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TENIS | OPEN DE AUSTRALIA
Columna
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Párrizas y Andújar, ejemplos contra viento y marea

Admiro enormemente a esa gente que, con el paso de los años y excediendo distintas vicisitudes, se muestran perseverantes con el camino que han decidido emprender

Nuria Párrizas devuelve de revés durante el partido de la 3ª ronda contra Pegula.
Nuria Párrizas devuelve de revés durante el partido de la 3ª ronda contra Pegula.JASON O'BRIEN (EFE)
Toni Nadal

Siempre he intentado entender el deporte desde un punto de vista filosófico, si se me permite el adjetivo tan elevado. ¿Qué sentido puede tener pasar una bola por encima de una red, dedicar infinitas horas a una actividad física, si no se acompaña de un espíritu de superación personal como forma de entender la vida?

Admiro enormemente a esa gente que, con el paso de los años y excediendo distintos problemas y vicisitudes, se muestran perseverantes e ilusionados con el camino que han decidido emprender.

En muchas ocasiones, los que comentamos o escribimos sobre deporte ponemos el foco casi exclusivamente en aquellos pocos elegidos que tienen un palmarés nutrido de trofeos (yo, el primero) y dejamos fuera de las crónicas a otros y otras tenistas con un espíritu de lucha igual o superior a los primeros.

Nuria Párrizas, la jugadora granadina, que a sus 30 años ha jugado su primer Open de Australia y ha caído en una meritoria tercera ronda contra la norteamericana Jessica Pegula, es una de ellas. Después de toda una carrera en la que ha tenido muy escasos apoyos económicos y problemas físicos, como una importante lesión que llevó a los médicos a recomendarle el abandono total del tenis, ahí sigue, desapercibida para el gran público, pero gran ejemplo, a mi entender, no solo para los jóvenes deportistas que tan fácilmente abandonan o se quejan ante las dificultades cotidianas.

El otro tenista que querría destacar hoy se encuentra en una posición bastante más favorable en cuanto al nada desdeñable éxito profesional y al reconocimiento recibido. Pablo Andújar –al que vi caer desde casa frente a Alex de Miñaur en la tercera ronda– ha pagado, sin embargo, el haber coincidido en el tiempo con Rafael y con David Ferrer.

A Pablo no solo lo conozco muy bien, sino que le tengo un enorme cariño. El conquense atesora una brillante carrera, con cuatro títulos ATP y avances hasta la tercera o cuarta ronda en los cuatro Grand Slams. En una época en la que la potencia de los golpes es lo más determinante, él sigue ganando partidos con un tenis de estrategia y saber hacer. Ha tenido lo más importante: esa capacidad de poner máxima atención, de progresar y de superarse día a día. Ahora, con 35 años, ha conseguido igualar su mejor actuación en el Open de Australia, después de haber tenido que superar una larga e inoportuna lesión de codo que le sobrevino en 2015, cuando estaba en pleno ascenso y en su mejor momento profesional, 32º en el ranking.

Evidentemente, nos producen admiración esos tenistas en los que ponemos el foco, Federer, Djokovic o Rafael, que son capaces de ejecutar y, de forma persistente, golpes dificilísimos en las situaciones más complicadas. Son unos pocos los que han logrado mantener ese nivel tan elevado a lo largo de tantos años, pero precisamente por eso, para ellos es más fácil mantenerse en esa perseverancia y en esa lucha diarias. Ellos disfrutan, o han disfrutado, de una recompensa tan inmediata como permanente.

Es por esto por lo que me merecen gran consideración esos otros jugadores que, como en el caso de Pablo, han demostrado gran compromiso y amor por su profesión, recogiendo menos reconocimiento y compensaciones inmediatas. Él es no solo un gran tenista. También supone una gran lección y se comporta como una excelente persona que representa a la perfección el ideal deportivo y humano en el que yo creo. El que intento transmitir a mis hijos y a los alumnos de la Academia.

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