‘Rockdelux’: agua, tocado, hundido
El cierre de la revista también se explica por el desplazamiento del negocio musical hacia los festivales
Hace una semana, se anunció la clausura de quizás la revista de música pop más prestigiosa del país. Entre lo que se intuye sobre la coyuntura empresarial y lo que sabemos de las circunstancias personales de los responsables, debemos creer que esto va en serio. Que no habrá resurrección de Rockdelux en el futuro. Cierto que siguen activos a través de las redes, añadiendo noticias, pero una de las particularidades del Rockdelux digital era su escaso atractivo, seguramente fruto de una (noble) apuesta por su versión papel.
‘Rockdelux’, con sus virtudes y carencias, resultaba esencial para nuestro ecosistema musical. No busquemos causas, son evidentes
Su número final, ya estarán al tanto, ofrece sugerencias de consumo cultural para la cuarentena. Atención: no se informó a los cincuenta colaboradores de que estaban redactando lo que efectivamente sería el epílogo de la publicación. Todos los copartícipes asumían que pintaban bastos en las cuentas pero humana tendencia es confiar en una resolución optimista. Además, Santi Carrillo, cara visible de la revista, a finales de 2019 todavía proclamaba una (increíble) tirada de 30.000 ejemplares.
En lo inmediato ¿qué nos vamos a perder? Repaso el número de junio de 2019. Se abre con una sonrojante editorial, a modo de lametón, sobre la decisión del Primavera Sound de organizar un cartel paritario. Cabe imaginar que el nonato RDL de junio de 2020 se felicitaría de que el Primavera hubiera abierto sus grandes escenarios a personajes tipo C. Tangana o Bad Bunny, en aras de lo que el pasado año denominaban, ay, “la nueva normalidad”.
En sus orígenes –octubre de 1974- la revista Vibraciones, madre o abuela de Rockdelux, se apoyaba en la industria discográfica: ocho de los trece anuncios del primer número de Vibraciones publicitaban nuevos lanzamientos. En el citado Rockdelux de junio de 2019 solo hay media página. La publicidad de festivales y giras batía por goleada -13 a 7- al resto de los anunciantes. ¿Eso importa? Desde luego: los mensajes del negocio del directo se habrían evaporado en el hipotético RDL del próximo junio. Sin olvidar que los festivales son anunciantes exigentes: por allí pululan verdaderos Mussolinis, brutales y caprichosos.
Llegamos al asunto del talante. La salida de Rockdelux supuso la vuelta del poder de decisión a la redacción de Barcelona: durante la primera mitad de los ochenta, Vibraciones –y su continuación, Rock Espezial- se había abierto a su segundo núcleo de colaboradores, en Madrid, lo cual supuso, a mi entender, una mayor amplitud de miras.
Con la consolidación de Rockdelux en los noventa, el encastillamiento de sus directores barceloneses se hizo muy enojoso. Se les atragantaba el mainstream, especialmente el español, mientras apostaban por un indie anémico o un rap directamente ininteligible en nuestras latitudes. Ese seguidismo de tendencias internacionales (“de vanguardia”, era imprescindible añadir) se complicaba con una voluntad imperial. Solía coincidir con Santi Carrillo en debates y seminarios, donde se deleitaba en lanzar puyas contra El País de las Tentaciones y Radio 3. Más cansado que otra cosa, terminaba respondiéndole: “no somos el enemigo, Santi”.
Bueno, todos pasamos por temporadas tontas. Hoy comprendo que Rockdelux, con sus virtudes y carencias, resultaba esencial para nuestro ecosistema musical. No busquemos causas, son evidentes. Igual que nuestra creciente soledad cómo melómanos.
Babelia
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