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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Rock and roll en la plaza del pueblo

Una nueva serie televisiva actualiza el eterno “menosprecio de corte y alabanza de aldea"

Diego A. Manrique
María Hervás y Carlos Areces, en una imagen de 'El pueblo'.
María Hervás y Carlos Areces, en una imagen de 'El pueblo'.

La España vacía ya tiene su serie, nos dicen. El pueblo, disponible desde el pasado año en Amazon Prime Video, está siendo emitida en abierto por Telecinco. No esperen, sin embargo, encontrar aquí alegatos en contra del abandono de las zonas rurales. Los escasos nativos del ficticio pueblo soriano de Peñafría parecen resignados a su eventual evaporación, sin voluntad de señalar culpables ni urgencia por buscar posibles soluciones.

De la noche a la mañana, Peñafría multiplica su población con una docena de fugitivos de la ciudad, convocados por un par de hippies descerebrados, quizás los personajes más inverosímiles de una tropa heterogénea que engloba pijos, las víctimas de un desahucio, un rockero en busca de inspiración, una enferma terminal, un hipster de caricatura y la pareja atómica formada por el personaje de Carlos Areces, un corrupto empresario del ladrillo, y su acompañante, la trophy wife (ella se ve como “actriz polifacética”) encarnada gloriosamente por María Hervás.

Con capítulos extensos, entre los 60 y los 70 minutos, hay espacio para que fluyan las diferentes tramas. Solo ocasionalmente se cae en el humor de paletos, incluyendo una visita de los lugareños a Madrid. Un feo desliz que ocurre en la segunda temporada, cuando la serie de Alberto Caballero ya podía presumir de otorgar dignidad a los rústicos, todos formidablemente interpretados, y se permite romper estereotipos al retratar a la venerable madre del alcalde como una víbora codiciosa.

En cuanto a los citadinos, enigmático resulta Echegui, antiguo cantante de un grupo de rock urbano denominado Los Apestados. Atribuimos su mecha corta al hecho de que acaba de desintoxicarse, aunque no accedemos a la historia completa hasta el final de la primera temporada, cuando el promotor inmobiliario intenta montar un festival, Rock in Peñafría, donde encabezan el cartel Jaime Urrutia, Loquillo y Enrique Bunbury.

Debo advertir que El pueblo cojea en lo musical. Se ha racaneado en el score, apenas hay música diegética y choca que los resucitados Apestados hagan una versión rock de “Un pueblo es”, el aviso sobre los peligros de la democracia representativa que María Ostiz publicó en 1977. En circunstancias similares, cualquier grupo nacional habría salido del paso tocando el hedonista Rock & roll en la plaza del pueblo, de Tequila.

En Peñafría no llega a materializarse la ecoaldea prometida pero toda la población vive un año vertiginoso, con el festival, las elecciones municipales, el establecimiento de un campamento de verano para niños obesos, la aparición de un improbable gurú etc. Algunos han querido ver allí un homenaje al mundo rural imaginado por José Luis Cuerda. Y no: piensen simplemente en una comedia de situación que huye de lo previsible (y plantea incluso la eutanasia). Sorprende que no es poco.

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