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sin bajar del autobús
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pero yo te amo

Juan Tallón
Arda Turan besa en el escudo del Barcelona en su presentación.
Arda Turan besa en el escudo del Barcelona en su presentación.Alejandro García (EFE)

En El último tango en París, poco después de que Marlon Brando y Maria Schneider hagan el amor sin quitarse siquiera los abrigos y ponerse cómodos, pues no se conocen de nada, él le pide que no le diga su nombre. Prefiere ignorar quién es y de dónde viene. “Es bonito no saber nada el uno del otro”, afirma. Denle una vuelta a esta escena. Habla de muchas cosas que están sucediendo en todos los sitios, a cualquier hora. Yo me acuerdo de ella cada vez que un futbolista dice que ama a su equipo, y al poco ficha por su rival.

Es habitual que el primer día en su nuevo club, cuando se prueba la camiseta y le da besitos al escudo, confiese que en realidad ha vivido enamorado de esos colores toda su vida, a escondidas. La nueva afición corresponde con la misma pasión, sin pensar que en un par de años seguramente todo se irá a la mierda. En ocasiones no hay que aguardar tanto tiempo. El desamor es repentino, y cuando se va, te deja los recuerdos, que es lo peor. Una amiga mía se casó y al principio, es decir, durante las primeras horas, le fue bastante bien. Al tercer día, sin embargo, comenzó a oír “unos chirridos”, como si el amor diese error. Hizo lo que hacemos los que entendemos un poco de mecánica cuando sentimos un ruido extraño en el motor: poner la música a todo volumen, para que el ruido desaparezca.

Marlon Brando desea evitar a toda costa ese momento en el que lo eterno se acaba y nos ponemos tristes"

Marlon Brando desea evitar a toda costa ese momento en el que lo eterno se acaba y nos ponemos tristes. Es un hombre gélido, con los modales de alguien que ha salido de fiesta en el infierno, pero cuando la pasión muere, nadie le reprochará haber hecho promesas innecesarias y tontas. “Lo único que sabe hacer es decirme que me quiere”, lamentaba mi amiga cuando su matrimonio se iba a pique.

¿Se puede amar a un club de fútbol? ¿Y dejar de amarlo? Es probable. Se puede amar cualquier cosa. Yo una vez estuve enamorado de un bolígrafo de seis colores, y en otra ocasión, cuando maduré y me hice respetar, de un Renault 5 Copa Turbo. Pero, ¿tiene sentido? ¿No es infantil? Hay que decidir qué buscamos en un gran jugador. ¿Que nos diga que nos quiere, nos haga gestos, nos lance besos? Yo sólo aspiro a que mate con un sutil y certero toque. Nada suena mejor a los oídos que “futbolista a sueldo”. Las declaraciones de amor conducen a la melancolía, y cuando la limpias con la manga del jersey, como si fuese un cristal empañado, quedan a la vista las cacas de mosca.

Algunos días uno está tentado a pensar que un futbolista no necesita más que un balón y una idea. Ni pantalón, ni medias, ni camiseta de algodón, ni un escudo pegado a los que decirle que los ama con locura. Al final de esta frase muchos días aguarda el desencanto. Mejor evitar las escenas de amor. Cualquier excusa vale, como la de aquel premio Nobel que rechazó una invitación a cenar con los Kennedy en la Casa Blanca alegando que por norma él nunca viajaba tan lejos para cenar con extraños.

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