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El peso del apellido Havelange

Hincha de Flamengo, Joana se define como “superpatriota” y cultiva un perfil bajo para reducir los efectos de la notoriedad

Joana Havelange, directora del Comité Organizador de Brasil 2014
Joana Havelange, directora del Comité Organizador de Brasil 2014CORDON PRESS

Probablemente nunca se sepa si Joana Havelange se arrepiente o no de haber aceptado el puesto de directora del Comité Organizador Local de la Copa del Mundo 2014. Ni siquiera su designación, allá por 2007, en plena explosión económica del gigante latinoamericano, cuando Brasil se bañaba en la euforia de haber sido elegido para organizar un Mundial y estar cerca de conseguir unas Olimpiadas, estuvo exenta de contratiempos. Fue elegida por su padre, Ricardo Teixeira, el entonces presidente del propio Comité Organizador y de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), para muchos la entidad más poderosa del país. La prensa se preguntaba “en qué otro comité de la historia del fútbol se produciría el absurdo de tener como directora ejecutiva a la hija del presidente”, como afirmó el periodista Juca Kfouri, destacado crítico de la gestión de Teixeira en la prensa brasileña.

El nombre de su abuelo, el célebre Joâo Havelange, ex deportista olímpico y ex comerciante de armas, presidente de la FIFA ente 1974 y 1998, miembro del Comité Olímpico Internacional, se había convertido casi en un sinónimo de corrupción tras varias décadas de manejos al más alto nivel internacional. Y ella vivía en un estado de permanente sospecha: “Con mi padre y abuelo ya ha sido así toda la vida. No esperaba que fuese diferente conmigo”. Ahora, tras circular en la red social Instagram un texto de apoyo a la Copa en el que se dice que “lo que había que ser robado, ya lo fue”, sus compatriotas piensan que lo sabe de primera mano y han llenado la Red de acusaciones e insultos de toda clase. La cosa podría no quedar ahí: aunque ella acusa a “personas oportunistas” de su círculo de confianza por el desliz de Instagram, ha desobedecido la prohibición de hacer manifestaciones relacionadas con el Comité Organizador en las redes sociales y podría ser incluso llamada a declarar sobre sus palabras por algún diputado especialmente inquisitivo.

El nombre de su abuelo, el célebre Joâo Havelange, se había convertido casi en un sinónimo de corrupción tras varias décadas de manejos al más alto nivel internacional

Mujer de fisonomía atlética, Havelange, de 37 años, persigue la relajación fuera de la oficina a través del deporte: ejercicios de musculación, bicicleta y tai chi. Sus grandes amores son sus dos hijos, de 10 y 13 años. Su ídolo, su abuelo, con quien tiene además un cierto parecido facial. Hincha de Flamengo y muy aficionada al fútbol, se define a sí misma como “superpatriota” y cultiva un perfil bajo para tratar de reducir en lo posible los efectos nocivos de la notoriedad. Licenciada en administración de empresas y con buen conocimiento de idiomas, había desempeñado varios trabajos antes de su fulgurante ascenso a directora ejecutiva del COL: administró tres restaurantes, abrió una empresa de marketing directo que abandonó después por sus embarazos, montó un negocio de bolsos y en 2005, dos años antes de su flamante nombramiento, se acercó a la gestión deportiva en torneos tenísticos de la ATP y dos ediciones del Mundial de fútbol-playa. Hoy maneja un presupuesto de más de 200 millones de reales (65 millones de euros), dirige un equipo de cincuenta personas y controla siete áreas del COL: Marketing, Eventos, Compras, Recursos Humanos, Responsabilidad Social, Protocolo y Planificación. “Creo en mi país, soy brasileña, y con mucho orgullo; sé que vamos a tener una Copa linda, porque podemos, sabemos y estamos en el camino de organizar el Mundial de los Mundiales”, afirmó esta mañana en su disculpa pública, también a través de Instagram.

El episodio de ayer es un paso más en el imparable declive de su estirpe familiar durante los últimos tiempos. Su padre, investigado por diversos casos de corrupción, abandonó todos sus cargos en 2012 y se mudó a Miami, tratando de poner distancia con una investigación del Comité de Ética de la FIFA que le acabó señalando culpable, junto a su ya jubilado ex suegro, de haber recibido pagos ilegales de la empresa de marketing deportivo ISL entre 1992 y 2000 a cambio de jugosos contratos por patrocinios y derechos televisivos del Mundial de fútbol. El abuelo Havelange dimitió incluso como presidente honorario de la FIFA. Joana quedaba sola, sin la protección constante de su padre ni el paraguas de un apellido que le había abierto muchas puertas. El Gobierno de Dilma Rousseff, al parecer, pidió su cabeza, pero el sucesor de Teixeira en la CBF, José María Marin, la mantuvo en el cargo, expuesta pero acostumbrada a las miradas de “todas las personas que están hablando mal de ti”, como reconocía en una entrevista al diario deportivo Lancenet a finales de 2012, pocos meses antes de la imputación definitiva de sus familiares.

Havelange suele afirmar que cuando termine el Mundial quiere retirarse a estudiar un doctorado y pasar tiempo con sus hijos, que no le atrae continuar en la gestión deportiva: “Soy una hormiguilla que trabaja”, decía en una de las escasas entrevistas concedidas en todos estos años. “Esa parte política que todo dirigente debe tener no encaja con mi perfil”. Quizá eso explique el incidente de Instagram, algo de lo que a buen seguro ya se ha arrepentido: parece improbable que la saga que ha dominado el fútbol en el país del fútbol durante el último medio siglo dure más de tres generaciones.

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