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Area di Rigore
Columna
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Darle la mano a un juventino y contarse los dedos

Inter y Milan, que han vuelto a lo alto de la clasificación de la Serie A, comparten historia, jugadores y una decadencia paralela. También un enemigo común

Ibrahimovic, en el Milan-Atalanta.
Ibrahimovic, en el Milan-Atalanta.DPA vía Europa Press (Europa Press)
Daniel Verdú

La ciudad más golpeada por el coronavirus en Italia ha encontrado un cierto respiro en la clasificación de la Serie A. El AC Milan y el Inter, después de años de penar por las medianías de la tabla, se disputaron este fin de semana el título del invierno (se lo llevaron los rossoneri). Un invierno que, en realidad, ha durado décadas en un estado prolongado de nostalgia. Melancolía del berlusconismo y de sus años dorados en Europa. O de la temporada gloriosa que les dio Mourinho con un triplete histórico los otros. Milán, motor económico de Italia, ha vuelto como potencia futbolística. Y es una buena noticia para una ciudad castigada, pero también para un negocio enjuto. Los periódicos aumentan la tirada, las tertulias tienen más picante y, que nadie se engañe, si hay que colocar el género en Asia, un chino prefiere un Milan e Inter fuertes que un Nápoles-Lazio.

Los dos equipos comparten historia, un color en las franjas de la camiseta, algunos jugadores que atacaron las dos áreas y una decadencia paralela en los últimos años. También un calvario societario casi calcado. De sus viejos y carismáticos propietarios (Silvio Berlusconi y Massimo Moratti), pasaron a manos de un empresario chino. El del Milan acabó en los tribunales y el club engrosó los activos de un fondo de inversión. Su rival sigue estando en manos de Steven Zhang (antes lo compró un indonesio que no sabía ni quién era Helenio Herrera), pero está a un paso también de un conglomerado de inversores.

El Inter, con un gusto por las estrellas fuera de duda, lo fía todo a Lukaku a Lautaro y a la mano militar de Antonio Conte. El Milan se ha encomendado a la inmortalidad de Ibrahimovic —otro ilustre como Giuseppe Meazza que pudo abrocharse las botas en ambos vestuarios—, y a un puñado de jóvenes talentos. En ambos lados triunfan descartes del Real Madrid como Brahim, Achraf y Theo Hernández. Y puede que la covid, ironizaba el periodista Beppe Severgnini, haya servido al menos para que los reservados de la noche milanesa no consumiesen los sueños de sus estrellas. La fórmula del éxito la custodian en los despachos los dos carrileros más listos de sus últimos periodos gloriosos: Paolo Maldini y Javier Zanetti.

El embrión, como Lazio y Roma, fue el mismo. El l9 de marzo de 1908, en el restaurante Orologio, un grupo de italianos y suizos que formaban parte de la directiva del Milan crearon un club que debía abrirse al mundo. De ahí lo de Internazionale. En los orígenes el Milan, llamados cacciavit —destornillador en dialecto— representaba a las clases populares, a los obreros. El Inter, en cambio, eran los bauscia: algo así como arrogante, fanfarrón, por sus orígenes burgueses. Compartieron siempre casa en San Siro, Pero los interistas vivían en el centro y sus rivales en el hinterland. El estereotipo no resistió y pronto la mayonesa de la historia eliminó esas diferencias. Hoy es imposible saber si hay más milanistas o interistas. Nadie tiene la menor idea. Tampoco hay un patrón por barrios o colores políticos.

La rivalidad en Milán no se parece a casi ninguna. No hay bofetones ni sectarismo. Contiene más ironía y sarcasmo que bilis o sangre. “Yo no robo el campeonato y en la Serie B nunca he estado”, reza el himno del Inter en referencia a sus dos principales riales. Al margen de eso, hay elegancia en la ciudad y se comparte tranvía o la barra del café. Porque nada une más que un enemigo común. Y en la capital mundial de la cotoletta y el ossobuco, está bastante claro hacia dónde apunta la brújula del odio.

El avvocato Peppino Prisco, mítico directivo del Inter, lo resumía así: “Cuando le doy la mano a un milanista me lavo la mano, cuando se la doy a un juventino, me cuento los dedos”. El epicentro del mal se encuentra fuera de la ciudad y viste de blanco y negro. Y eso ayuda. La Juventus, que tiene los mismos scudetti que los dos equipos lombardos juntos, ha contribuido a que se viviesen con cierta cordialidad la mayoría de asuntos. Incluso para proyectar el nuevo estadio que sustituirá a San Siro se han puesto de acuerdo. Se iluminará con los colores de cada equipo en fines de semana alternos. Aquí se comparte casi todo, como decía Severgnini, excepto los títulos.


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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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