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El Milan de los malditos

Las turbulentas carreras de Ibrahimovic, Robinho y Cassano se han unido en el equipo italiano tras pasar por España

Ibrahimovic, Robinho y Cassano, tres futbolistas cuyas carreras, hasta el momento, transitan entre claros y nubarrones. Ninguno salió bien de su paso por Liga española. Reunidos ahora los tres en el Milan de Allegri, tratan de hacer valer las expectativas que sus carreras han creado. Hoy, en la ida de los octavos de la Liga de Campeones ante el Tottenham (20.45, GolTV) tendrán una nueva oportunidad para reivindicarse, exceptuando a Cassano, que disputó con el Sampdoria las rondas previas de la competición.

El caso de Ibrahimovic (Malmo, Suecia; 1981) es peculiar. Es extraño tachar de maldito a un futbolista que va camino de su octava Liga en nueve años. Pese a ello, el sueco acumula traspasos que le llevan de un club al siguiente (Malmo, Ajax, Juventus, Inter, Barcelona y Milán en 10 años, y 115 millones -más Samuel Etoo'o- en fichajes), sin terminar de salir bien de ninguno.

Ibrahimovic se fue del Ajax acusado por su compañero Van der Vaart de haberle lesionado voluntariamente durante un amistoso entre Holanda y Suecia. De allí al Juventus, y dos años después al Inter, tras el descenso de la vecchia signora por el caso Moggi. La siguiente escala fue Barcelona, después de haber mandado callar a la afición neroazzurri tras marcar un gol durante un partido en el que esta le estaba silbando, descontenta con su rendimiento. En Barcelona nunca asumió el papel de secundario en un equipo que pertenecía a Leo Messi. De referencia a pieza de engranaje. Un plano en el que se sentía más incómodo tanto en su ego como en lo futbolístico, donde destaca como solista. De vuelta a Italia, marcha líder con el Milan y ha marcado 13 goles. Nunca ha llegado a una final de la Liga de Campeones.

La intermitente sonrisa de Robinho

Robinho (Sao Vicente, Brasil; 1984) nunca ha presentado los síntomas de autismo del sueco. Mucho más capaz de asociarse en el estadio y fuera de él con sus compañeros, ha sido noticia tanto por sus goles como por sus excursiones en discotecas y fiestas. En el verano de 2008, Ramón Calderón parecía dispuesto a incluir a Robinho en el traspaso para traer de Manchester a Cristiano Ronaldo, lo que hirió el orgullo del jugador brasileño. La llegada de Ronaldo se hizo esperar un año, pero Robinho forzó su salida ese mismo verano. Quiso ir al Chelsea, pero el último día del mercado de fichajes se conformó con el Manchester City. Sobresalió en su primera campaña, en la que marcó 14 goles, pero en su segundo año se perdió tres meses por lesión y solo anotó un gol. En enero de 2010 Robinho firmó su cesión al Santos, el equipo de su juventud. Una vuelta a Brasil que normalmente se reserva para los jugadores que inician el declive de su carrera y que Robinho se vio obligado a aceptar con 26 años para poder disputar el Mundial de Sudáfrica. A su vuelta a Manchester retornaron las especulaciones sobre su nuevo destino. Al final, el Milan y 18 millones de euros rescataron a un Robinho que se quedaba sin opciones. El técnico, Massimiliano Allegri, ha ido dándole confianza y minutos, hasta convertirse en el acompañante más habitual de Ibrahimovic, el único fijo en la delantera. El resto de los minutos, en ausencia de Inzaghi, lesionado para toda la temporada, se los disputan Pato -también peleado con los problemas musculares- y Cassano, que aún mantiene la lucha interna entre el niño, el gamberro y el futbolista.

Cassano y el caos

A Antonio Cassano (Bari, Italia; 1982) se le ha visto hacer casi de todo en un campo de fútbol. Quedarse en calzoncillos para celebrar que había eliminado al Inter de Mourinho en las semifinales de Copa con el Sampdoria, fabricar asistencias deliciosas, romper a llorar por ver una amarilla que le hacía perderse un partido liguero ante el Roma, marcar goles decisivos, o hacerle los cuernos al árbitro... El rubio delantero mezcla en segundos lo sublime con lo grotesco, las cassanatas.

"Me fui a Madrid con ganas, pero a los tres meses ya quería volver. Es que allí se vive demasiado bien para ser futbolista y yo elegí no serlo", explicó tras su salida del Real Madrid, en el que pasó un año sin pena ni gloria antes de regresar a Italia. "Ya no soy un chico malo. Lo demostraré", juró como el chiquillo que promete que no volverá a hacer travesuras a sabiendas de que será incapaz de evitarlo. La última de sus fechorías -antes le dio por insultar, tirar de la camiseta y espetar un "Te espero fuera" a un árbitro por expulsarle- fue la que acabó con sus huesos en Milán el pasado diciembre: discutir con el presidente del Sampdoria porque no le apetecía ir a una entrega de premios.

Ibrahimovic y Robinho, durante un entrenamiento del Milan.
Ibrahimovic y Robinho, durante un entrenamiento del Milan.AFP

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