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El Athletic coge el último tren ante el Eibar

Un gol de Raúl García en el descuento doblega al equipo local, que jugó casi medio partido con uno menos

Enrich disputa un balón con Raúl García.
Enrich disputa un balón con Raúl García.Juan Herrero (EFE)

Athletic y Eibar no juegan derbis porque no son de la misma ciudad, ni juegan clásicos porque llevan enfrentándose cuatro días, como aquel que dice. O sea, que es un partido indefinible, que no está ni en la rutina ni en los acontecimientos especiales, si no fuera porque estaba Europa en juego y eso le daba la importancia que en el juego no tenía. Porque en el campo pasaban pocas cosas, casi ninguna, solo detalles, alguna anécdota. Lo imposible no ocurría, porque nadie lo intentaba y el Eibar aplicaba su receta consabida: fútbol ágil, rápido, intenso, sin miramientos. Y el Athletic, mirando sin discernir si debía sacar el paraguas o lanzarse a cuerpo a la calle y que sea lo que Dios quiera. Y Europa mirando el pasaporte de ambos sin saber a quién darle el ok.

Porque el Eibar aportaba un entusiasmo de Erasmus imposible de detener. Capa le obligaba a Muniain a mirarle el número y el navarro es más de letras, en el fútbol, que de ciencias. Pedro León buscaba el pase perfecto y no lo encontraba. Dani García y Escalante tenían el jardín del medio campo podado sin que San José e Iturraspe escuchara el ruido de la cortadora del césped. Nada pasó en la primera mitad. Ni un tiro a puerta. Ni una ocasión de peligro. Ni un asomo de nervios en los porteros. Un lunes cualquiera lleno de rutina, de semáforos en rojo, de atascos vayas por donde vayas. Un lunes sin historia por más que a historia le tentara al Eibar con un renglón en su libro luchando por Europa y que al Athletic la historia se lo exigiera.

Y ni un alma se acercó a la cabina de control de pasaportes. El Athletic fue hueco, vano, como un viajero en la cola sin prisa. Con Aduriz olvidado encerrado en el baño y Wiliams corriendo por los pasillos como un chiquillo. Y el Eibar haciendo lo que mejor sabe: incordiar, meterle marcha al asunto aunque también sin encontrar al ama de llaves. O sea, que el partido era tan divertido como un viaje en metro en hora punta.

Lo animó Escalante tratando de salir de la rutina con una patada inoperante e inoportuna, pura ansiedad, a Muniain, que le valió la expulsión cuando aún no había llegado a su destino. Se bajó antes de tiempo y se perdió. Pero ni así dio el Athletic sensación de superioridad.

Cierto que Raúl García, un caballero oscuro remató al poste en una insolencia del partido y que hubo un posible penalti (muy dudoso) por mano de Williams en un despeje, pero pasaban pocas cosas como si la impotencia fuera un armisticio entre ambos.

Y en esto llegó lo imposible, que estaba ahí, quizás latente, pero invisible, y en el descuento una falta la lanzó Beñat con sabiduría, respondió Yoel y su rechazo inverosímil lo envió Raúl García a la red. Como cuando se te cuela alguien el metro el lunes. Como cuando se te cuela alguien en el control de pasaportes de Europa.

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