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Terminado el ciclismo, Pablo Lastras se enfrenta a la vida

Víctima de una caída que le destrozó la cadera hace siete meses, el corredor madrileño asume que no volverá a ser ciclista profesional

C. Arribas
Lastras, en su casa de San Martín de Valdeiglesias.
Lastras, en su casa de San Martín de Valdeiglesias.P. L.

Pablo Lastras se ha comprado un ordenador y ha dejado la muleta en el cuarto de las escobas de su casa. Ordenador no había tenido nunca en sus casi 40 años de vida; muletas usaba solo desde hace siete meses, desde que se destrozó la cadera en una caída en marzo, en la Volta a Catalunya, un golpe tan fuerte que los médicos que le operaron le dijeron que sus huesos habían sufrido un impacto similar a los de una persona que se hubiera caído desde un cuarto piso e impactado sobre cemento o asfalto.

Aquel día entendió, quizás, los mecanismos de la vida tan bien como los había entendido un par de años antes, cuando, viajando con Nairo Quintana y el costarricense Andrey Amador de Madrid a Pamplona pararon a comer en Somosierra. Terminado el asado de cordero, Lastras, rumboso, decidió invitar a sus compañeros en el Movistar. “Vaya, veo que tenéis un patrón bien generoso”, dijo el camarero a los ciclistas latinoamericanos. Y el colombiano, socarrón, respondió: “Sí, es muy buen jefe. Nos acaba de recoger en la obra y hasta nos lleva a casa en su coche”.

El 26 de cada mes, el día de la caída, Lastras se acuerda al levantarse de la cama y, como cualquiera que en esos momentos se da cuenta de que los días pasan volando hasta reducirse su memoria a uno o dos gestos diarios, echar los calcetines sucios al cesto de la ropa sucia, sacar los limpios del cajón, enjabonarse bajo la ducha, comprueba lo rápido que pasa el tiempo, y eso no le deprime, sino que le anima. “El recuerdo de lo que pasó me motiva para seguir adelante”, dice un corredor profesional que no ha podido elegir la fecha de colgar la bicicleta y que ha decidido sufrir solo, vivir solo, sin ayuda, sentirse solo y dejarse sorprender cotidianamente por la increíble capacidad de adaptación del cuerpo, aunque sea uno como el suyo, delgado como un tallo con una pelvis pulverizada, pequeños trocitos mantenidos unidos por una placa y varios clavos, menos de los necesarios, porque los cirujanos no encuentran terreno firme en el que apuntalarlos. “He sufrido y sufro mucho dolor. He necesitado de morfina, de Tramadol, de analgésicos muy fuertes, pero la única dependencia que padezco es la de vivir la vida, Ni me lamento ni me quejo por ello. No tengo derecho”.

Cinco de los últimos meses, Lastras los pasó, seis horas al día, en el gimnasio de rehabilitación de una mutua en Pamplona, donde su cuerpo ha recuperado un poco del vigor perdido y su alma ha crecido acorde. Él era el más roto físicamente de los pacientes, pero también el más fuerte de espíritu, el más luchador, y ha socializado y escuchado, y, sobre todo, hablado y aconsejado a gente sin esperanza ni ánimo, echado broncas, inflamado. “Me he vuelto más persona, más sensible, he tenido que envainarme mi mala leche”, dice. “Me siento mejor persona porque, lo he comprendido, llevaba unos años muy interesado, muy egoísta”.

Lastras, en uno de sus diarios ejercicios de rehabilitación.
Lastras, en uno de sus diarios ejercicios de rehabilitación.P. L.

Podría, entonces, pensarse que Lastras sufre sentimiento de culpa, que la caída fue el castigo a su pecado, pero no: sencillamente cree en el destino incontrolable pero seguro. Dice que el 28º golpe que se daba, el definitivo, el que acabó con una carrera de casi 20 años en el pelotón, no se lo dio porque sí, habla de que hay causas, no casualidades, de razones que solo el destino, que no podemos dominar, conoce cuando le advierte de que va mal, como un golpe que significa ‘cómo no te bajabas de la burra te he bajado yo’. “Supe que el destino existía cuando gané la etapa en el Tour en 2003”, dice el ciclista de San Martín de Valdeiglesias. “Fue un 25 de julio, justo el día del cumpleaños de mi madre, que se había muerto cuatro meses antes”.

En el quirófano

En el quirófano de la décima operación de su vida para soldarle huesos rotos supo instintivamente Lastras que aquella sería también la operación definitiva, que nunca volvería a ser ciclista.

Era finales de marzo, comienzo de la primavera, y lo que el corazón sabía su mente se negaba a aceptarlo, y solo en julio, como Lastras explica gráficamente, “la venda cayó de sus ojos” y aceptó finalmente que no volvería jamás a ser ciclista. “Me lo dijo el médico de nuevo en julio: tú no volverás a ser ciclista, y si quisiera te tramitaría el papeleo para lograr la incapacidad permanente, pero no quiero, prefiero recuperarte plenamente para la vida, pero no te fijes plazos”, dice.

La venda era su defensa frente a un problema que no quería afrontar, una constante, admite, en su vida de la que solamente fue consciente durante su más grave crisis de identidad, la que sufrió en invierno de 2013. Decidió una mañana cualquiera que no valía para el ciclismo, que, más aún, no servía para nada pese a que la motivación y las ganas de seguir sufriendo, de sentir el aire frío en la cara pedaleando de regreso a casa por las carreteras de la sierra, las mantenía, y hasta anunció que se retiraría del ciclismo el 1 de junio de 2014. Le salvó de suicidio deportivo Eusebio Unzue, el único director que ha conocido en su carrera, junto a José Miguel Echávarri, el que le enseñó a canalizar su rebeldía, su lucha contra lo que considera injusto. “Eusebio me reubicó dentro del equipo. Me sacó de la cuadra de los grandes, me puso en un sitio concreto”, dice Lastras. “Y desde entonces viví cada carrera como si fuera la última de mi vida, con una intensidad única que quería transmitir a mis compañeros. Por eso me valoran en el equipo. Mi reto era llegar a los 42 años al máximo nivel, me he quedado a falta de tres…”

“Necesito hacer algo que me llene espiritualmente”

Pablo Lastras cumplirá 40 años en enero y más de la mitad de ellos vestido de culotte y maillot, con oficina en las carreteras de medio mundo y con victorias de etapa en el Giro, en el Tour, en la Vuelta, en la Vuelta a Portugal, a Suiza, al Benelux, a Burgos y a Andalucía. "No me arrepiento de nada, pero no merecía dejar la bici de esta manera", dice. "Ahora tengo toda la vida para mí, y tengo que hacer algo que me llene espiritualmente, no un hobby ni un pasatiempo. Y eso solo lo puedo conseguir en el ciclismo, que me lo ha dado todo, y solo en el equipo al que durante 21 años yo le he dado todo".

En el Movistar, al que Lastras entró cuando aún se llamaba Banesto, tienen un hueco para su Lastras que le ofrecerán cuando el ya exciclista reciba el alta. “Yo me veo allí con los chavales más jóvenes, como un hermano mayor”, dice Lastras. “Me veo en el equipo transmitiendo a los nuevos lo que a mí me enseñaron, para que el espíritu del equipo no se pierda”.

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Sobre la firma

C. Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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