Arco modera el entusiasmo
La feria de arte contemporáneo inaugura en Madrid su edición más sobria y atípica, con el 50% de aforo y un tercio menos de galerías, en una edición que recoge muchas obras realizadas durante el confinamiento
Es la feria de siempre, pero también otra distinta. Arco, la gran cita del arte contemporáneo que ha abierto este miércoles sus puertas en Madrid, se inaugura con el aforo reducido al 50% y con un probable descenso de visitantes en su apertura al público de este fin de semana. Esta vez no hay país invitado ni tema específico. El número de galerías ha caído en picado (130, frente a las 209 de 2020) y los pasillos se han vuelto anchos y hasta algo distópicos. Por primera vez en muchos años, las...
Es la feria de siempre, pero también otra distinta. Arco, la gran cita del arte contemporáneo que ha abierto este miércoles sus puertas en Madrid, se inaugura con el aforo reducido al 50% y con un probable descenso de visitantes en su apertura al público de este fin de semana. Esta vez no hay país invitado ni tema específico. El número de galerías ha caído en picado (130, frente a las 209 de 2020) y los pasillos se han vuelto anchos y hasta algo distópicos. Por primera vez en muchos años, las ventas parecen inciertas, mientras que los precios resultan menos estratosféricos que en el pasado reciente. La pieza más cotizada podría ser una obra de arte cinético de Jesús Rafael Soto, en la galería Cayón, estimada en 1,3 millones de euros, seguida de un móvil de Calder, que se vende por 800.000 euros, y de un pequeño lienzo de Picasso, por 750.000 euros, ambos expuestos en el espacio de Leandro Navarro.
Pese a los cambios, Arco se podrá anotar un tanto: es la única gran feria internacional que no ha suspendido ninguna edición por la crisis sanitaria y marca un regreso simbólico a la (nueva) normalidad en el contexto europeo, después de la celebración, también en formato físico, de encuentros como Frieze Nueva York y Art Basel Hong Kong en los últimos meses.
El escenario sigue siendo el mismo, pero también parece otro distinto: esos pabellones de Ifema, en la periferia madrileña, que se convirtieron en efímero hospital en el pico de infecciones, un episodio traumático y todavía mal digerido que tal vez haga imposible la euforia. Todo se ha vuelto más reposado y más previsible, con menos golpes de efecto que otras veces, sin obras escandalosas ni gestos gratuitos y excéntricos. “Es cierto que veo una contención, una serenidad y una seriedad propia de este momento”, admitía al comienzo del día la directora de la feria, Maribel López. “Es menos una celebración que otras veces y hay una forma más atenta de ver el arte. Es una edición diferente, pero importa más lo que no ha cambiado: mantenemos la calidad, la internacionalidad y el apoyo de los coleccionistas”, sostiene López, que asegura que 250 compradores potenciales de primer nivel, un centenar menos de lo habitual, pasarán esta semana por Madrid.
Pese a la sobriedad imperante, un puñado de obras lograron atraer corrillos. Por ejemplo, el Guernica de Agustín Ibarrola, un mural de 10 metros que rinde homenaje al de Picasso en el espacio del galerista José de la Mano, por el que recibió cuatro ofertas distintas en la primera jornada de la feria, que terminará el domingo. También se amontonaron ante un tríptico de inspiración gótica de Gino Rubert, en el expositor de la galería barcelonesa Senda, que reúne un centenar de retratos de personalidades del arte español, de Dalí y Tàpies a Jaume Plensa y Miquel Barceló (que también presenta, por cierto, dos obras nuevas con Elvira González).
Los selfis, tan imprescindibles en cualquier feria como las propias ventas, se escenificaron ante dos piezas tan políticas como espectaculares: una escultura de Fernando Sánchez Castillo que conmemora la masacre de Tlatelolco en 1968, en el espacio de Albarrán Bourdais, y otra del cubano Dagoberto Rodríguez, que graba en mármol un atípico lema neofeminista como Yo perreo sola, salido de la canción de Bad Bunny, en la galería Sabrina Amrani.
Aun así, uno de los hilos conductores más estimulantes consistía en seguir el rastro del arte producido desde la edición anterior, en febrero de 2020, a lo largo y ancho del periodo pandémico. En la Galería F2, Simeón Sáez Ruiz amplía una imagen de prensa del primer día del desconfinamiento, en mayo del año pasado. La galerista Paloma González afirmaba: “El mundo se ha parado, pero las mentes de los artistas han seguido trabajando, con menos presión y más tiempo. Este periodo ha tenido un reflejo, más o menos explícito, en su trabajo”.
