Honor entre ladrones
“Todas las grandes verdades comienzan por ser blasfemias”. George Bernard Shaw
Hace unos días un columnista del Financial Times, no exactamente la voz del proletariado, se preguntaba si quizá había llegado la hora de restaurar “la guillotina de Robespierre” para los grandes banqueros. No hablaba estrictamente en serio, se supone, pero la rabia del columnista hacia aquellos que siguen recibiendo subsidios ciudadanos para poder seguir ganando salvajadas ensangrentaba las páginas rosadas del venerable periódico inglés. Los políticos de los países democráticos, con el beneplácito pasivo de los que les votan, se habían rendido ante el autoproclamado “derecho divino” de los banqueros, denunciaba —derrotado— el escritor.
Pasividad ciudadana es lo que vemos también ante el desprecio y los abusos de la aristocracia que controla el mundo de fútbol. Nada nuevo bajo el sol, pero lo que hemos visto esta semana con el caso de José María del Nido, expresidente del Sevilla, ilumina con inusual nitidez el descaro de esta casta privilegiada. Del Nido, como es bien sabido, fue condenado a siete años y medio de prisión por robar dinero público. Pero como la casta se cree por encima de la ley la mayoría de los presidentes de los clubes de Primera División, además de los de la Liga y la Real Federación Española de Fútbol, hicieron una llamada conjunta a que se le concediera un indulto al susodicho Del Nido.
Hay una frase hecha en inglés para este fenómeno: honor entre ladrones.
El gesto solidario de los presidentes con Del Nido demuestra que la forma de hacer las cosas no cambiará
Podemos suponer que si a uno de estos señores presidentes les despojaran en la calle de un par de millones de euros no necesariamente se unirían todos para pedir que se perdone al delincuente. Pero cuando son ellos los que roban reina la misericordia. Igual que los grandes banqueros, no consideran que las reglas del juego que se aplican a los comunes mortales son aplicables a todos. Una ley para la vulgar ciudadanía y otra —más flexible, más indulgente— para ellos.
Más sonado esta semana ha sido el caso de Sandro Rosell y las chanchulladas en las que supuestamente cayó como presidente del Barcelona para fichar al jugador brasileño Neymar. Fue noticia, ante todo, porque dimitió, algo extraordinariamente inusual en alguien que ocupa un puesto de poder en España. Pero a nadie se le puede escapar que ni Rosell ni el Barcelona son los únicos que a la hora de fichar jugadores operan en las tinieblas.
Alex Ferguson, exentrenador del Manchester United, denunció en su última autobiografía el parasitismo de los agentes de los jugadores, aquellos que chupan del champán en el que se baña la realeza futbolera. Toda la razón. Los agentes habitan esa zona turbia, gris, donde se llevan a cabo operaciones como la del joven Neymar. Gracias, Sir Alex, por señalarlo. Pero para lo que sirven sus indignados comentarios es más bien para llamar la atención a la espectacular hipocresía de la casta a la que él mismo pertenece. Porque como es bien sabido, y como la BBC denunció con lujo de detalle hace unos años, Sir Alex tiene un hijo, Jason, que llevaba una agencia de futbolistas, seis de los cuales habían sido fichados por… ¿quién? Por el Manchester United. O sea, por su propio padre.
Esta gente está tan embriagada por el poder y el dinero, tan cegada por el lodo en el que está sumergida, que ya ni ve, seguramente, que habita un mundo de rampante amoralidad. Como el de la FIFA, cuyas legendarias barbaridades llegaron a su apogeo con el grotesco caso del Mundial que decidieron celebrar en las arenas de Catar.
Las mentiras, los excesos, el nepotismo son el orden del día pero, como con los banqueros, nos rendimos. Chillaremos un poco, como en esta misma columna, pero al final no cambia nada. Vale, aquel señor que hundió a Rosell vía los tribunales sí se la jugó, ¿pero quién lo reemplaza? Su delfín. El sistema sigue intacto. El gesto solidario de los presidentes con Del Nido demuestra que no han querido recibir ningún mensaje, que la forma de hacer las cosas no cambiará. Seguiremos yendo a los estadios, comprando las camisetas, viendo los partidos por televisión. No habrá protestas. No habrá boicots. ¿Por qué? Porque el fútbol es el opio del pueblo y mientras nos lo sigan suministrando la mayoría prefiere mirar para otro lado. La guillotina tendrá que esperar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.