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EL JUEGO INFINITO
Columna
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El fútbol no tiene que pedir perdón

No se volverá a competir por capricho de los futbolistas, sino porque es necesario mover la máquina de producir dinero que le da trabajo a tanta gente

Jorge Valdano
Jorge Valdano
Jorge Valdano

Miedo al virus. El fútbol vuelve de puntillas, con más miedo que entusiasmo, y armado con un protocolo de 23 páginas para salvar una carrera de obstáculos de final incierto. Los jugadores y el cuerpo técnico del Eibar le dieron la bienvenida al comienzo de los entrenamientos con un comunicado que manifiesta temores razonables. Es una vuelta paulatina, llena de prevenciones, con test iniciales que ayudarán a atenuar los riesgos. Pero tarde o temprano habrá que ir a cabecear un córner, y el riesgo que corra un jugador será extensible a su mujer y a sus hijos cuando vuelva a casa. Nos inocularon suficiente miedo como para recluirnos sin rechistar durante semanas, es natural que al abrirnos la jaula veamos como un peligro la vuelta a la normalidad. Se supone que los héroes no tienen miedo, pero si algo ha demostrado la covid-19 es que todos somos iguales ante su implacable ley.

Miedo al privilegio. En el comunicado del Eibar, uno de los clubes con presupuesto más bajo de Primera División, se habla en dos ocasiones de la condición de privilegiados de los jugadores de fútbol. Es una muestra de sensibilidad ante los aficionados que saldrán de la pandemia con una angustiante situación de precariedad laboral. Pero también es la expresión de una especie de culpa que nunca entendí. Son los jugadores quienes mueven la colosal máquina de hacer dinero en la que se ha convertido el fútbol, de manera que lo que ganan, es directamente proporcional a lo que producen. ¿O la justicia capitalista vale para todos menos para los futbolistas? Para llegar al profesionalismo hay que ganar un concurso con millones de aspirantes, y para mantenerse hay que entregarle la adolescencia y la juventud a esta maravillosa carrera. No hay por qué pedir perdón.

Miedo moral. Con el comienzo de los entrenamientos se levantó una buena polvareda porque los futbolistas, antes de empezar la actividad, fueron sometidos a test para comprobar su estado de salud y evitar contagios. No detuvo la polémica el hecho de que fueran los mismos futbolistas quienes levantaran la voz señalando la injusticia que significaría para los sanitarios y la población de riesgo. El debate lo terminó el sentido común. Pero conviene aclarar que no se volverá a competir por capricho de los futbolistas, sino porque es necesario mover la máquina de producir dinero que le da trabajo a 185.000 personas en España y a millones en el mundo. Seamos claros: la que tiene prisa es la industria, no el juego. El juego es un problema gratuito que nos hemos inventado y cuya solución nos sirve para divertirnos más y hasta para vivir mejor. Pero la industria tiene otra gravedad, porque sostiene el modo de vida de muchísima gente.

Miedo a la opinión pública. El prejuicio está instalado desde hace mucho tiempo. El futbolista es el ejemplo perfecto para señalar injusticias sociales. “¿Qué se puede esperar de una sociedad en donde los científicos tienen que marcharse del país, mientras los futbolistas ganan lo que ganan?”, se escucha en todos los foros. No los grandes empresarios, no los grandes actores. Los jugadores. Hay algo clasista en esa mirada que no olvida el origen humilde de los futbolistas ni su poca preparación intelectual. Pero me gustaría recordar que fueron los futbolistas de más renombre los primeros que hicieron donaciones importantes para atenuar los efectos económicos del coronavirus. Y tampoco quiero olvidar que el fútbol, a través de LaLiga, se ha comprometido a dar 200 millones de euros en los próximos cuatro años a las distintas federaciones que necesitarán ayuda para salir de esta colosal crisis. Es hora de preguntarse: ¿Y si el fútbol tuviera mejor corazón de lo que la gente se cree?


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