El Atlético, del desastre al éxtasis
Tras un primer tiempo horroroso, los rojiblancos remontan el 0-2 con el que el Valencia se fue al descanso con un segundo tiempo lleno de coraje y remangue
Muerto como estaba, con dos goles en contra después de un primer tiempo desastroso, al Atlético ya solo le quedaba apelar al orgullo y a la épica. Con la hinchada encendida, cuando antes había asistido a un principio de entierro e incluso había sido contestataria con los cambios de su entrenador, emergió un equipo desmelenado, plantado en campo contrario a la búsqueda de una victoria que parecía una quimera por lo que se había visto en los primeros 45 minutos. Cunha, Correa y Hermoso certificaron una remontada que Simeone celebró como un hincha más.
Del desastre, el Atlético pasó al éxtasis. La cuestión es por qué si este equipo ganó la Liga jugando en campo contrario es tan reservón en el comienzo de los encuentros. Los síntomas del estado comatoso del Atlético fueron numerosos, pero ninguno delataba más su agonía que la suma de sus talentos tuviera como resultado que no pasara nada en el primer tiempo. Ni Lemar, ni João Félix, ni De Paul, ni Carrasco, ni Lodi, ni Suárez. Nada ocurría, ante un Valencia que hizo su partido a la espera del derrumbe local. Que lo mismo se da con los centros laterales que con las malas anticipaciones de sus centrales. Un día es Felipe, otro Giménez y otras veces Hermoso, como este sábado.
Falló en su intento de rebañarle la pelota a Guedes y el luso montó una contra a todo campo. Su cambio de orientación lo recibió Musah en carrera libre. Para cuando se asomó al área, Vrsaljko le esperaba tan temeroso que, en vez de hacerle frente al uno contra uno, reculó. Así que a Musah le valió un simple recorte hacia adentro para perfilar el disparo y ajustar un tiro raso. Un disparo, un gol. Al primer mandoble, las rodillas se le doblaron otra vez al campeón. La hinchada rojiblanca mantuvo su tradicional contención ante los descalabros y trató de espolear a unos futbolistas anulados.
La planicie y la nadería se apoderaban de un equipo que era sometido por el oficio del Valencia. Ya había conseguido el equipo de Bordalás que no se jugara a nada y terminó por imponer sus tiempos y su partido trabado. Con el gol a favor, las faltas y los embrollos se multiplicaron. El paisaje ideal para el Valencia y fatal para el Atlético.
La misma indeterminación que acompaña a las decisiones de Simeone se reflejaba en sus jugadores después de muchas vueltas al dibujo y a las alineaciones. La única que no había probado es la de volver a mandar al equipo a jugar en campo contrario con más decisión. Su Atlético no paraba de emitir señales de ser un equipo roto. Cualquier acción en las inmediaciones de su área destapaba su fragilidad defensiva. Un mal despeje de Giménez y Hermoso acabó con una pelota filtrada a Hugo Duro, que engañó a Oblak en su desesperada salida para evitar lo inevitable. Esta vez ya la parroquia no arengó a los suyos. El silencio fue sepulcral. El Metropolitano se transformó en un velatorio, que solo se agitó para entonar unos tímidos silbidos cuando el colegiado dio por finiquitado el primer acto.
Con dos goles en contra y el agua al cuello, al menos en el segundo tiempo le afloró al Atlético el orgullo para invocar a la épica y por fin ir de frente a por el choque metido en campo contrario. Simeone sentó a Lodi y metió a Correa como primera pincelada para lavarle la cara al equipo. Instalado ya en el campo de Valencia, dispuesto a asumir riesgos, su segundo movimiento de piezas fue contestado por la grada porque mandó al banquillo a Lemar y a João Félix, que acababa de dejar mano a mano a Suárez con Doménech. Entraron Felipe y Cunha.
Las oleadas locales terminaron por encajonar al Valencia, seguro de su ventaja y de su oficio para sedar el partido y asumir los riesgos. Se entregó el equipo de Bordalás a la defensa de su área y se olvidó de los contragolpes, pese a que a Guedes se le veía afilado. Encajó el primer gol en un saque de esquina cerrado que se paseó por el área pequeña de Doménech hasta que Cunha lo empujó. Aún tenía media hora el Atlético para la heroica.
Liderado por Carrasco, los culebreos de Correa y el criterio que le dio Herrera, agobió al Valencia, ya definitivamente encastillado y a la espera de que el tiempo pasara o de perderlo sus jugadores. Suárez tuvo el empate en un centro atrás de Hermoso, pero al charrúa le invadió la precipitación y le pegó a la pelota según venía cuando el remate pedía más pausa. Un cabezazo blando de Koke avisó de que el partido aún podía hacérsele largo al ya temeroso equipo de Bordalás. Correa cazó un rechace para la igualada en el primer minuto descuento y dos más tarde, Hermoso se resarcía de sus errores empujando a puerta vacía un disparo cruzado de Cunha que se iba fuera.
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