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Siria cae de pie para despertar de su sueño mundialista

Australia jugará la repesca intercontinental tras superar al final de la prórroga a un rival pleno de coraje que en inferioridad numérica envió un remate al palo en la última jugada de partido

Omar Al-Somah, delantero sirio, celebra el gol de su selección en Sydney.
Omar Al-Somah, delantero sirio, celebra el gol de su selección en Sydney.Rick Rycroft (AP)

Si hay que perder que sea como lo hizo Siria, que cayó con honor en Sydney para despertar de su sueño mundialista, el que quería llevar a un país que lleva más de seis años en guerra al mayor escaparate futbolístico, quizás social, del planeta. Siria perdió (2-1) en Australia, en la segunda parte de la prórroga, cuando jugaba con diez hombres. Y en la última acción del partido envió un remate al palo. Tantas veces heróica, capaz de rescatar resultados favorables en agónicos finales ante Uzbekistán, China, India o el viernes pasado en la ida de la eliminatoria contra los australianos, esta vez la moneda salió cruz para los sirios, pero que la hayan vuelto a tener en la mano habla sobre el carácter indómito de un grupo de futbolistas que se ha ganado la eternidad.

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Australia jugará en noviembre la repesca intercontinental frente a Honduras. Y lo normal es que Siria, su fútbol, regrese al anonimato y a su dura realidad. A unos 1.000 euros por cabeza ascendía la prima por superar esta eliminatoria, algo así como el salario anual de un futbolista en el país. Apenas el portero Ibrahim Alma permanece allí, en un estado en el que se contabilizan desde el inicio del conflicto la muerte de 38 jugadores de Primera o Segunda División y 13 más permanecen en paradero desconocido. Más de 200 han hecho las maletas. En el once titular que saltó al campo este martes en Sydney hay futbolistas de la liga jordana, la omaní, la iraquí o la kuwaití.

El partido evidenció el extremo mérito de los futbolistas sirios y la pobreza futbolística de la selección australiana, muy lejos en cuanto a nivel y pasión de aquella que impactó hace doce años para eliminar a Uruguay y presentarse en el Mundial de Alemania, donde cayó en octavos de final en un discutido final contra Italia, al final campeona. Australia se beneficia de un entorno en el que el fútbol quiere crecer, con una liga que cada vez invierte más dinero y atrae mejores futbolistas, un inmenso país con una magnífica cultura deportiva que fomenta la competitividad. Los jugadores que sobresalen ya hace tiempo que no temen buscar su progresión en el otro extremo del mundo, casi todo el equipo que dirige Ange Postecoglou tiene experiencia en el fútbol europero, pero un detalle alerta sobre el estancamiento de la selección: su futbolista referencial, el autor de los dos goles que le dieron la victoria ante Siria, es Tim Cahill. A punto de cumplir 38 años, de vuelta a la competición de su país tras quince campañas en Inglaterra y un último exilio en Nueva York para jugar la MLS, es el hilo que entronca con aquel equipo del 2006.

Cahill empezó a dejar su impronta en un frenético comienzo. Empató un partido que había empezado con un gol sirio que les ponía en ventaja tras el empate a uno de la ida en su exilio malayo. “Desde hace mucho tiempo dicen de nosotros que somos los más débiles, pero eso nos da un espíritu desafiante”, apunta Ayman al-Hakim, el seleccionador. Así que Siria salió al partido con un punto desbocado para marcar y pasar a liderar a una eliminatoria que tenía en contra. Marcó Omar Al-Somah, un delantero de nivel que regresó al equipo el mes pasado tras cinco años de abstinencia. Había resultado decisivo para que en 2012 la selección siria ganase la Copa de Asia Occidental, un torneo menor que hasta ahora era su mayor conquista. Para entonces ya hacía casi dos años que no podían jugar ante su público debido al conflicto bélico. Al-Somah lució en la celebración sobre el césped una bandera de los rebeldes que se oponían al régimen de Bashar al-Assad. No regresó ni al equipo ni al país.

Alegría australiana y desolación siria al final del partido.
Alegría australiana y desolación siria al final del partido.Rick Rycroft (AP)

Delantero longilíneo, de buen manejo, excelente remate y descomunales cifras goleadoras en la líga saudí, Al-Somah ya había resultado decisivo al marcar en el minuto 94 el gol en Irán que hizo posible que Siria jugase la eliminatoria contra Australia. Y ante los socceroos envió al palo el remate final que hubiera enviado la liza a la tanda de penaltis. “Tenemos todo lo necesario para superarles, solo nos faltan los aplausos de nuestra gente”, apuntó antes de empezar el duelo. En Sydney se congregaron más de 42.000 espectadores, buena parte del fondo del estadio estaba atestada de aficionados. La diáspora siria por el conflicto afecta, según datos de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, a cinco millones de personas. Hasta que hace dos años Australia endureció su política migratoria eran frecuentes la llegada de damnificados por las diferentes guerras en el continente asiático. Se calcula que unos 50.000 sirios arribaron a tierras oceánicas durante esta década. Una nutrida representación se dio cita en Sydney para lucir su bandera por más que se discuta sobre el papel de la selección de fútbol como aparato propagandístico del régimen de Basha.

“Sé que la mitad de Siria me odiará y la otra me apoyará. No busco eso. Solo quiero ayudar a dar felicidad a todo nuestro pueblo”, explicó Firas Al-Khatib cuando regresó, como Al-Somah, a la selección. Se trata de un talento de 34 años al que no le sobra motor, pero sí jerarquía, el futbolista sirio con mayor recorrido en la elite, al que en su día solo la ausencia de un permiso de trabajo alejó de un goloso contrato en el Nottingham Forest. Al-Khatib y Al-Somah guiaron a un equipo huérfano por tantas cosas, también en esa última cita por la ausencia de cinco futbolistas titulares, entre ellos Omar Kharbin, un delantero que acaba de marcar tres goles en una semifinal de la Champions asiática. Hasta contra eso lucho Siria, que cayó de pie.

Aficionados sirios en el Olympic Stadium de Sydney.
Aficionados sirios en el Olympic Stadium de Sydney.DAVID GRAY (REUTERS)

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