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alienación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Erling Haaland y el folclore

Con los goleadores puros me ocurre lo que con los equipos autodenominados ganadores: cuando no marcan el cartel de presentación se les queda tan huérfano que uno podría llegar a sentirse estafado

El noruego Erling Haaland cabecea el balón en el partido de Champions contra el Besiktas.
El noruego Erling Haaland cabecea el balón en el partido de Champions contra el Besiktas.UWE KRAFT (AFP)
Rafa Cabeleira

No seré yo el que afirme que el Big Data nació en Galicia pero casi. La primera canción que aprende cualquier niño gallego de bien, incluso antes que El barquito chiquitito, es una joya del folclore nacional titulada Na beira do mar y que dice lo siguiente: “ollos verdes son traidores, azules son mentireiros, os negros e acastañados son firmes e verdadeiros”. Llevada al extremo se la podría considerar un tanto racista, pero la bondad propia del pueblo gallego nos invita a pensar que solo se trata de una advertencia, más o menos velada, del riesgo que implica la contratación de un futbolista de ojos claros como Erling Haaland.

Con los goleadores puros me ocurre lo mismo que con los equipos autodenominados ganadores: cuando no marcan –o cuando no ganan, como le sucede últimamente al Atleti del Cholo Simeone– el cartel de presentación se les queda tan huérfano que uno podría llegar a sentirse estafado, como en esos westerns de media tarde en los que nadie saca la pistola y la acción transcurre entre profundos diálogos, sin que se pegue un solo tiro. “El gol se tiene o no se tiene”, dice una de las máximas más antiguas del fútbol. En realidad, el gol se marca o no se marca, da igual si lo hace el elegido del número nueve o un lateral derecho remolón, con la diferencia de que este último fue llamado por caminos distintos y al goloso le pueden llegar a pesar las estadísticas: nadie garantiza tantos goles como el propio juego, aunque en ausencia de este puedan medrar promesas más o menos ciertas como las del gigante noruego.

Cuando uno evalúa el fichaje de un delantero centro clásico debe ponderar sus verdaderas cualidades más allá de la fama. En el caso concreto de Haaland son bien conocidas su capacidad para correr al espacio, su fuerza demoledora, su aguijón venenoso y un juego aéreo de los que ganan grandes batallas aunque, al menos de momento, muy pocas guerras. ¿Es un excelente goleador? Seguro… Pero como tantos otros antes que él, también puede dejar de serlo en cualquier momento y sin mediar previo aviso: nada se tuerce con más facilidad en el fútbol que esa supuesta infalibilidad de cara a la portería, como la historia se ha encargado de demostrarnos cientos de veces.

Uno cae en un vestuario en el que no encaja, con un entrenador que le pide algo más que rematar balones, con rivales encerrados en su propia área dispuestos a negar cualquier espacio y, de repente, se ve tan huérfano de estímulos que ya no se reconoce ni en el espejo. Entiendo que todo lo dicho pueda parecer una visión catastrofista del asunto, pero bien haría cualquier secretaría técnica del mundo en no fiarlo todo al apriorismo, máxime cuando ya se habla de unas cifras que no permiten gran margen al error antes de convertirse en ruina.

Erling Haaland será muchas cosas en el futuro, no digo que no, pero está por ver cómo se adapta a un club donde casi todos sus futbolistas se sintieron la última sensación del fútbol mundial en algún momento de sus carreras y si será capaz –o no– de gestionar el segundo gran salto en su carrera con la misma eficacia que el primero: mucho ojo con malinterpretar el folclore y fiarse de una simple mirada.

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