Devolver el esplendor a los cuadros del Museo del Prado
Forma parte del equipo de 11 restauradores del Museo del Prado dedicados a reparar las obras dañadas por el paso del tiempo. Martínez reconoce que nunca pierde la perspectiva de ser una privilegiada por ejercer una profesión gracias a la cual obras como ‘La transfiguración de Cristo’, de Francesco Penni, o ‘Retrato de un humanista’, atribuido a Jan van Scorel, lucen radiantes en las paredes del museo
Eva Martínez (Madrid, 49 años) se sube a una escalerita y puede tocar el cielo, uno pintado en el siglo XVII. La mitad superior del cuadro que esta restauradora del Museo del Prado (Madrid) ha concluido se ve limpia, pero la zona inferior aún está deteriorada, con grietas de color ocre. Martínez tapa milimétricamente esas “lagunas”, como ella las llama, con un pincel. Sentada frente a Cristina de Suecia a caballo, lienzo que mide unos tres metros y medio de alto por tres de largo, Martínez mezcla los colores en su paleta para reproducir el mismo tono que empleó el pintor Sébastien Bourdon en 1653. Se encuentra en una sala diáfana dentro del museo y, aun así, utiliza un foco para no forzar la vista, el sentido que tiene más agudizado. En la habitación se prolonga el silencio entre sus compañeros, quienes trabajan a un palmo de las obras, lo más cerca que puede estar alguien del arte. La misión de todos es que los cuadros recuperen su esencia.
“Los restauradores tenemos la conciencia de que esto que tenemos entre manos ya ha sido cuidado y tiene que seguir así muchas generaciones después. Desarrollamos una necesidad especial de pensar en el futuro”, confiesa esta licenciada en Historia del Arte y graduada en la Escuela Superior de Conservación y Restauración en esta entrega del proyecto de Iberia destinado a visibilizar el talento en español. Se estima que los visitantes del museo (tres millones presenciales y 10 millones virtuales al año) puedan contemplar la obra concluida el próximo diciembre, pero ella lleva aproximadamente un año ensimismada sobre esos trazos. “La gente nos llama pacientes, pero yo creo que es más bien una capacidad de concentración que te permite ver todo lo que te queda por delante sin que te desesperes”, precisa.
Pregunta. Su trabajo ya de por sí es poco común, ¿cómo se siente al desarrollarlo en el Prado, un referente mundial del arte?
Respuesta. Nunca pierdes la perspectiva de este privilegio. Yo muchas veces estoy en mi silla, con mi cuadro y mi material, y digo: “Qué diferente es mi vida a la de la mayoría de la gente”. Mis compañeros restauradores y yo tenemos la colección repartida y a las ocho de la mañana pasamos un plumero por las obras que nos corresponden hasta las 10, cuando se abren las salas al público. Luego nos hacemos nuestra paleta, es puramente artístico y material.
P. Después de tantas horas juntos, ¿se encariña de los personajes que aparecen en los cuadros?
R. Claro. Este, por ejemplo, es muy interesante. Cristina de Suecia fue nombrada heredera desde la infancia porque su padre muere y es hija única. Tenía una gran formación en arte, en letras y literatura; era una persona muy curiosa e independiente. Su destino fundamentalmente era tener hijos, pero ella no estaba conforme. No quiso casarse, pensaba que era una manera de perder su libertad. Finalmente, terminó abdicando el trono en favor de un primo suyo, se retiró a Roma y está enterrada en el Vaticano.
P. ¿Cuál es el procedimiento que se sigue antes de empezar a pintar?
R. Un equipo toma la decisión de los cuadros que hay que restaurar. En general, son obras de las que están en sala y se perciben sucias o están en el almacén y llevan mucho tiempo sin intervenir. Cuando llegan a nuestras manos, limpiamos lo superficial y seguimos en más profundidad con los disolventes. Utilizamos un hisopo [un enorme bastoncillo] para eliminar los barnices oxidados y los repintes de intervenciones antiguas. De hecho, tenemos una radiografía que nos ayuda a ubicar todas las manchas. Después, hacemos la mezcla exacta de color en la paleta y lo aplicamos.
P. ¿Hasta qué punto intervienen las obras?
R. Nunca retocamos en la pintura original. Solamente reponemos el color para igualarlo y tapar las manchas, que son una alteración que no forma parte de su originalidad. Queremos que la persona que esté frente al cuadro lo vea en su integridad, lo comprenda tal y como lo dejó el pintor, y empleamos materiales que sabemos que, con el paso del tiempo, se pueden eliminar con facilidad.
MI DEFINICIÓN
“Nuestro talento es identificar los colores para saber qué hay que mezclar para conseguirlos”
P. ¿Cuál ha sido el cuadro que más le ha impactado restaurar?
R. Diría que La Transfiguración de Francesco Penni, que es una versión de la obra original de Rafael, ubicada en el Vaticano. Es una pintura sobre tabla que conserva su soporte original e íntegro, está inacabada y tiene una capa pictórica supersutil, fina y delicada. Fue un reto por el tamaño y porque es muy emblemática. A la hora de abordarla requería un planteamiento muy sereno y conservador y un trabajo que avanzara poco a poco.
P. ¿Siempre tuvo claro que quería dedicarse a este oficio?
R. Para mí, las obras de arte han sido un motivo de vida; no concibo el mundo sin ellas. Es algo que el ser humano ha creado desde que tiene conciencia de sí mismo, desde la época prehistórica tenemos la necesidad de plasmar aquello que nos rodea. Tener todas estas creaciones que nos han acompañado durante siglos es una comunicación permanente entre generaciones. Piensas: “¿Qué tengo yo que ver con el señor que pintó esto?”. Pues nada y, sin embargo, estoy aquí, trabajando sobre algo que forma parte de una cultura común.
