente en el pase y excepcional poniendo bloqueos que liberan a sus tiradores– y salvavidas en el rebote. Es en este último apartado, de hecho, donde más ha impresionado esta temporada. Su trabajo con el preparador serbio Dejan Milojevic, aterrizado en la franquicia el pasado verano y con pasado en España (concretamente en Valencia) durante su etapa como jugador, ha incrementado notablemente su rendimiento bajo tableros.

Milojevic trasladó a Looney una vieja técnica que usaba Dennis Rodman, uno de los mejores reboteadores de la historia, que consistía en estudiar cientos de trayectorias de lanzamientos para, de ese modo, anticiparse al lugar donde podía ir el balón. Tanto en lanzamientos cercanos como lejanos, con poco o mucho arco y dependiendo de sus ángulos. “Hay mucha gente que piensa que el rebote es solo cuestión de deseo”, explicaba el propio Milojevic al periodista Marcus Thompson. “Pero con eso no es suficiente”. El rebote, a niveles de élite, es también una ciencia.

En realidad, Looney no parecía diseñado para todo esto, para nivelar grandes estructuras o servir de contrapunto al talento diferencial. Durante un tiempo lo esperado, de hecho, fue que él ejerciera como esa pieza resolutiva. Con 16 años, sin ir más lejos, a su Milwaukee natal llegaban, semana tras semana, decenas de ojeadores a comprobar si aquella narrativa popular era cierta, si allí se encontraba el próximo Kevin Durant. Rebasando los dos metros, tenía insultante facilidad para cualquier apartado del juego, especialmente el creativo. Y se movía como un felino, lo que agigantaba la puesta en escena de un monstruo aposicional, perfecto para el baloncesto de nueva era. Looney desprendía aroma futurista.

A aquel chico, de brillante perfil académico, le ofrecieron una beca Harvard y Yale. Pero también unos cuantos programas de baloncesto de máxima relevancia nacional, como Duke, Florida o Michigan State. Pero quien obtendría finalmente la perla sería UCLA (Universidad de California, Los Angeles).

Allí todo comenzaría a cambiar. Durante un entrenamiento, en el verano de 2014, con algunos de los que serían sus nuevos compañeros, Looney recibió un doloroso golpe en la cadera, tras caerle encima Isaac Hamilton. Estuvo varias semanas sin poder correr, incluso con dificultades para caminar. Su elevado umbral de dolor y el deseo de competir le hicieron no ser baja, pero desde entonces no iba a ser el mismo.

Su desplazamiento lateral se redujo a cenizas, limitando también los cambios de dirección y haciendo, en definitiva, que aquel prodigio sin posición pasase a ser algo mucho más ordinario. Así cuando su nombre se hizo esperar en la noche del draft de 2015 (fue elegido en la trigésima posición, en buena medida por las dudas existentes sobre su físico), el semblante serio que tenía solo fue suavizado por las sabias palabras de su madre, Victoria, allí presente junto a él. “Hijo, no necesitas que todo el mundo crea en ti, basta que una sola persona lo haga para que le demuestres lo que vales”, le apuntó.

Looney había pasado, en no demasiado tiempo, de ser uno de los talentos más prometedores del mundo a ser simplemente uno más. Pero su caída ni siquiera había tocado suelo. A mediados de aquel verano (2015) fue operado en la cadera derecha, la que tanto le había molestado desde un año antes. Y al poco de regresar, cuando empezaba a ejercitarse, otro nuevo contratiempo le obligaría a pasar de nuevo por el quirófano, donde sería intervenido de la misma dolencia en la otra cadera.

Los médicos le explicaron que sufría anomalías estructurales que generaban problemas en las caderas, algo muy difícil de entender para un chico que, con 20 años, había visto su sueño esfumarse demasiado rápido. Al final, había cambiado sus aspiraciones de gloria por unas prótesis que le complicaban incluso su vida diaria. Algo tan simple como salir de un vehículo para Looney suponía una pesadilla.

Un compañero veterano, Andre Iguodala, acudió al rescate. Le ayudó a cambiar su alimentación y a cuidar al extremo su preparación física, aprendiendo a convivir con unas dolencias que, ya crónicas, habían limitado sus facultades físicas y alterado su perfil como jugador. El cerebro, sin embargo, seguía ahí. Igual de clarividente. Y desde ahí construyó su resurgimiento.

La mejor temporada en la carrera de Looney ha tocado cumbre estos playoffs, donde ha dejado actuaciones determinantes ante Grizzlies o Mavericks, consagrándose como pieza esencial, casi de culto, en un equipo excepcional ya a un solo triunfo del título (el sexto partido contra Boston en una serie que domina Golden State 3-2, a las 3.00 del viernes 17, en el Garden). Aun así, su verdadero valor, el que más y mejor le define, permanece oculto casi siempre detrás de lo numérico, observándose únicamente a través de cómo mejora el resto cuando él está a su lado. De forma automática, casi por inercia.

Y es en realidad esa, hablando de un deporte colectivo, la virtud ideal.

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