_
_
_
_
_

Federer derrota a Nadal en una grandiosa final del Open de Australia y conquista con 35 años su 18º Grand Slam

El suizo, inmenso, resiste esta vez a la insurgencia del español, también espléndido. Remonta un 'break' en contra en la manga final (6-4, 3-6, 6-1, 3-6 y 6-3, tras 3h 38m) y alza su quinto título en Melbourne

Alejandro Ciriza
Federer besa el trofeo de campeón en Australia.
Federer besa el trofeo de campeón en Australia.Kin Cheung (AP)

La final de las finales, como se presuponía este Rafal Nadal-Roger Federer, se resolvió acorde al cartel, después de un ciclópeo pulso y un volcánico desenlace en el que terminó imponiéndose el suizo por 6-4, 3-6, 6-1, 3-6 y 6-3 (en 3h 38m). Venció Federer y conquistó así su 18º título del Grand Slam, el 89º trofeo de su legendaria carrera, su quinta corona del Open de Australia. Ganó él, el campeón eterno, pero la moneda bien podría haberse decantado del otro lado, porque Nadal (14 grandes) ofreció la resistencia de Sísifo. Ganó Federer, leyenda viva, pero por encima de todo triunfaron el tenis y el deporte, porque no hay mejor efecto propagandístico que el duelo entre los dos titanes

Más información
El binomio perfecto
Análisis | 'Respeto máximo' (Marc López)
Roger y Rafa, héroes que no caducan

Era el 35º pulso entre ambos, la novena final en un grande, pero hay cosas que nunca cambian, como el hecho de que Nadal, siguiendo la vieja receta, buscase a la que pudo el revés de Federer con derechas altas y combadas. Le interesaba al español ralentizar y alargar el duelo todo lo posible, mientras que el suizo no quería nada más que abreviar. Quería ritmo Federer. Lo imprimió progresivamente con el drive, a base de una majestuosa cadencia de golpes ganadores y voleas. Caramelos para todos, made in Federer. Cogió inercia y dictó el tempo. Si el de Basilea entra en calor, el de enfrente está perdido. La única opción posible es agarrarse con fuerza al poste y esperar a que pase el vendaval.

En 34 minutos se adjudicó la primera manga. Dentellada al sexto juego, break y 4-3 a su favor. Una tormenta perfecta; 13 winners para abrir boca. Nadal no terminaba de encontrar su sitio en la pista, sobre todo porque Federer no le dejaba e insistía en jugar muy rápido. Le costó soltarse al de Manacor, rostro aséptico, menos efusivo que los días previos tanto en las formas como en el juego. Necesitaba bolas largas, rock n’ roll. Sentir. Sin decibelios ni ruido, en una escena clásica y silenciosa como la que propone Federer, tenis burgués, el balear decae. A él le va el guitarreo punk, la tralla. Su raqueta suena a The Clash, mientras que el violín del suizo emite notas de Ludwig van Beethoven.

La gente estaba tan ensimismada con la sinfonía que la central parecía un teatro, hasta que Nadal cogió la púa y encendió los amplificadores. Pidió turno y se marcó un solo. Rompió el servicio una vez y después otra (4-0). La Rod Laver, a reventar. 15.000 personas con ganas de marcha, jaleando la reacción del mallorquín, porque en el tenis hay gustos para todo y se aprecian distintos registros, guitarras y violines, Nadal y Federer; al fin y al cabo los dos juntos, sonidos entremezclados, componen el mejor revival, un maravilloso espectáculo que se echaba mucho de menos. Desde 2011 no actuaban en un macroescenario.

