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Bruno Hortelano se queda a un suspiro del podio en los 200 metros

El velocista español (20,05s) termina cuarto por una centésima en una final de 200m en la que el campeón mundial, el turco Ramil Guliyev (19,76s), batió su récord personal

Carlos Arribas
Bruno Hortelano, centro, cruza la meta en la final del 200.
Bruno Hortelano, centro, cruza la meta en la final del 200.CLEMENS BILAN (EFE)

Fue un rayo, un suspiro. Todo en poco más de 20s, los que devolvieron a Bruno Hortelano, embarcado en un viaje por los lugares en los que todos los anhelos se convierten en reales, a la dura tierra real. Pagó el precio de su ilusión desbordada.

Sale como un rayo de los tacos. En 147 milésimas, casi simultáneo al disparo, sale despedido como por un muelle sin límites y se pone a pleno régimen. Sale magnífico de la curva, del arco de ballesta tan amplio y azul en el Estadio Olímpico de Usain Bolt, un homenaje al mito, y en la recta ya no puede más. Mantiene el duelo con Ramil Guliyev, el rival, unos metros, y sucumbe. El tractor azerbaiyano ajustado en Turquía corre demoledor. No conoce los límites. Los obstáculos. Todo lo arrasa. Corre más rápido que en la final del Mundial en la que pudo con los mejores, con el fenomenal Van Niekerk, con el espléndido Makwala. Pero Hortelano, que conoce, que cree en él, en el poder ilimitado de la voluntad, le mantiene el pulso. Y el cuerpo dice basta.

Y el agotamiento, el ir más allá de lo que su corazón puede, de la velocidad con la que su sistema nervioso puede contraer sus músculos, le deja a merced del inglés Nethaneel Mitchell-Blake y del suizo Alex Wilson, que le alcanzan y también le devoran. Sin remordimientos. Son 10 metros en los que Hortelano, aún movido por un deseo no correspondido, es superado por ambos. Y aun así, se niega a rendirse. Su pecho cruza la línea una centésima más tarde que ambos, a los que solo seis milésimas separan a favor del británico, pero es tal la fuerza descontrolada que mueve a Hortelano, tal su impulso, el élan vital que busca en la victoria, que se tropieza y cae, y da una voltereta dolorosa. Su aterrizaje.

Con un viento a favor de 0,9 m/s, Hortelano ha corrido los 200m en 20,05s, la mejor marca de su vida exceptuando los 20,04s de los campeonatos nacionales en Getafe que figuran como récord nacional. Ha corrido como nunca, como no pensó que volvería a correr después del accidente en el que por poco pierde una mano. El guante negro, su metrónomo, se dejó llevar, se aceleró en exceso, y le hizo perder el ritmo de la partitura que tan bien interpretó en las semifinales. Las grandes ligas están aún lejos de Hortelano, la barrera de los 20s que se niega a caer. Su entrenador, su gente, recuerda que en los Juegos de Río, cuando corrió en 20,12s en series, no pudo repetir cronómetro en semifinales porque su cuerpo aún no estaba acostumbrado a tal velocidad. Su cuerpo debía asimilar y repetir varias veces antes de volver a doblarse más rápido. El siguiente escaló que descendió, una décima, que en velocidad es un mundo, debe asimilarlo también. Para ello necesitará volver a ser un atleta que pueda despreciar la carga emocional que comporta cada zancada tan cerca de su retorno, hace solo tres meses. Y correr libre, sin anhelos más allá de las leyes físicas de la velocidad. Y poder participar en carreras en las que se pueda bajar con regularidad de los 20s.

Cuando se le pregunta, Hortelano repite, y no se cansa de hacerlo, que la carrera más importante de su vida fueron los 400m de mediados de mayo de 2018, 45,93s, en una pista de Tenerife llena de chavales que sueñan con ser atletas. Dos años después de pensar que su carrera se acababa.

“Estoy contentísimo, aunque me he quedado a las puertas de las medallas”, dice nada más terminar, aún sudado el calor de Berlín, Hortelano, “Quería la medalla porque soy competitivo, pero yo no salí del hospital para ganar una medalla sino para estar aquí. Para mí es una gran victoria”.

El verdadero regreso de Hortelano, el atleta que logra emocionar simplemente viéndolo correr, fue entonces, en Tenerife, cuando dijo, “he vuelto para quedarme”. Y volvió a disputar una final. Su victoria verdadera.

La sonrisa de Bruno iluminó el Estadio Olímpico de Berlín

A Guliyev se le había perdido de vista, se veían las banderas de los turcos que se habían levantado de los asientos a celebrar la hazaña de su héroe, el campeón de Europa. Entre ese mar rojiblanco, sobresalía la sonrisa de Bruno Hortelano asomándose por la escalera que lo conducía a una mesa llena de televisiones que lo estaban esperando. Alzaba los brazos, sereno, feliz. Aquel gesto lo decía todo: “Me he notado en el mejor estado de forma del año y de mi vida. Me he quedado a una centésima de mi marca personal, el récord de España. He notado muy buenas sensaciones en la carrera. La salida la he hecho fuerte, me he colocado en una buena posición en la curva, me he notado muy competitivo. Luego se me han ido aproximando los dos atletas que tenía a mi derecha y yo me he lanzado con todo lo que tenía, incluso me he caído, me he raspado la espalda pero no llegaba. Esos tres han corrido más que yo el día de hoy”.

Bruno lo repitió una vez más: “Este año, esta era la gran cita”, el campeonato de Europa, dos años después de un proceso de recuperación que lo ha llevado al extremo. “Hoy, yo no he perdido la medalla, sino que ellos han corrido más y se lo han ganado”.

“Para mí, como si fuera oro”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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