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Jorge Ureña nunca falla

El heptatleta de Onil termina segundo tras el plusmarquista mundial Kevin Mayer y logra su tercera medalla en los tres últimos Europeos

Jorge Ureña celebra con una bandera de España su segundo puesto en heptatlón en los Europeos de Torun (Polonia).
Jorge Ureña celebra con una bandera de España su segundo puesto en heptatlón en los Europeos de Torun (Polonia).ALEKSANDRA SZMIGIEL (Reuters)
Carlos Arribas

El heptatlón es una travesía, una Vendée Globe más o menos, y Jorge Ureña, aunque no llega al nivel del maestro Kevin Mayer, no es mal navegante, nada malo. Es, sobre todo, fuerte y seguro, un piloto sabio que conoce sus mares, y en los 1.000m, la séptima prueba, el regreso a puerto con el viento amainado y el corazón aún a mil, corre inteligente y asegura la medalla de plata que, al partir, quizás, ni entraba en sus cálculos después de un año en el que la pandemia, a él como a todos, casi le quiebra el espíritu.

“Vine con muchas dudas porque no sabía cómo me iba a encontrar. Al final es tirar de recuerdos y de experiencia e ir a saco”, dice Ureña, 27 años, de Onil (Alicante), donde vive y donde le entrena su padre, después de conseguir su tercera medalla en sus tres últimas participaciones en Europeos de pista cubierta. Ya fue plata hace cuatro años, en Belgrado, y también detrás del inalcanzable Mayer (campeón y plusmarquista mundial de decatlón, el último gran hombre 10 del atletismo mundial), y oro en Glasgow hace dos. Y luego enumera todos los males que le han atacado en los últimos 12 meses: “La pandemia fue dura porque ves que el objetivo, los Juegos, está ahí y tú no puedes hacer nada para llegar a ese objetivo. Este año lo tomé con más calma, hice mucha bicicleta y desconecté un poco. Tenía una lesión en el pie, un edema en el tobillo de batida que me impedía entrenar. En verano tuve un pequeño bajón porque, al final, los objetivos lo son todo en el atletismo y si no los tienes, dices: ‘¿qué hago?’… Encima, cuando terminé de recuperarme del tobillo me lesioné del isquio y por eso no he podido entrenar ni competir, porque hace cinco semanas tuve una rotura del isquio. Ahora he tenido algo de sobrecarga, pero creo que ya la tengo más que cerrada”.

El heptatlón comienza veloz —al sprint de buena mañana, y fresco, con los 60m: 7,03s hace Ureña—, entra luego en zona de tormentas —el tremendo encadenamiento longitud-peso-altura—, que en cada prueba machaca un músculo diferente, otra articulación, tobillo, rodilla, cadera. Cojos y doloridos y vendados se van los supervivientes a la cama, y con 7,36m en salto, 14,57m en peso y 2,10m en altura, Ureña duerme tercero y seguro. Todo el mundo piensa que la lucha por el oro será un duelo Mayer-Simon Ehammer, el fenómeno suizo que llega, un chaval de 21 años que había comenzado asustando al mismísimo Mayer (y fue primero hasta la altura). Comienza de nuevo al día siguiente, frescos, con buena mar, con los 60m vallas antes de llegar al ogro, al Cabo de Hornos en forma de salto con pértiga, donde algunos, no siempre los mismos, viven un romance de amor pleno y otros acaban con el corazón roto y el resentimiento en el alma. Ehammer se estrella contra las rocas con tres nulos en su primera altura (4,50m). Ureña, que apenas ha podido entrenar la pértiga dadas todas sus lesiones, asegura, con 4,90m, un buen colchón de puntos sobre el tercero (25 al polaco Pawel Wiesiolek) antes del 1.000m de la agonía y el éxtasis en el que calcó la carrera del polaco (2m 43,16s) y aseguró su plata (6.158 puntos totales). Mayer ganó con 6.392 puntos, mejor marca mundial del año.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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