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El foco apunta a ‘Martintxo’

Odegaard, tímido en su reestreno con el Madrid, afronta la oportunidad que tanto programó desde la adolescencia

Lorenzo Calonge
Odegaard, defendido por Elustondo en el Real Sociedad-Real Madrid.
Odegaard, defendido por Elustondo en el Real Sociedad-Real Madrid.Alvaro Barrientos (AP)

Una tarde, durante el confinamiento, cuando ya se podía salir a pasear una hora, el presidente de la Real Sociedad, Jokin Aperribay, se sorprendió al cruzarse en la playa de Ondarreta de San Sebastián con un Martin Odegaard casi de incógnito. El noruego había bajado desde su casa, un lugar cercano adonde se había mudado desde las afueras, a airearse la cabeza recién cortada. Llevaba una gorra blanca y los pantalones remangados hasta el tobillo para refrescarse los pies. Costaba reconocer a Martintxo, como era conocido entre los aficionados, y nadie lo molestó en su caminata. De su año en Donosti, además de su fútbol, recuerdan el carácter introvertido, discreto y atento de este joven nórdico que hace unos meses podía pasar inadvertido por la arena del Cantábrico y ahora tiene encima todos los focos del Madrid.

Al chico tímido e imberbe, pero con grandes aspiraciones, que apareció en 2015 en Valdebebas con 16 años le ha llegado su hora. La oportunidad que tanto diseñó con su padre ya está aquí. No hay mayor novedad en la plantilla que él. Zidane, que lo dirigió un año en el Castilla, no perdió tiempo en reclamarlo de su cesión en la Real tras el sopapo del City y no se demoró en ponerlo en funcionamiento. Su estreno el pasado domingo en Anoeta, sin embargo, resultó tan sigiloso como sus paseos por la Concha.

En Valdebebas valoran su madurez con 21 años y lo describen como “muy Kroos” en la puesta en escena

En el club blanco, cuentan, se han reencontrado con “un veterano” de 21 años. “Siempre fue un chaval adelantado a su edad y ahora es una persona realmente madura. Muy Kroos en la puesta en escena: serio por fuera, divertido y detallista por dentro”, detallan. Y con un avance nada menor para su integración en un ecosistema tan complejo: el idioma. “Se fue hablando apenas cuatro palabras y ahora es un chico que se relaciona en español con una fluidez espectacular. Eso es clave en la conexión privada con el equipo, especialmente con los jefes”, advierten. De ello también tiene culpa la Real, que le puso clases de apoyo a las que asistía con su gran amigo Isak, el delantero sueco de origen eritreo que era con quien mejor se entendía. Los unió su procedencia escandinava.

Una parte de este verano la pasó en Sierra Nevada, trabajando en altura y fortaleciendo la rodilla derecha, que acabó el curso pasado con una tendinopatía rotuliana. “Se machacaba mucho y se preocupaba bastante por la alimentación”, añaden desde San Sebastián. Cuidados que extendía a la mente, para la que tenía un psicólogo particular además del coach que le adjudicaban de serie los donostiarras.

Cocción lenta

Ahora será el fútbol el que lo ponga en su sitio. Lo que dice la experiencia reciente es que, si Zidane lo ha pedido expresamente, oportunidades tendrá. Él ha confesado que le gusta jugar en el centro del campo, un poco más adelantado, por la banda derecha. Ahí entiende que es la mejor ubicación para lucir regate, disparo y capacidad de pase. A las puertas de una temporada aún más apretada que casi se ha unido con la anterior, su participación y sus piernas frescas se antojan claves para ventilar una demarcación cuyos integrantes acumulan muchos kilómetros juntos. Eso y su dureza para lidiar con unas expectativas altas en el volcán de Madrid, lejos de la bonhomía de San Sebastián.

“Se machacaba y cuidaba mucho la alimentación”, cuentan en la Real, donde tenía psicólogo y ‘coach’

Su cocción fue lenta, tanto que algunos ya empezaban a desconfiar seriamente de su retorno al Bernabéu, pero la explosión resultó convincente. Su gran incidencia en el juego txuri-urdin, reflejada en los siete goles y nueve asistencias en 36 partidos, unido a un mercado en recesión por el Covid, aceleraron su vuelta a Valdebebas.

Hace un lustro, la adaptación a la Ciudad Deportiva no le resultó nada sencilla. Una vez recogido el confeti de la presentación con Butragueño, en el vestuario del Castilla despertó algunos recelos por el boato de su fichaje (costó 2,8 millones), la frecuencia con la que subía a entrenar con el primer equipo y hasta por su sueldo. Y tampoco la brusquedad que se gasta en Segunda B le ayudó a su estilo de salón. Su paso por el filial resultó discreto (cinco tantos y ocho asistencias en 62 partidos) pese a la titularidad casi fija, incluido el año que coincidió con Zidane. Se convirtió en el jugador más joven (16 años y 157 días) en debutar con el Madrid, en 2015, sin embargo, a su rendimiento le faltaban las luces que había despertado su desembarco. Así que empezó el carrusel de cesiones: al Heerenveen una temporada y media, donde no abandonó la discreción; al Vitesse otra campaña, clave en el primer estirón; y por último a la Real Sociedad, que lo lanzó definitivamente. Martintxo se marchó con todos los honores de Donosti, los mismos con los que regresa a Valdebebas, aunque con mucha más presión. Es su hora.

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