Por su parte, Espacio Mínimo recoge una reciente actuación artística de Maider López, que hizo desfilar a una actriz con una planta en brazos en una céntrica calle de Bilbao, a la misma hora y durante 30 días seguidos, una forma de aportar un ápice de teatralidad a la rutina inalterable de la vida ritmada por los toques de queda. En el espacio de la misma galería, Bene Bergado presenta su trabajo sobre los filtros reflectantes que protegen a los enfermos del síndrome de inmunodeficiencia severa, metáfora de esa precariedad de la vida que la pandemia convirtió en más flagrante que nunca.
Un 54% de las galerías representadas en esta edición de Arco son internacionales. Entre ellas figuran nombres tan destacados como Perrotin, Lelong, Mor Charpentier o Thaddaeus Ropac, pero no la inicialmente prevista Hauser & Wirth, a punto de inaugurar su sucursal en Menorca, ni gran parte de las galerías latinoamericanas, todavía incapaces de viajar (algunas de ellas han sido concentradas en la nueva sección Remitentes, formada por obras transportables o en formato vídeo). En esa representación extranjera también está la galería berlinesa Peres Projects, que presenta el trabajo de Manuel Solano, artista mexicano no binario al que el VIH dejó ciego, que pinta una sesión doméstica de pilates durante el último confinamiento.
El espacio de Max Estrella expone Concierto para el bioceno, el recital para plantas que orquestó Eugenio Ampudia en el Liceu barcelonés en pleno encierro colectivo, junto a un NFT de Daniel Canogar, uno de esos “activos digitales no fungibles” que se han convertido en el formato de moda en el mercado (se pueden ver, por lo menos, otros dos, en Baró y Àngels Barcelona). Mientras, la galería Luis Adelantado presenta una selección de arte del último año muy inscrita en el espacio doméstico. “Ha habido una tendencia al recogimiento, un trabajo sobre un tiempo libre que se volvió perpetuo y el uso de cualquier lugar disponible como improvisado taller de artista”, señala Laureano Núñez, de la sala valenciana. Abundan los ejemplos: de los guantes de látex tejidos en tela por Fuentesal y Arenillas a la elegía de Javi Cruz por un árbol plantado el año de su nacimiento, que sería talado durante el confinamiento. Por último, en el espacio de Heinrich Ehrhardt, Secundino Hernández presenta un lienzo lleno de brochazos de color casi expresionista, con el que parece volver a militar por la vida después de varios años de blancos y grises. Significativamente, se titula Un día más.
En el espacio de Juana de Aizpuru, la incombustible galerista que impulsó la creación de Arco hace 40 ediciones, una obra del portugués Pedro Cabrita Reis, especialmente realizada para la feria, remite a ese mismo imaginario: una puerta metálica destrozada, como si alguien la hubiera derribado a hachazos para escapar de su interior. De Aizpuru ocupa el mayor espacio de esta edición, con más de 200 metros cuadrados, si se suma a su holgado puesto una nueva tienda y un espacio de almacenaje. “Arco está en peligro, así que aquí estoy yo para apoyarlo, aunque hubiera preferido evitar todo riesgo”, reconoce la galerista, que era partidaria de suspender esta edición extemporánea y esperar a la que tendrá lugar en 2022, en sus fechas tradicionales de febrero, y a la que se ha preferido aplazar las celebraciones del 40º aniversario.
De Aizpuru lamenta las bajas de algunas galerías españolas en esta edición (Projecte SD, Nogueras Blanchard o 1 Mira Madrid, entre otras), pero las entiende. El precio del metro cuadrado ha bajado un 30%, hasta los 300 euros, pero el coste sigue siendo inasumible para las salas que se arriesgan a desaparecer si no recuperan la inversión. “Hay que tener vocación y madera de héroe para hacer este trabajo en España. En lo económico, seguimos siendo muy endebles. Yo me he arriesgado a perder dinero, como todos los que hemos decidido venir”, recuerda De Aizpuru. Las ferias de arte fueron los titánicos portaaviones del crecimiento desmedido del arte contemporáneo en las últimas dos décadas. Ahora puede que sean el bote salvavidas con el que volver a alcanzar la tierra firme, siempre que uno sortee el peligro de hundirse en el océano.