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Sin bajar del autobús
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gran final imperfecto

Es muy humano aspirar a que tu relato se adorne con una última gesta. No conseguirlo es quizá más humano aún

Juan Tallón
Fernando Alonso, en las 6 Horas de Silverstone.
Fernando Alonso, en las 6 Horas de Silverstone.CLEMENT MARIN (GTRES)

Es difícil irse de un sitio a la hora perfecta. Casi siempre esa hora llega un poco antes de que uno se dé cuenta, y cuando lo advierte, ya no es tan perfecta. No tiene nada de raro. Los finales imperfectos, teñidos con un pequeño revés, son los más utilizados. Casi todas las vidas tienen uno. También la de Fernando Alonso en la Fórmula 1, que en la persecución de su tercer título mundial consumió más de diez años de esfuerzos y frustraciones, y al final se le escapó. Es muy humano aspirar a que tu relato se adorne con una última gesta. No conseguirlo es quizá más humano aún. Estamos tan acostumbrados a que un campeón aspire a seguir siéndolo que a veces vemos cómo persigue sombras. En una trayectoria menos laureado, pero culminada con un final redondo, Nico Rosberg buscó el título de campeón, y cuando al cabo de los años lo encontró, cerró el círculo y no insistió más. Levantó el campeonato y se retiró, sorteando el peligro que el círculo se convirtiese en una espiral.

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Quizá el último gran final, en deporte, sea el de Zidane. Se marchó a la hora perfecta, en la que cualquier otro en su lugar alegaría que se lo estaba pasando tan bien que le dio pena tener que irse en lo más divertido. Pero Zidane es Zidane, alguien capaz de mostrar cómo abandonar un sitio puede ser un arte. Depender de un motor y una carrocería para conquistar un final así, ante el que hasta los haters se rindan, dificulta más el reto. Cuando la gloria se somete a la oportunidad de tener o no de una máquina veloz y fiable, es posible que el talento no baste y que tu historia se dirija hacia un final declinante. La obsesión de Alonso por ganar un nuevo título se consumió en la obsesión, anterior a esa, por conseguir un coche competitivo. Doble trabajo. Ahí chocó continuamente contra un muro, a semejanza de aquel personaje de El mar, de John Banville, que una noche intentó redactar sin suerte un testamento con una máquina de escribir a la que le faltaba la letra I, imprescindible para poner “yo” en inglés, y sin la cual un testamento se aboca a la imperfección total.

Hace tiempo que la historia de un piloto es la historia de su relación con un artilugio demasiado complejo y caro. Y esa relación se reserva a menudo un final frustrante, que acaba en abandono o en cero puntos. Esta idea vale, en realidad, para cualquier persona y cualquiera de sus máquinas. Piensa en tu impresora, por ejemplo. Conozco muchísimas historias sobre impresoras que acaban mal, con la máquina abandonando a su dueño. A veces solo la usas un día al año, así que procuras que tenga tinta, que haya papel, que los cables estén en su sitio. Nada puede fallar, así que cuando pulsas el botón imprimir, falla. Máquinas. “Fue el mejor piloto durante una década, pero no tuvo coche, así que no pudo demostrarlo”, es un buen resumen de la carrera de Alonso en el que estamos dispuestos a creer, asumiendo la dura contradicción.

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