“Romario se desmarcaba caminando”
Rexach, mano derecha de Cruyff, recuerda el control de los espacios y los tiempos del genial delantero
A Carles Rexach (Barcelona, 73 años) siempre le gustaron las distancias cortas, seguramente porque tenía un pie derecho muy fino y preciso que le permitía alcanzar el lugar más lejano del área, excelente centrador y también muy buen rematador, delantero de pocos esfuerzos y mucha técnica, formidable en el golpeo de balón y visión de juego, vinculado desde los 12 años al Barça. Jugador, entrenador y ahora asesor de la junta directiva azulgrana que preside Josep Maria Bartomeu, Charly, mano derecha de Johan Cruyff en el banquillo del Dream Team, únicamente se escapó del Camp Nou con su discípulo y amigo Jordi Roure para dirigir un año en el Yokohama Flügels de Japón (1998).
Rexach acostumbra a decir que su vida ha girado alrededor de muy pocos kilómetros. “Correr es de cobardes”, repetía al igual que el bético Rogelio Sosa. No es de extrañar por tanto que el jugador que más le deslumbró fuera Romario da Souza (Río de Janeiro, 54 años), el brasileño que se sentaba delante del portero contrario y seguramente también el goleador que menos kilómetros necesitaba recorrer para marcar: 30 tantos prometió nada más llegar a Barcelona en una tarde de toros en la Monumental y 30 marcó para hacer campeón al Barça por cuarta temporada consecutiva (1993-1994).
“Nunca había visto un futbolista igual a”Romario”, recuerda Rexach. “Naturalmente que me impresionó Johan Cruyff cuando debutó contra el Granada en 1973. La diferencia es que ya sabía cómo volaba desde su explosión en el Ajax; y yo ya había jugado con Johan. También conocía a un genio que me entusiasmaba como George Best; rápido, regateador, hábil y un enfant terrible. He visto a algunas figuras”, añade el mismo Charly que en su día instó al Barça a fichar a Leo Messi cuando el padre del 10 amenazaba con regresar a Rosario porque ningún directivo se quería responsabilizar de fichaje del 10. “Nadie, sin embargo, me asombró tanto como en su día Romario”, afirma Rexach.
“El PSV Eindhoven jugaba un amistoso mientras nosotros estábamos de pretemporada con el Barça”, recuerda, “y me sorprendió la rapidez, el cambio de ritmo, la facilidad que tenía para meter goles aquel delantero de Brasil. Tal fue su recital que recuerdo haber dicho a Johan: “Si le tuviéramos nosotros, lo ganaríamos todo’. Aquel tipo pasaba de 0 a 100 en solamente cuatro o cinco metros; no lo había visto en ningún velocista, ni siquiera en el mismo Cruyff. Y, claro, fichamos a Romario”. Johan Cruyff sabía bien de quién se trataba porque conocía como nadie el fútbol de Holanda.
“Necesitábamos gol”, argumenta. “Ya no nos bastaba con la agresividad de Stoichkov y la elegancia de Laudrup. Nuestros rivales se cerraban, nos tenían muy estudiados y en el área se concentraban 20 jugadores, así que buscábamos a un delantero capaz de rematar fácil, sin espacios, único a la hora de ganar un metro y armar el tiro. Fuerte en el uno contra uno, Romario se perfilaba y movía tan bien que le daba tiempo a todo: a recibir y a chutar”, apostilla para después sintetizar su juego en el arrastre con el que quebró al central Rafa Alkorta en el 5-0 del Barça-Madrid del 8 de enero 1994, una de sus tres dianas aquella noche.
Una jugada de futbolín, la cola de vaca, la marca de Romario, un futbolista de 1,67m. “Aceleración y velocidad de ejecución”, insiste Rexach. “Y lo hacía todo parado. Me emocionaba ver una cosa inédita: se desmarcaba caminando, no necesitaba correr, sino prepararse para arrancar y fintar a cuantos poblaban la zona de definición”, añade. “La clave estaba en cómo se posicionaba”, prosigue. “Era muy hábil para orientarse y colocarse, tomar las referencias y medir las distancias; tenía siempre toda la portería a la vista y no solo uno de los palos como la mayoría de arietes”, apostilla Charly.
A Rexach, amante de los espacios reducidos, le encantaba cómo Romario dominaba “los ángulos”, como si su fútbol fuera geometría y no inspiración, pendiente de los postes, las líneas del área y del pasador más que de la pelota: debutó con un triplete ante la Real Sociedad después de tres asistencias de Pep Guardiola. El hoy técnico del Manchester City contaba que Romario actuaba como un semáforo: “Tú tenías que advertir cuándo se ponía ámbar, es decir, el momento en que iba a girar, para filtrarle la bola, ni un segundo antes ni uno después”, relataba Guardiola.
Conexión con Pep
“A veces le maldecías largo rato porque no quería el cuero”, insistía Guardiola. “Tocabas y tocabas y el semáforo estaba en rojo, hasta que Romario ladeaba y, en un momento estaba verde para recibir y tirar; y ahí no podías fallar”, recordaba el centrocampista, de manera que Romario se activaba más o menos en función de quién llevaba el balón, siempre próximo por tanto a jugadores como Guardiola. La mejor expresión de aquel Barça fue el 4-1 que le endosó al Dinamo de Kiev en septiembre de 1993, después de contar un remate cada tres minutos, y la peor se dio en la final de Atenas 1994, la clausura del equipo de Cruyff (4-0 ante el Milan).
Romario fue también el punto final del Dream Team. Ya no tenía solución de continuidad después de una temporada agitada por la necesidad de descartar a uno de los cuatro extranjeros en nómina en cada partido: Koeman, Stoichkov, Romario y Laudrup. Aunque siempre fue transparente, tanto que en el vestuario le apodaban “negro”, porque cuando estaba pálido era la señal de que no estaba para jugar, Romario nunca fue un jugador fácil de trato, a menudo indisciplinado y fiestero, alejado en cualquier caso del alcohol. “Tú no eres mi padre”, le espetó un día de reproches a Cruyff.
Antes, sin embargo, le dedicó una de las frases que han hecho fortuna: “El fútbol se mira con los ojos de Cruyff”. “Yo tenía un buen trato con Romario”, desvela Rexach. “No le gustaba que le recriminaran nada, y menos que le castigaran o putearan, sino que era de los que agradecían los mimos en momentos delicados y no las recriminaciones”, prosigue Charly después de recordar que llegaron a secuestrar al padre del jugador antes de un clásico en el Bernabéu.
Nadie pudo con Romario después de ganar con Brasil el Mundial de Estados Unidos 1994. Tampoco funcionó O Baixinho en el Valencia. Una Copa del Mundo, un Balón de Oro y casi 700 goles anotó un delantero con un tren inferior único y unos movimientos propios de un jugador de “dibujos animados” como le calificó Jorge Valdano. “El acelerador del fútbol era Romario”, resume Rexach.
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