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Inglaterra sufre y se deja el liderato ante Eslovaquia

Los ingleses no consiguen marcar y acaban segundas de grupo después de un partido en el que Hodgson volvió a situar la línea de presión demasiado atrás

Hodgson, junto a Vardy, consuela a Alli tras el partido. PAVEL GOLOVKIN AP / Vïdeo: uefa.com
Diego Torres

Jamie Vardy juega con el antebrazo derecho escayolado. Sufrió una triple factura dura y precisa que le operen porque el desarreglo es importante. Pero eso es un trámite que ha postergado para cuando acabe su participación en la Eurocopa. La enajenación que experimenta cuando se pone la camiseta inglesa es notable. Tanto, que en las primeras acciones del partido contra Eslovaquia se olvidó de sus huesos y le pegó un puñetazo al palo de la portería después de fallar un mano a mano con Kozácic.

Inglaterra hace sufrir a sus jugadores y a sus hinchas, que se arrancaron desesperados a cantar el God Save the Queen bajo la lluvia fina, y sin venir a cuento, mientras Dier movía la pelota intentando cerrar filas. Inglaterra provoca el delirio de los súbditos lo mismo que el los resoplidos del heredero al trono, el duque de Cambridge, presente en el palco de Saint-Étienne, pálido de asistir como asistió a tantos remates que pegaron en eslovacos o se fueron desviados. Porque Inglaterra es una selección presa de la incoherencia de un entrenador, Roy Hodgson, que no ha sabido dotarla de un orden. La falta de un plan racional está triturando los nervios de un pueblo devoto de su escudo.

Hodgson cuenta sus partidos por desaciertos. Contra Eslovaquia fue responsable de dos. Primero, sentar a seis titulares cuando es evidente que el equipo no ha encontrado un funcionamiento y necesita estabilidad. Segundo, insistir en la presión media y baja, provocando repliegues que acaban por deshacer las piernas de futbolistas que no son precisamente fondistas keniatas. Wilshere, Dier, Lallana y Sturridge acabaron la primera parte pidiendo oxígeno.

Una cosa cabe decir en descargo del seleccionador. Sus centrales, Cahill y Smalling, leen el juego con retraso. Son fuertes, ágiles y bravos. Pero reaccionan tarde a las circunstancias que presenta el partido, de modo que les cuesta anticiparse. Ante la duda, reculan porque necesitan tiempo para ver las cosas con calma. Y con ellos, retrocede todo el equipo, incluso los atacantes, que se ven obligados a hacer recorridos de 70 metros una y otra vez. Hasta que el cuerpo deja de responderles como debe responder el organismo de un jugador que se enfrenta a dos líneas defensivas por donde no hay manera de colarse sin estar chispeante.

Calambre colectivo

Cahill y Smalling no son los centrales más clarividentes. En esto, comparten el mismo defecto que su entrenador. Porque en lugar de disponer una solución para compensar el déficit, Hodgson los animó a replegarse, arrastrando a todos sus atacantes hacia el agotamiento y haciendo que el Príncipe de Gales se frotara la cara ansioso, contraviniendo su deber de preservar el decoro de la Corona.

Hodgson no supo sacarle partido a sus armas y sus contrincantes, alertados, se lo pusieron difícil.

Hodgson no supo extraer lo mejor de sus recursos y los rivales, alertados, se lo pusieron difícil. Los eslovacos escondieron la pelota en la medida de sus posibilidades. Cada vez que la recuperaron, Hamsik y Weiss se encargaron de estirar las posesiones. Les bastó esa argucia de barrio para obligar a los británicos a moverse más de lo que les convenía.

Hodgson intentó poner remedio al calambre colectivo cambiando a los agotados Wilshere, Sturridge y Lallana, por Rooney, Kane y Alli. Pero, como el equipo siguió replegándose cada vez que perdió la pelota, el problema principal no se resolvió. Y así, todos los ingleses sufrieron. 

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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