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El Barcelona de fútbol sala reconquista Europa

El equipo azulgrana, que cayó en la final del curso pasado, se corona por cuarta vez como campeón de la Champions tras superar al Sporting de Portugal (4-0)

Jordi Quixano
Pito marca uno de los goles del Barcelona en la final de la Champions.
Pito marca uno de los goles del Barcelona en la final de la Champions.

Misma final y diferente desenlace. Era un partido ya visto, la reedición del duelo decisivo de la Champions League de fútbol sala del curso pasado. Entonces, en Croacia, ganó el Sporting de Portugal, capaz de imponerse en el plano físico y mental para acabar de desconectar al Barcelona. Pero en el Arena de Riga (Letonia) no sucedió lo mismo y el equipo de Jesús Velasco, definido por un ejercicio defensivo encomiable y unas contras de aúpa, se coronó campeón. Gloria y cuarto laurel europeo para el Barça (2012, 2014, 2020 y 2022), que se coloca a un solo éxito del Inter de Movistar (cinco); y desasosiego del club lisboeta y su generación dorada -es la base de la selección portuguesa campeona del mundo y bicampeona de Europa-, que se queda con dos copas (2018-19 y 2020-21) y expresa su tibia relación con las finales europeas porque de seis ha caído en cuatro.

Comenzó cohibido el Barcelona, lejos de pedirse el protagonismo, como si le quemara la pelota entre las zapatillas. Pero no lo aprovechó el Sporting, que sí que evidenció su potencial ofensivo pero no su puntería, desenfocados los tiros de Merlim, Cavinato, Cardinal y Esteban, también el del portero Guitta porque con el balón controlado trataba de avanzar metros para dividir al rival. Y si el balón iba entre los tres palos, Dídac tenía manos y pies para todos. Eran, en cualquier caso, disparos forzados porque el Barça se mostró de lo más intenso y aseado en defensa, generoso a más no poder en los esfuerzos. Suficiente para desbravar al contrario y madurar el duelo, para expresarse después con transiciones eléctricas -casi siempre impulsadas por el trampolín Pito- e inquietar al portero rival con chutes de Matehus (uno al poste), Lozano y Marcenio por dos ocasiones. Hasta que apareció Sergio Lozano, de nuevo en transición, con una sensacional picadita con la zurda para firmar su gol 300 con el Barcelona, para besarse el escudo; y le secundó Pito al filo del descanso con un robo y un disparo que hizo diana. Algarabía de la grada, pues viajaron 100 aficionados además de 30 integrantes de los Dracs, los hinchas culers incondicionales.

Ya logró el Barcelona un 2-0 en la pasada final, después descascarillado por la insistencia portuguesa (3-4). “Ese partido nos enseñó que en Europa no te puedes desconectar”, advertía Ferrão en la previa a la final. Lección que el mismo brasileño demostró haberse aprendido al dedillo porque, nada más comenzar el segundo acto, le bastó un pase de Ortiz desde su área, un control exquisito con la zurda y un remate con la derecha ante Guitta para autografiar su tanto después de que la pelota besara al poste, su diana número 34 en Europa. Momento dulce para el Barça, que seguía insistiendo con su fútbol al abordaje, disparos infructuosos de Marcenio, Puvill y Pito. Poco más replicó el Sporting, acaso un chut de Cardinal y otro de Tomás Paço, desquiciados ante la solidaria y férrea defensa azulgrana porque ni con ataques de cinco -se sentaba el portero en ataque para que entrara otro jugador de campo- podía decir la suya. Táctica que le salió rana porque en una de esas, Dídac atrapó el balón, lo puso en el piso y le pegó desde su área para marcar el cuarto y definitivo tanto. Triunfo incontestable de los azulgrana que, un año después, tuvieron su revancha y reconquistaron el trono europeo.

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