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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La dramática noche de Colón

La Pulga Rodríguez protagonizó una noche emotiva para meter a Atlético Colón en la final de la Copa Sudamericana

Enric González
Fernando Zuqui, izquierda, celebra un gol con la Pulga Rodríguez.
Fernando Zuqui, izquierda, celebra un gol con la Pulga Rodríguez.Eugenio Savio (AP)

Suele decirse que el fútbol es una representación incruenta de la guerra. Cada equipo cuenta con sus colores y sus tradiciones, como el trasunto de una nación. Cada partido es una batalla que se gana o se pierde. Todo esto le confiere emoción o, si se quiere, carga dramática. Pero el auténtico drama requiere conflicto humano. ¿Recuerdan la película de John Huston Victory, o Evasión o victoria, o Escape a la victoria, o como quiera que se llamase en su tierra? Era un drama bélico que contenía un dramático partido de fútbol que a su vez contenía una serie de dramas personales. Raramente vemos en un estadio tanto drama junto, pero a veces se da el caso.

¿Qué elementos debería reunir un gran drama futbolístico?

Tomemos, para empezar, un club pequeño, porque los clubes humildes con mucha historia suscitan la empatía del público. El Atlético Colón, por ejemplo, fundado en 1905 por un grupo de niños en la ciudad argentina de Santa Fe. Le pusieron Colón porque esos días estudiaban en la escuela la figura del célebre navegante. Como no había adultos entre ellos, le pidieron al gobernador de la provincia que aceptara ser presidente, y el gobernador aceptó. En su siglo largo de existencia, el Colón llegó a ser subcampeón de Primera y alcanzó varias finales, pero no tiene ningún gran título en su palmarés. Eso sí, en 1964 venció al gran Santos de Pelé.

Ahora elijamos a un protagonista. ¿Qué tal un chico pobre y canijo, un típico cara sucia, con una vida azarosa? Luis Miguel Rodríguez nació el 1 de enero de 1985 en Simoca, una pequeña población de la provincia de Tucumán, hijo del albañil Pocholo Rodríguez. Eran nueve hermanos. Luis Miguel, llamado Pulga por su tamaño, jugó descalzo al fútbol hasta los 10 años. A los 14 ingresó en el Real Madrid, con el que disputó un Mundialito en Gran Canaria; Pulga fue elegido mejor jugador. Quiso ficharlo el Inter de Milán, pero su representante le envió a Rumania porque el Craiova pagaba una comisión. A la hora de la verdad, Pulga se encontró durmiendo en la estación de Bucarest, sin Craiova y sin representante. Regresó como pudo a Simoca y volvió a trabajar de peón junto a su padre. Para llevar más dinero a casa jugaba partidos de barrio como “estrella invitada” a cambio de 200 pesos. Como el chaval era formidable, acabó ingresando en Racing de Córdoba, luego en Newell’s de Rosario y finalmente en Atlético Tucumán, donde marcó 120 goles, se convirtió en el mejor jugador que jamás tuvo ese club y alcanzó a vestir, una vez, la camiseta de la selección, a las órdenes de Maradona. El padre, Pocholo, nunca le vio jugar porque se ponía demasiado nervioso. La pasada temporada consiguió el ascenso, pero Pulga anunció que se había afiliado al peronismo y eso creó problemas. Con 34 años, pasó a Atlético Colón.

Ahora, el nudo del drama. Atlético Colón llegó a las semifinales de la Copa Sudamericana. Empató en casa la ida frente al Atlético Mineiro de Brasil. Y murió el viejo Pocholo. La vuelta, en Belo Horizonte, el pasado jueves, terminó también en empate. Había que lanzar penaltis. Uno de los héroes de la tanda fue el portero de Colón, Leonardo Burián, que acababa de perder a su hermano en un accidente. El otro fue Pulga Rodríguez. Por favor, busquen en YouTube el penalti que lanzó: si un disparo desde los 11 metros puede ser alegre y hasta feliz, fue ese de Pulga. Lo ejecutó con una sonrisa. Y Colón alcanzó la final. Entonces Pulga y Burián se abrazaron entre lágrimas.

Cuando hablábamos de drama, nos referíamos a cosas así.

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