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Un Giro como les gusta a Landa y a la afición

La ‘corsa rosa de 2022′, que parte de Budapest el 6 de mayo, será un festival de montaña y solo 26 kilómetros contrarreloj

Mikel Landa durante los últimos kilómetros de la cuarta etapa del Giro d'Italia 2021.
Mikel Landa durante los últimos kilómetros de la cuarta etapa del Giro d'Italia 2021.LUCA BETTINI (AFP)
Carlos Arribas

Mario Cipollini habla como un amante cuando le preguntan por Miguel Indurain. Habla de belleza clásica, de la perfección y armonía de su cuerpo sobre la bicicleta, como se puede hablar del David de Miguel Ángel o del Discóbolo de Mirón, y habla el Rey León, el esprínter intratable de aquellos años, los de Indurain, un adorador de la anatomía y la estética, de una etapa del Giro en la que, contra las órdenes y los intereses de su equipo, se quedó a rueda del navarro “raptado por la belleza de su pedaleo”. “Me sentía un espectador afortunado, imantado por el momento, hasta que, de mala gana, la razón recuperó el control sobre mí”, dice.

Y sus palabras más que de Indurain le definen a él mismo y, por extensión, al alma ciclista italiana, de la Italia tan dependiente de la palabra belleza, y explican por qué, cuando hablan del Giro de 2022, cuyo recorrido completo acaba de ser conocido, dan tanta importancia a una etapa en teoría intrascendente, la del circuito de Nápoles por el monte Proscida, sobre la isla Proscida y sus limoneros, y su olor, como a la penúltima, la más decisiva de todos, la de los Dolomitas del San Pellegrino y el Pordoi que termina en la cima de la Marmolada, donde sobre la cascada de la Malga Ciapela, entre la nieve, pasado el tramo de asfalto con la pintada engañosa de “manca poco”, se mueven lentas las marmotas. A ambas, y a todo el Giro, que comienza en Budapest el 6 de mayo, viernes, les une el mismo ideal, en apariencia de folleto turístico, pero real.

Parte del placer estético del Giro lo regala la certeza de que lo que allí ocurre entre de pleno en el territorio de la leyenda, de la épica, sea la rendición de Indurain ante Marco Pantani al llegar a Aprica después de escalar el Mortirolo, suceso que se rememora 27 años después, y el Valico de Santa Cristina, en la llegada de la etapa 16ª, martes, sea el pinchazo en Aprica de Alberto Contador y el ataque de Mikel Landa en el mismo Mortirolo, y la victoria del alavés en Aprica en 2015, o sea el Eddy Merckx, pipiolo de 21 añitos, que en el Blockhaus de la Majella, en los páramos de los Abruzos, logró en 1967, y con Pérez Francés de rosa, la primera victoria que dejó al mundo con la boca abierta, y con tan buen recuerdo al Caníbal que bautizó Blockhaus 1967 una de las mejores bicicletas que fabricó años después.

Marmolada y Blockchaus (etapa novena, el domingo 15 de mayo), serán dos de los cinco finales en alto (se sumarán el Etna del Contador volcánico de 2011 en la cuarta etapa, tras el vuelo Hungría-Sicilia; Cogne, en el Valle de Aosta, de la 15ª, y el friulano Santuario de Castelmonte de la 19ª) de un Giro considerado como el más duro de los últimos 10 años, con sus 51.000 metros de desnivel totales. En el sur se atravesarán los Apeninos duros hasta Potenza (séptima), en Turín (14ª) no se eludirá la subida a Superga y junto a Trento, en la 17ª, antes de la meta de Lavarone se ascenderá el Menador, ocho kilómetros al 10% por una carretera excavada por los militares austriacos en la Primera Guerra Mundial.

Frente a la montaña y sus sudores, la estética de la contrarreloj apenas tendrá espacio: nueve kilómetros en Budapest, en la segunda etapa, la víspera de la despedida de Hungría el 8 de mayo, en las orillas del lago Balatón, donde los húngaros meriendan gulasch los domingos, y 17 kilómetros el último día hasta la Arena de Verona, con en el 2019 que coronó ganador final a Richard Carapaz. Serán en total unos mínimos 26 kilómetros contrarreloj, la menor distancia en un Giro desde el de 1962 de Balmamion, en el que no hubo ningún kilómetro, un dato que hace florecer una sonrisa en Mikel Landa, el ciclista español más italianizado, más amoroso del Giro. “Pinta bien este Giro, sí”, dice el alavés que el año pasado sufrió en la corsa rosa una caída que le obligó a abandonar y convirtió la temporada en una pesadilla para el landismo floreciente. “Sí, aún no lo tenemos decidido mi equipo y yo, pero estamos barajando volver”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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