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PISTA LIBRE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Real Sociedad incorpora la piel de elefante

El conjunto donostiarra ha adquirido una virtud indispensable para elevar sus metas: se agarra a los partidos y no los suelta

Imanol Alguacil da instrucciones.
Imanol Alguacil da instrucciones.VINCENT WEST (Reuters)
Santiago Segurola

El fútbol está a punto de reanudar el temible proceso detenido por la pandemia. Dos años de contención económica, forzada por la crisis que ha vuelto al planeta del revés, han informado de los derroches anteriores, pero todo indica el regreso de los errores que dispararon la espiral inflacionista. Se anuncian de nuevo cifras desorbitantes en el mercado de traspasos, Arabia Saudí se añade a los países del Golfo que han adquirido clubes en la Premier League —el Newcastle United en este caso— y volverá el desparrame anterior a la covid. De la misma manera que este virulento periodo ha desatado las costuras del fútbol, también ha ofrecido brillantes señales de consistencia, sensatez y rendimiento. En este capítulo, la Real Sociedad es modélica.

La Real pertenece a una pequeña categoría de clubes que avanzan sin complejos en una época que privilegia a los equipos ricos y las metrópolis que los acogen. Representante de una ciudad de 200.000 habitantes, capital de la provincia más pequeña de España, con la abierta competencia de tres clubes —Athletic, Osasuna y Alavés— en un radio menor de 100 kilómetros, la Real Sociedad participa del admirable modelo que caracteriza la trayectoria del Villarreal en España, Atalanta y Sassuolo (Italia), Brighton y Leicester (Inglaterra) y Lens y Rennes (Francia).

Cada uno con sus peculiaridades, estos clubes han reunido el mejor de los escenarios posibles: gran arraigo popular en su área de influencia geográfica, cordura en la gestión económica y destacadísima importancia de sus canteras y del rastreo de jóvenes jugadores. Un aspecto fundamental del éxito de todos ellos radica en su mensaje futbolístico. Lejos de aceptarse como pequeños, su pretensión es jugar a lo grande.

Cuando se habla del Villarreal, del Atalanta o del Brighton —Graham Potter es probablemente el técnico inglés con más vuelo, adquirido durante su exitosa residencia en Suecia—, se les asocia con una propuesta atractiva, desacomplejada, en las antípodas a la que se asocia con clubes de su tamaño. En el caso del Atalanta, Gian Piero Gasperini ha ido más lejos. Ha establecido en el equipo de Bérgamo una idea tan contracultural como influyente.

La Real Sociedad celebró el sábado la conquista de la Copa, festejo demorado seis meses por razones sanitarias. Aquella victoria sobre el Athletic coronó una temporada de gran calibre. Volvió a clasificarse para la Europa League y envió a varios de sus jugadores a la Eurocopa, Juegos Olímpicos y selección sub-21. Dirigido por Xabi Alonso, cuya respuesta como técnico está a la altura de su inteligencia como jugador, el filial ascendió a Segunda A, con una amplia nómina de jóvenes futbolistas que empiezan a asomar en la Primera División. La reconstrucción de Anoeta ha cerrado la distancia física, y de alguna manera la psicológica, con el equipo, que no afloja.

La Real promete una fantástica temporada, y no por el juego que ha desarrollado hasta ahora. Sobre el equipo se ha establecido un prejuicio positivo que tiene todo el sentido del mundo. Al equipo de Imanol se le conecta con un fútbol elegante y armónico, interpretado por jugadores de clase, inteligentes y laboriosos, un equipo donde es fácil apreciar una cohesión que trasciende lo estrictamente profesional.

Ha arrancado la temporada con mejores resultados que juego, y ahí aparece un flanco novedoso. La Real parece que ha adquirido una virtud indispensable para elevar sus metas: se agarra a los partidos y no los suelta. Ha registrado la mayoría de sus victorias con resultados muy ajustados, sin conceder goles y marcándolos a última hora. A la espera de que le llegue el juego, la Real aprieta los dientes. No desmaya. Es la piel de elefante que distingue a los equipos que no se ponen techo.

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