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El Sheriff, una receta contra el separatismo

El sorprendente ganador del Madrid tiene unas instalaciones que impresionan

Los jugadores del Sheriff celebran su gol contra el Real Madrid.
Los jugadores del Sheriff celebran su gol contra el Real Madrid.JAVIER SORIANO (AFP)
Pilar Bonet

El funcionamiento del club de fútbol Sheriff de Tiraspol es la demostración viva de que al menos uno de los conflictos sangrientos enquistados desde hace treinta años en el espacio que fue la Unión Soviética podría solucionarse si existiera voluntad política para ello.

El Transdniéster, donde está ubicado el Sheriff, es una región secesionista de Moldavia situada en la orilla izquierda del río Dniéster y con una trayectoria histórica diferente del territorio de la orilla occidental (la antigua Besarabia rumana). Al derrumbarse la URSS, el Transdniéster, donde había un gran contingente de población eslava, se negó a integrarse en Moldavia y así sigue formalmente desde entonces. En Chisinau, la capital de Moldavia, mandan unos, proeuropeos, y en Tiráspol, la capital del Transdniéster, mandan otros, prorusos.

Desde los enfrentamientos bélicos que causaron más de 800 muertos en 1992 ha pasado tiempo y ambas partes han tenido que adaptarse a un mundo cambiante. En el Transdniéster todavía hay soldados pacificadores rusos y unos peligrosos arsenales de la Segunda Guerra Mundial, pero cada día múltiples autobuses recorren la distancia de algo más de 80 kilómetros entre las dos capitales y los viajeros pasan un control de documentos entre una zona y otra. En Moldavia, los carteles están en alfabeto latino. En el Transdniéster, en cirílico. Pero Moldavia ya no quiere fundirse con Rumanía, como hace 30 años, y en el Transdniéster ya no insisten en que el moldavo con caracteres cirílicos es un idioma distinto del rumano de caracteres latinos.

Al llegar al Transdniéster desde la ribera derecha del río, la enorme silueta del estadio del Sheriff impresiona al viajero. Estas instalaciones deportivas son la joya de la corona del imperio económico del mismo nombre fundado por Víctor Gushán. Junto con un socio, este expolicía soviético convertido en potentado compró todo lo que se vendía en el Transdniéster durante décadas, desde la fábrica textil Tiratex a la de coñac Kvint, y fundó supermercados, gasolineras, bancos, casinos, centros médicos, y una empresa de telecomunicaciones. Todo en el díscolo territorio parece pertenecer a Sheriff. Pero el fútbol es un capricho personal de Gushán, quien construyó un complejo deportivo y un estadio sin parangón en estas tierras cercanas al mar Negro cuyos habitantes huyen de los bajos sueldos y la falta de perspectivas y emigran hacia Rusia o hacia Occidente, según la época y los pasaportes a su alcance.

El pasaporte del Transdniéster, que también existe, no es reconocido por ningún país, pero los pasaportes moldavos y sobre todo los rumanos se han convertido en los últimos años en instrumentos que abren las puertas de la Unión Europea. Antes, Moscú y Kiev repartieron aquí sus pasaportes respectivos entre los rusos y ucranianos locales. La población local no llega hoy al medio millón de habitantes.

El estadio del Sheriff está en realidad formado por tres estadios, uno con capacidad para 14.000 personas, otro para 9.000 y un tercero para el entrenamiento de la cantera, según explicaron a esta periodista los responsables del club en 2018 en vísperas del Mundial, cuando asistí allí a un partido entre el Sheriff y el Zimbru (de Chisinau), el equivalente del clásico Madrid-Barcelona en la liga moldava.

El Sheriff cuenta, además, con una escuela de deporte, decenas de pistas de tenis y varias piscinas (entre ellas una olímpica). Y, aunque las competiciones son gratuitas, las instalaciones del Sheriff habitualmente no se llenan con la afición local, a no ser que juegue algún contrincante internacional. Sheriff manda en el Transdniéster y Gushán comparte el palco de honor del estadio con las autoridades locales, incluido el primer líder secesionista, Igor Smirnov. Pero el presidente del Sheriff es un pragmático y las empresas de su grupo aceptan someterse a la jurisdicción moldava y pagan sus impuestos en Chisinau, algo imprescindible para operar fuera de la región separatista. En los días de partido, los aficionados moldavos son transportados en autobuses hasta el estadio y allí son acomodados lo más lejos posible de los hinchas locales. A efectos de fútbol, Moldavia es un solo país hasta el punto de que algunos legionarios africanos del Sheriff (siempre a la búsqueda de talentos internacionales) ni siquiera saben que hay problemas de separatismo en este territorio.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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