Ciclotimia emocional en la Rod Laver

Nadal devuelve la pelota durante la final contra Federer.
Nadal devuelve la pelota durante la final contra Federer.JASON REED (REUTERS)

Había ganas, por tanto. E intensidad creciente, especialmente por parte de Nadal, que contuvo al genio a pesar de que este intentase reengancharse al set con una rotura (4-2). Lo dicho, el turno era suyo. Activó el drive e incidió sobre el revés de Federer. Igualó el partido y el gesto del bailarín ya no era tan plácido. Viento a favor, el suizo era imparable, pero si venía de frente ya era otra cosa. Nadal al otro lado, luego sabía que iba a sufrir angustia. Levantaba la vista y veía a su colega, sí, pero también al hombre que peor se lo ha hecho pasar en una pista y que tantos sarpullidos anímicos le ha generado. Muchos. Desde aquella primera vez en Miami (2004) hasta los episodios de París, Londres o el llanto de Melbourne hace ocho años. Muchos.

Así que le vio las orejas al lobo Federer y aprovechó la ciclotimia emocional de este tipo de partidos para dar otro golpe de cadera y marcarse un swing. Contoneo de izquierda a derecha, a la línea aquí y bote pronto allá. De nuevo, chaparrón para Nadal. Este cedió su saque a la primera (3-0 en 17’) y después encajó otra rotura (5-1). Y Federer, en modo Federer, intratable, dibujando sobre el lienzo aturquesado de Melbourne, afinando su Stradivarius y jugando de fábula. ¿Qué se puede hacer ante algo así? Nadal es de los pocos que tiene la respuesta. Resistir. Empuñar con más fuerza la raqueta e intentar cerrar ángulos. Cruzar los dedos, saber sufrir. La convicción. No hay otra ante un Federer así.

Tenía que ir al ataque el de Manacor. Marcador en contra (dos sets a uno) y el suizo en formato festival, no tenía más opción que ser Nadal. Así de simple, así de complicado. Y Federer, encima, apretando cada vez más en la red (40 subidas, 29 con éxito). Instintivo el de Basilea (73-25 en winners) e insurrecto el de Manacor, enjaulado en la línea de fondo. Viró entonces la noche hacia un intercambio de poder a poder delicioso. 35 años el uno y 30 el otro, pero esfuerzo innegociable por ambas partes. Ahora, Nadal incandescente, mercurial. Quebró al tercer juego y definió el cuarto set como si nada. Equilibrio otra vez (dos iguales), así que otra vez vuelta a empezar.

La antigua pesadilla y la respuesta del mito

Nadal y Federer posan con Rod Laver en la ceremonia final.
Nadal y Federer posan con Rod Laver en la ceremonia final.LUKAS COCH (EFE)

El Nadal-Federer arrancaba de nuevo, después de casi tres horas. El suizo solicitó la asistencia médica y se refugió en el vestuario. ¿Qué le ocurría? ¿Estrategia para detener el tiempo? Lenguajes gestuales completamente opuestos. Se le torció el gesto a Federer (57 errores) y el mallorquín (28) hizo un abordaje. Break, 1-0 y por primera vez por delante. 3-1. Toc-toc. Hola Roger, soy tu vieja pesadilla. He vuelto y me gusta el rock n’ roll; toc-toc. Hola Rafa, soy el mito y también he regresado. Juguemos pues. Y a la carga los dos. Replicó Federer (3-3) e inmediatamente trazó una serie ace-volea-ace para adquirir ventaja e incluso asestar un segundo golpe, o sea, un segundo break consecutivo. Cinco juegos sucesivos.

Puso el listón altísimo para Nadal con el 5-3 abajo. Pero Nadal es Nadal y en su diccionario no existe la rendición. Se revolvió y exigió un mundo a Federer. Este al servicio, pero 15-40 para el español. Pero si Nadal es Nadal, Federer también es Federer. Es decir, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Desde luego, el mejor competidor en los Grand Slams. Ya tiene el suizo 18 (Nadal y Pete Sampras, 14; Novak Djokovic 12...). Bola a la línea, tensión (ojo de halcón) y éxtasis. No saboreaba el manjar desde 2012 (Wimbledon), pero este domingo su leyenda se hizo inmensa con una demostración descomunal en su veteranía. Hace unos años abandonó Melbourne con lágrimas y ahora, otra vez, pero por un motivo bien distinto. Invirtió la historia. Grande Nadal, elegante en la derrota; gigante Federer, un marciano disfrazado de tenista.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_