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Abelardo, entrenador bombero

El nuevo técnico del colista Espanyol ya ha superado momentos críticos en los banquillos de Primera

Jordi Quixano
Abelardo, el pasado día 30, en su primer entrenamiento con el Espanyol.
Abelardo, el pasado día 30, en su primer entrenamiento con el Espanyol.Enric Fontcuberta (EFE)

La situación era límite. En la temporada 2014-15, el Sporting estaba catatónico, al punto de que estuvo cinco meses sin poder pagar a los jugadores, también sancionado por el Comité de control económico de LaLiga a fichar solo en el supuesto de que fueran del filial. Tan mal estaba la billetera del Sporting que Abelardo, entonces técnico del primer equipo, puso dinero de su bolsillo para que alguno hiciera frente a los alquileres de sus viviendas. Hasta que el expresidente Antonio Veiga le advirtió de que o ascendían a Primera o el club se extinguía. “No se lo comenté a nadie, pero fue muy duro. Dormía mal y perdí siete kilos”, reconoció Abelardo un tiempo después. Pero su Sporting, sin fichajes ni dinero, logró ascender y mantenerse al año siguiente. Justo lo que necesita el Espanyol, que lo ha contratado hasta que acabe la temporada para obrar el milagro de salvarse de la quema como también hizo con el Alavés en el curso 2017-18, pues lo cogió con nueve puntos en la jornada 14 y le sobraron cuatro partidos para certificar la permanencia.

Toda una gesta para el Alavés, también una consecuencia del trabajo de Abelardo. Pitu empezó con los cadetes del Sporting, pero pocos meses después, en 2008, ya estaba en el filial. “Puse a Preciado en el primer equipo y a él en el B porque se veía que tenía mucho recorrido”, recuerda Emilio de Dios, entonces director deportivo del Sporting y ahora del Sevilla. Pero tras un curso y medio se torcieron los resultados en Segunda B y se le destituyó. “Fue una conversación muy difícil antes de Reyes y se enfadó, como es lógico y porque tiene carácter. Pero con el tiempo se arregló”, añade.

Fuera del Sporting, Abelardo se propuso empezar desde abajo, por lo que firmó por el Candás, de Tercera. “Cuando llegó, fue un impacto. Pero pronto vimos que era persona humilde y alegre”, rememora Pablo Hernández, entonces jugador y ahora entrenador del equipo. “Si soy técnico”, dice; “en parte es porque me hizo entrar el gusanillo. Era un entrenador top, que estaba fuera de lugar. Tenía los conceptos y sabía transmitirlos”. No solo eso, sino que todos recuerdan las anécdotas que explicaba del Barça, de la selección y de jugadores como Ronaldo y Romario. “Le preocupaba la unión del equipo y nos obligó a hacer al menos una comida a la semana juntos”, agrega. Forma de hacer que llevó al equipo a ganar la Copa Federación. Pero tras un año, Abelardo quiso mejorar.

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La ocasión se la ofreció el Tuilla, también en Tercera pero con aspiraciones de ascender. “Se fue Ricardo Bango [exinternacional] y le pedimos que nos trajera a alguien. Ese fue Abelardo, que ni siquiera negoció el salario”, rememora Luis Alberto, entonces presidente del Tuilla. “Gestionaba como nadie el vestuario; le escuchaban con ganas. También se los ganó porque hacia comidas semanales y participaba en los entrenamientos y partidillos, además de trabajar sin parar”, explica. Lo que les llevó a ganar la Copa Federación. Pero en enero se bajó del tren, reclamado por el Sporting.

Regreso a Mareo

Con Clemente como técnico del primer equipo —no logró evitar el descenso a Segunda— Abelardo regresó de segundo. “Tenían una relación excelente”, recuerda De Dios; "porque sabía dónde estaba y porque, aunque también sabía que acabaría en el banquillo del Molinón, no tenía prisas". Pero antes pasó como entrenador del filial y en 2014 ya asumió las riendas del primer equipo, bombero frente a la crisis deportiva y económica del club. Y, aunque obró el milagro del ascenso y al año siguiente de la salvación, fue destituido en 2017 por malos resultados. Unos meses más tarde, sin embargo, le llegó la oferta del Alavés, que estaba en situación crítica. Nada que no solucionara el Pitu. “Vino en una situación muy mala, de puntuación y estado anímico. Pero fue un acierto porque su fuerte es el vestuario. Trabaja mucho el día a día, la convivencia, y tiene involucrado a todo el mundo, por lo que íbamos contentos a los entrenamientos. Lo consiguió por su manera de ser”, conviene el central Víctor Laguardia, todavía en el Alavés.

No varió su librillo Abelardo, que exigió durante los primeros meses que los jugadores desayunaran y comieran juntos en las instalaciones del club. “Más adelante ya pasamos a cenas en restaurantes y logró crear sintonía en el vestuario. Ese era su secreto. Quizá no inventaba nada en cuestiones tácticas, siempre con el 4-4-2 o el 4-3-3, ni daba charlas emocionantes. Pero a nivel de confianza y mental nos hizo buenos, además de generar un gran ambiente”. Tanto, que aún recuerdan cómo se reían con ganas cuando se atrabancaba al pronunciar algún apellido complicado de la plantilla. Después de dos cursos, sin embargo, decidió marcharse entre lloros. “Me voy con mucha pena, pero mi cabeza me decía que necesitaba un descanso, un cambio; ha sido una decisión muy meditada con mi familia y, muy a mi pesar, acertada”, resolvió.

Ahora, vuelve a coger la pizarra y el silbato para reanimar al Espanyol, colista de Primera a cinco puntos de la salvación con media temporada por disputar.

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