P. ¿Recuerda su primer contacto con el mundo artístico?
R. Cualquier persona de aquí te dirá lo mismo: que a todos desde pequeños nos gustaba pintar, también nos gusta arreglar todo lo que se rompe. Pero la primera vez que me dijeron que yo podía ser restauradora fue en el colegio. La profesora que tuve en Historia del Arte en Bachillerato fue maravillosa; nos enseñó no solo a memorizar el arte, sino a comprenderlo. Nos mandaba buscar obras y analizarlas. También he tenido la suerte de que, desde pequeña, mis padres me traían al Museo del Prado.
P. Y esas visitas le marcaron.
R. Recuerdo perfectamente la primera vez que vi Las Meninas, que estaban todavía en una sala individual. No había una luz general y daba la sensación de que existía un espacio real al otro lado del cuadro, un lugar al que se podía entrar. Era increíble.
P. ¿Qué pasos siguió en su formación?
R. Decidí estudiar primero la licenciatura de Historia del Arte y, después, Restauración. Casi todos mis compañeros del museo han seguido ese camino, porque las dos formaciones se complementan. En la Escuela Superior de Conservación y Restauración no tienen tiempo para hacer un estudio profundo y en Historia del Arte, todo lo relacionado con la materialidad de la obra prácticamente no existe; me refiero a saber cómo se pinta un cuadro, cómo está hecho, qué lo compone o cómo trabajaba realmente un pintor en él.
La radiografía del cuadro de Cristina de Suecia a caballo (1), en el que se observan las distintas manchas a restaurar; el hisopo con el que retira las partes de la pintura en mal estado (2) y la mesa de trabajo de Eva Martínez (3). Fotos: J.M.
P. Cuando terminó de estudiar pasó por el Museo de Historia de Madrid, Patrimonio Nacional o por la Fundación Casa de Alba…
R. Empezar en el mundo laboral no es fácil, y en esos primeros años los restauradores andamos de acá para allá. Yo he colaborado con empresas privadas, me he dedicado a la pintura mural o en retablos. También trabajé para el Museo de Historia, donde el Prado tiene parte de su colección, repartida en otras instituciones. A partir de ahí, fui enlazando. Y luego, afortunadamente, tuve la suerte de conseguir un contrato en el Museo del Prado en 2012 y una plaza fija en 2015.
P. ¿Es una profesión solitaria?
R. No solemos restaurar por parejas o por grupos, pero aquí afortunadamente tenemos un equipo de 11 personas muy compenetradas. Hablamos delante del cuadro y explicamos qué enfoque le daríamos, porque tenemos momentos de duda. De hecho, cuando trabajas completamente solo echas de menos ese poder compartir, porque te ayuda mucho.
P. ¿Qué cualidades tiene que tener un restaurador?
R. Nuestro principal talento es la capacidad de ver el color, para saber qué mezclar. Es una cualidad innata. Luego la ejercitas, pero todos los restauradores podemos diferenciar un tono de otro en matices muy pequeños. Yo recuerdo, por ejemplo, que desde pequeña era capaz de recordar el tono de una bobina de hilo que había visto. Le decía a mi madre en la tienda: “Es esta”. También necesitamos una habilidad manual, tenemos una gran capacidad de concentración y podemos comprender la obra de arte y ver más allá.
P. Y como visitante del museo, ¿cuáles son las creaciones artísticas que más le interesan?
R. Yo siempre he sido una admiradora de Velázquez. ¿A quién no le gusta? Es uno de los mejores y su obra siempre me ha parecido directa, conecta el pasado con el presente. Desde La infanta Margarita hasta El dios Marte, es un pintor que transmite toda la veracidad posible del momento en el que estaba.
P. Además de seguir contemplando obras, ¿con qué disfruta en sus ratos libres?
R. Me gusta pintar, aunque no le dedico tanto como quisiera. También disfruto cuando hago la caligrafía con plumas y distintos colores de tintas. Me relaja. Otra afición que tengo son las plantas. Me gusta cuidarlas. Y, en general, somos todos muy cocinillas en este sector. Las recetas son una conversación muy habitual entre los que estamos aquí, y hacemos un concurso navideño en el taller del Museo. Cada vez tenemos un nivel más alto, con un premio para dulce y otro para salado. Es un acontecimiento.
El talento de la historiadora de arte...
En su etapa universitaria se fascinó por la arquitectura, concretamente por la gótica, y quedó embelesada por la pintura. “Te enseñan a tener una visión crítica, a investigar, a buscar el origen de las cosas, a ser capaz de analizar una obra de arte”. Esto le permite adecuar su trabajo a la edad de la obra, sus escuelas o sus autores. “Sabes cuándo falta luz o profundidad”, define.
… y el talento de la restauradora
Al entrar en un museo no puede evitar ponerse paralela a los cuadros y mirar si están bien nivelados. “Y cuando ves que una obra no está bien conservada te dan ganas de limpiarla”, admite.
Después de la entrevista, Martínez pasea entre las salas del museo y se detiene frente a una de sus restauraciones, La Transfiguración, de Francesco Penni. Un majestuoso cuadro de entre 1520 y 1528 de unos cuatro metros de alto que muestra dos escenas bíblicas: un cristo que flota entre nubes iluminadas y, debajo, unos apóstoles perturbados porque no logran obrar el milagro de salvar a un niño endemoniado “o epiléptico”, añade la historiadora. Los viandantes se paran junto a Martínez para observar la pintura. No se imaginan que es ella quien reparó los colores que contemplan.