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La trágica muerte de Pelissier

La gloria y ‘enfant terrible’ del ciclismo francés fue asesinado por su segunda mujer con la misma pistola con la que se suicidó la primera

Jon Rivas
Henri Pelissier, en la cama tras un accidente, junto a su hermano Francis y su primera esposa.
Henri Pelissier, en la cama tras un accidente, junto a su hermano Francis y su primera esposa.

Henri Pelissier era la gloria del ciclismo francés, pero también su enfant terrible. Ganador del Tour, protagonista junto a su hermano Francis de la crónica del reportero Albert Londres que dio la vuelta al mundo, Los forzados de la carretera; vencedor del Giro de Lombardía, de la París-Roubaix, de la París-Tours o de la Milán-San Remo; idolatrado por los aficionados; enfrentado al patrón del Tour, Henri Desgrange, y también a muchos ciclistas; y violento después de una infancia en la que se acostumbró a recibir las palizas de su padre en la vaquería de La Esperanza, el negocio familiar. Probablemente, maltratador.

Su primera esposa, Leontine, se suicidó de un disparo después de una de sus muchas discusiones. Henri guardó aquella pistola, que sacó de un cajón su segunda mujer, Camille Tharault, que había presenciado como el campeón ciclista acuchillaba en la mejilla a su hermana. Y lo mató.

Los periódicos se hicieron eco del suceso al día siguiente: “Camille Tharault, la joven amante de Henri Pelissier y su asesina, todavía se encuentra en el hospital de Rambouillet. Los golpes que recibió de su víctima y la conmoción nerviosa resultante de su acto delictivo requieren un cuidado constante”, narraba Le Journal. “Internada tras las palizas que recibió de Henri Pelissier, y el ataque de nervios resultante de su acto delictivo, fue interrogada por M. Purnot, juez de instrucción, asistido por un secretario”. El excampeón recibió un disparo en el hombro izquierdo. El proyectil atravesó ambos pulmones y el esófago, y luego se alojó frente a la escápula derecha. Hubo una hemorragia interna que provocó la muerte casi inmediata.

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El juicio a Camille se convirtió en un acontecimiento. Allí se desvelaron los hechos que habían acabado en tragedia, en la finca que Pelissier poseía en Fourcherolles, y en la que convivía con su esposa, 20 años más joven, la hermana de esta y la hija adolescente de Henri, nacida de su anterior matrimonio. “En un momento”, cuentan los periódicos, “todas las miradas se vuelven hacia el banquillo, donde aparece, elegantemente vestida de negro, luciendo un sombrero del mismo tono, Camille Tharault. La llegada de la acusada, que se deja fotografiar amablemente, provoca murmuraciones. Inmediatamente y apenas ocupó su lugar en el estrado, entre dos gendarmes, la joven fue ametrallada por los fotógrafos. Se adapta muy bien a este requisito. Esto tiene el don de irritar a algunas personas que están detrás del público y que protestan: ‘Basta, fotógrafos, no estamos en el teatro. ¡Es un escándalo!”

Camille, que decide defenderse a sí misma, se convierte en fenómeno mediático, sobre todo, tras su declaración. A las preguntas del presidente responde asegurando que su amante la hacía llevar una vida infernal y que, en sus rabietas, incluso golpeaba ocasionalmente a su propia hija, la joven Jeannine. En varias ocasiones las amenazó a ambas con su revólver. Entre los testigos, Francis, el hermano de Henri: “Era incapaz de hacerle daño a nadie. Admito que a veces estaba muy excitado, incluso violento, pero solo de palabra. Además, me niego a creer en la escena del drama, como la describió la señorita Tharault”. Pero el médico que atendió a Camille en el hospital describió sus hematomas en varias partes del cuerpo, y su crisis nerviosa. Los jueces deliberaron y condenaron a la joven a un año de cárcel. Cuando cumplió su pena, cambió de identidad y desapareció.

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