Las bestias de los Vosgos

El Tour de la crueldad, como lo bautizan en la tele rápidamente los comentaristas franceses, es también el Tour del orgullo. El orgullo de Vincenzo Nibali, siciliano, quien en La Planches des Belles Filles lanzó un ataque de juvenil (en casi dos kilómetros de esfuerzo no recoge más que 15s de ventaja sobre la cohorte de secundarios) sencillamente porque necesitaba ganar la etapa. Necesitaba su foto en las portadas del día siguiente, la foto de su superioridad intratable en montaña, para que nadie diga que va a ganar el Tour porque, circunstancia histórica, los dos grandes favoritos, Chris Froome y Alberto Contador, dos campeones ya consagrados de la grande boucle, han debido abandonar víctimas de caídas antes incluso de las grandes montañas. Una victoria política, reivindicativa. Necesaria en un deporte en el que los gestos son a veces más decisivos que los minutos.

El orgullo, también, de Tony Martin, el orgullo de la clase trabajadora. El día siguiente de su fenomenal batida en solitario por los bosques y las colinas redondeadas, Martin, quien como Nibali se ha ganado a pulso el apelativo admirado de bestia de los Vosgos, se transformó en una locomotora de lunares rojos a la que se enganchó su compañero de Omega Kwiatkowski para intentar una aventura loca, lejana, imposible. Hasta el penúltimo de los siete puertos del día, el vía crucis corto pero imponente de las Chevrères, del esfuerzo de Martin, quien mantuvo a solas un duelo a distancia con todo el pelotón, se aprovechó no solo el polaco cabezota e irredento, que acabó agotado y arrastrándose, sino también, sobre todos, Purito Rodríguez, quien pasó primero por todos los puertos salvo el primero y el último, terminó en el podio con el maillot de lunares y a punto estuvo de ganar la etapa.

Cuando faltando poco más de un kilómetro vi a Nibali pasar como un avión junto a mí" Purito Rodríguez

"Y en ello pensaba", dijo el ciclista catalán, "cuando faltando poco más de un kilómetro vi a Nibali pasar como un avión junto a mí". Sin Contador, en el Purito amado, que perdió una hora aposta en el llano para gozar de libertad de movimientos en la montaña -"pero no es tan fácil como parece ir a las etapas así, en fuga y esprintando en cada puerto, es durísimo", dijo el corredor que el año pasado terminó tercero en el podio de París y al que este año una caída en el Giro ha desbaratado toda su planificación-- tiene puestas sus esperanzas la afición española para encontrar un sentido de emoción en lo que queda de Tour, todo. En Purito, y en Valverde, por supuesto, quien tiene un puesto en el podio a tiro. Consuelos menores y devaluados, quizás, pero consuelos reales.

Cuando, después de que Scarponi le seleccionara el grupo e hiciera subir las pulsaciones de todos, atacó Nibali, y aún Purito pensaba que llegaría, pues le sacaba más de un minuto de ventaja entonces, Valverde, a quien le guía más la voluntad a veces, la generosidad, que la astucia, pareció cometer el mismo error que le hundió el sábado en Gérardmer: se fue rápido a por el italiano, quien nunca juega con fuegos artificiales, sino con dinamita, y rápidamente se quedó clavado, como en La Mauselaine. Pero en esta ocasión, en vez de persistir, el murciano dejó que fueran otros, los nuevos franceses, Pinot, Bardet, o el rival australiano Porte, quienes marcaran el ritmo sostenido, y él, a rueda, se recuperó lo suficiente como para perder solo 20s respecto a Nibali y ascender hasta el tercer puesto en la general, a solo 24s de Porte. "Y esto ni ha empezado", dice optimista su director, José Luis Arrieta, quien tras reconocer la superioridad innegable de Nibali vio una puerta de esperanza: "A ver qué pasa en la alta montaña cuando se acaben las lluvias y llegue el calor".