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Los ‘podcasts’ de las viejas glorias

Landis, Armstrong y Wiggins mantienen espacios multimedia comentando la carrera que les convirtió en personajes universales

Carlos Arribas
Floyd Landis, exciclista productor legal de marihuana y del 'podcast' 'Straight Dope'.
Floyd Landis, exciclista productor legal de marihuana y del 'podcast' 'Straight Dope'.Getty Images

El Tour es la voz de quienes lo narran, y la imagen. Los exciclistas suelen acabar de comentaristas en la tele o en la radio convencionales, perpetuando los mitos, pero algunos excampeones (buenos y malos) con mucha personalidad buscan en sus podcasts crear una nueva tradición, un nuevo maillot para vestir al Tour centenario: hay quien le busca una casaca contracultural; otros creen más en lo vintage;y también los hay provocadores.

Floyd Landis cultiva marihuana en Colorado para venderla legalmente y no ha encontrado mejor manera de hacer publicidad de sus virtudes terapéuticas que con un podcast por Youtube a medias con David Zabriskie, el ciclista de Utah con nombre de película hippy de Antonioni que ganó una etapa de la Vuelta en Caravaca. La marca de los productos —aceite de hachís, geles, plantas…— a base de cannabis se llama Floyd’s of Leadville y el podcast, Straight Dope (pura droga), y la pareja habla del Tour, por supuesto.

Es el Tour contracultural.

Hablan aparentemente fumados, con ese tono y esa risa tonta, lo que les permite salta con soltura y descaro de temas interesantes. Lo mismo recuerdan que en la antigua Rusia los pobres esperaban en la puerta de los ricos a que los criados sacaran los orinales de sus amos después de haberle dado a infusiones de amanita muscaria. Después se bebían la orina en la que el muscimol, el principio alucinógeno del hongo, atraviesa sin problemas el filtrado renal, que, sin embargo, retiene los alcaloides tóxicos de la seta. Así que los pobres se colocaban mejor, cuentan, y también que si la civilización occidental conoce el hachís y sus bondades es gracias a los ejércitos coloniales de los varios Napoleón, que lo descubrieron en sus guerras en Egipto y en Argelia en el siglo XIX, y lo veneraron y extendieron su consumo.

En su desmesura extraída del libro Las drogas en la guerra, del polaco Lukasz Kamienski, la pareja formada ante el micrófono por el ganador despojado del Tour de 2006 y por uno de los mejores gregarios de Lance Armstrong no llega a recomendar asaltar los anaqueles de orina guardados en los laboratorios antidopaje para conseguir doping barato, pero sí a ligar el hachís, el ejército nada menos, Francia e, inevitablemente, su gran invento cultural, el Tour y el dopaje, con lo que disfrutan y hacen reír a sus oyentes. Sus enemigos son los biempensantes y los santurrones, cuyas actitudes ante la vida están, recuerdan, ancladas en la hipocresía y la religión. Y se ríen de Thomas y Froome, los mascarones de proa del Sky.

Landis nunca olvidará que perdió un Tour por dar positivo por la única sustancia prohibida que asegura no había ingerido ese día, testosterona, ni su compatriota, y culturalmente tan alejado, Lance Armstrong nunca dirá que no ha ganado siete Tours, no al menos a los oyentes de sus podcasts, en los que la palabra doping no se pronuncia. El tejano llama a conversar con él a antiguos compañeros, como George Hincapié, y al director-forjador de su equipo, Johan Bruyneel, y hablan en serio de los tiempos de subida a Alpe d’Huez, de tácticas y cosas así. El doping es en sus emisiones radiofónicas lo que los ingleses llaman un elefante rosa en la habitación: todo el mundo lo ve pero todos hacen como que no está. Como mucho, Armstrong permite que la vida real entre en su programa de forma jovial y entonces habla de sexo y de que él cree que solo Mario Cipollini era capaz de practicarlo cotidianamente durante el Tour. Y su audiencia se ríe y llama para decirlo.

A Bradley Wiggins aún no le han quitado el Tour que ganó en 2012, por lo que no se le suponen cuentas pendientes con la grande boucle, antes al contrario. En su podcast, emitido semanalmente a través de un canal convencional, el inglés hace alarde de sentido del humor inglés e intenta analizar con seriedad y sin mal genio, sobre todo, lo que puede dar de sí la pareja Geraint Thomas-Chris Froome, heredera de la que formó él mismo con Froome. El jueves, en la cima de Alpe d’Huez, el colombiano Egan Bernal sufrió un lapsus cuando, a la pregunta de quién es el líder en su Sky, Thomas o Froome, respondió rápido, antes de pensarlo, que en el equipo tenían dos líderes… “Bueno, no”, intentó rectificar, tarde, “Froome es el líder, pero Thomas está de amarillo y por eso le consideramos líder…” Profundizando en esa contradicción, el experto Wiggins, que sufrió la insolencia de Froome, quien cada día quería demostrar que iba más que él, recuerda que el ideólogo del equipo, David Brailsford, todas las noches le convencía de que él podía ganar el Tour. Tardó tiempo en saber que lo mismo le decía a Froome: Brailsford quería mantener a los dos delante por si uno fallaba. Y, dice Wiggins, lo mismo hace ahora.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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