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TENIS | ROLAND GARROS
Columna
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No maten ya a Rafael

Estas últimas semanas me ha sorprendido la rapidez con que ciertos periodistas especializados han dado por acabado y claramente reemplazado a mi sobrino. Siempre se puede contar con él

Rafa Nadal
Nadal celebra la victoria contra Djokovic, el martes en la pista Chatrier, en París.MOHAMMED BADRA (EFE)
Toni Nadal

El partido de cuartos de final del presente Roland Garros brindó a los aficionados al tenis un espectáculo brillante por la actuación memorable tanto de Novak Djokovic como de Rafael.

El encuentro fue descrito como una final anticipada por la gran expectación que causaban estos dos grandes jugadores. No olvidemos, sin embargo, que a mi sobrino le espera ahora otro complicadísimo examen contra un Alexander Zverev muy centrado. El jugador alemán, sin duda, le pondrá fuerte oposición e intentará validar sus nada desdeñables posibilidades de plantarse en la final. Si Rafael quiere verse con opciones de levantar su decimocuarto Roland Garros, deberá ganarse el pase con un partido parecido al del martes.

Ese duelo nocturno obligaba a Rafael a intentar compensar su ligera desventaja por las condiciones que ya se han comentado sobradamente. Es cierto que cuando Rafael juega en Roland Garros, tengo casi siempre la sensación de que el partido depende más de él que de su rival y que jamás me ha abandonado la confianza que sigo manteniendo en él, pero también lo es que yo temía que no lograra mantener la agresividad que, de hecho, vimos desde los primeros peloteos.

Él sabía que necesitaría trabajar un poco más los puntos, alargándolos dos o tres golpes más en cada intercambio y darles gran precisión, consciente de que perderían un poco de potencia. Y eso es, justamente, lo que consiguió hacer y mantener en todo momento. Imprimió gran intensidad, jugando muy largo, buscando el golpe ganador paralelo con el drive en muchas ocasiones y estando dispuesto a entrar dentro de la pista para que sus tiros fueran más contundentes.

Creo que desplegó un primer set extraordinario. Lo ganó por un 6-2 y consiguió alargar la tónica hasta el 3-0 de la segunda manga, con doble break. Fue en este momento cuando, entre que él bajó un poquito su nivel y el serbio aumentó su agresividad, entramos en una segunda etapa más igualada. En el tercero volvió a dominar y a llevárselo Rafael y en el cuarto, cuando parecía que el actual número uno le iba a parar de nuevo los pies (pues se adelantó 2-5 en el marcador), pudimos disfrutar del momento más emocionante del partido, con mi sobrino dispuesto a jugar con máxima agresividad, con la insólita confianza que saca a relucir en el momento más difícil y, cómo no, con unos golpes tan sorprendentes y tan bonitos que siguen haciendo vibrar al público como cuando hizo su primera incursión en el Grand Slam francés.

El partido tuvo todos los ingredientes de los grandes encuentros, exceptuando que no fuera la final. Se enfrentaron dos de los más grandes de la historia del tenis en un gran despliegue de potentes golpes, jugadas de habilidad, subidas a la red, dejadas, cambios de ritmo, emoción hasta el final y el increíble entorno de la Philippe Chatrier. La del martes por la noche fue una de esa gestas que fomentan y reafirman el entusiasmo de los aficionados a nuestro deporte.

Es por esto que estas últimas semanas me ha sorprendido la rapidez con que ciertos periodistas especializados han dado por acabado y claramente reemplazado a Rafael. Quizás ha sido algo desconsiderado que al ganador del actual Open de Australia, al finalista del Masters 1000 de Indian Wells (que disputó con una fisura de costilla), al que ha sido durante 17 ininterrumpidos años uno de los referentes del deporte español y del tenis mundial, algunos lo hayan sacado tan pronto de las quinielas.

Mientras Rafael esté dispuesto a saltar a una pista de tenis, sería un error de cálculo, a mi entender, no tenerlo en cuenta. Si algo ha demostrado mi sobrino en estos maravillosos 17 años es que siempre se puede contar con él.

Nadal en su partido frente a Novak Djokovic en Roland-Garros.Foto: Christophe Archambault (AFP) | Vídeo: EPV

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