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EL JUEGO INFINITO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un gran tipo

No hay jugador que esté libre de supersticiones y hay entrenadores que llegan a convertir el vestuario en una iglesia pagana antes de un partido

Jorge Valdano
Jorge Valdano
Jorge Valdano.

“Es un gran tipo”, me dijo. “¿Lo conocés bien?”, pregunté. “No”, concluyó, para mi desconcierto. Así continuó el diálogo con un entrenador de primer nivel amigo mío, que definía como “gran tipo” a otro entrenador de primer nivel. Estábamos hablando de las supersticiones en el fútbol y creí que nos habíamos ido del tema, pero no. Estábamos yendo un poco más allá. Alcanzando una especie de dimensión ética de las supersticiones.

Hasta ahí habíamos dicho que todos necesitamos colgar las inseguridades en algún sitio y que las supersticiones son un instrumento eficaz. Da igual besar una estampita, que entrar al campo con el pie derecho o respetar cualquier rito que, por repetición, nos serene antes de un partido. Tuve un compañero que mataba un insecto antes de salir al campo. Un día mató a una araña antes de un partido, marcó dos goles y creyó encontrar el secreto. Un sacrificio como los que hacían muchas civilizaciones antiguas para pagar su tributo a los dioses. Esto era igual, pero a zapatazos. No siempre había un bicho a mano, de modo que llevaba a los partidos un insecto suplente en un frasquito. No hay jugador que esté libre de estas cargas y hay entrenadores que llegan a convertir el vestuario en una iglesia pagana antes de un partido.

Generalmente, a las supersticiones las encontramos por casualidad en el camino. Un día llega un triunfo apoteósico y entendemos que fue por llevar, por ejemplo, una bufanda. Así, la bufanda se vuelve titular indiscutible de la vestimenta en todos los partidos, aunque haga cuarenta grados. Ese es el mecanismo primario que se pone en marcha para ridiculeces de todo pelaje que, naturalezas creyentes, convierten en secreto indiscutible de grandes éxitos. En su defecto, para espantar desgracias.

Volvamos al principio. Un día, mi amigo entrenador se enfrentó al equipo del “gran tipo”. Antes de comenzar el partido, su colega se acercó hasta su banco de suplentes y lo saludó cordialmente, como hacen los “grandes tipos”. Mi amigo perdió el partido. Jugaron un segundo partido y se repitió el ritual: el “gran tipo” se acercó al banco de mi amigo, lo saludó y volvió a ganar. Hubo un tercer partido, pero en esta ocasión mi amigo, ya escarmentado, se apresuró en irlo a saludar, invirtiendo el ritual y le dijo: “Hoy te gano yo”. Como ya advertí que la repetición hace al vicio, los dos sabían de qué estaban hablando. En efecto, mi amigo ganó.

El fútbol quiso que, en la misma temporada, los dos equipos alcanzaran una final. Como ocurre en cualquier lugar, un partido a vida o muerte en los que se persona el miedo. Y el miedo no es cualquier cosa. Antes del partido mi amigo se entretuvo dando las últimas instrucciones. Los entrenadores creen que hay que decirlo todo para que, en el caso de perder, no tengan que agregarle culpa a la frustración. Pero lo crítico es que cometió la imprudencia de demorar su salida del vestuario. Cuando pisó la cancha se le vino a la cabeza la magnitud de la tragedia. Seguramente su rival ya le había ganado de mano y estaría esperándolo en su banco para saludarlo. Por la fuerza del presagio, iba resignado hacia el lugar de los hechos. Pero lo que encontró fue algo inesperado. Insólito para los astutos estándares del fútbol. Su rival lo estaba esperando en un lugar equidistante entre los dos bancos, lo saludó con la cordialidad de siempre y le dijo: “En una final no está bien ser ventajista”. A esta historia no le interesa el resultado del partido sino la nobleza del episodio. ¿Pueden creer que cuando mi amigo me lo contó, me emocioné? Solo atiné a decir: “¡Qué gran tipo!”.

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