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El adiós a Luis Sepúlveda: no solo había que leerlo, también querías invitarlo a cenar a tu casa

Santiago Gamboa, amigo, colega y admirador del escritor chileno, que ha fallecido a los 70 años, lo despide con anécdotas que compartieron

El escritor chileno Luis Sepúlveda.
El escritor chileno Luis Sepúlveda.DANIEL MORDZINSKI

El 4 de octubre de 1996, hacia las siete de la noche, el Teatro Politeama de Trieste presentaba un evento extraordinario: era el regreso de Vittorio Gassman a los escenarios después de una larga depresión que lo mantuvo varios años alejado de las tablas. Esa noche, en el estreno, declamaría una docena de célebres monólogos, entre ellos uno pedido especialmente por Gassman y escrito para la ocasión por Luis Sepúlveda (que ha muerto con coronavirus este jueves, 16 de abril, a los 70 años). Por este motivo, el Politeama lo invitó a él y a cinco de sus amigos a asistir al estreno: los escritores José Manuel Fajardo y Antonio Sarabia, el fotógrafo Daniel Mordzinski, su editor italiano Luigi Brioschi, y yo, en quinto lugar, el más joven e inexperto.

En esos años, tras la publicación de El viejo que leía novelas de amor, Patagonia Express, Nombre de torero y Mundo del fin del mundo, Luis era el escritor latinoamericano más leído en Europa, con millones de ejemplares en todos los idiomas, un éxito literario al que vino a sumarse su carismática personalidad y su buen humor, que hacía que todos sus lectores quisieran no solo leerlo, sino tenerlo de invitado para la cena en su casa, cada día de su vida.

La de Trieste fue una velada apoteósica, pues, además, el teatro y Gassman eligieron que el estreno fuera el 4 de octubre para coincidir con el cumpleaños de Luis. Por eso, antes de comenzar, un reflector lo iluminó y el público, en pie, le ofreció una estruendosa ovación y le cantó Cumpleaños feliz.

La de Trieste fue una velada apoteósica, pues, además, el teatro y Gassman eligieron que el estreno fuera el 4 de octubre para coincidir con el cumpleaños de Luis

Su impresionante éxito había empezado en Francia un poco antes, cuando la editora Anne Marie Métailie, dueña de Editions Métailie, decidió apostar por la novela de un chileno desconocido que había ganado en España el premio Tigre Juan, en 1988, pero que se editó en 1990 sin mayor fortuna.

La edición francesa de El viejo que leía novelas de amor salió en 1992 y desde el primer día comenzó a leerse de forma frenética. Muy pronto se convirtió en el número uno en ventas. Al año siguiente, 1993, el editor italiano Luigi Brioschi lo publicó en la editorial Guanda y el éxito se repitió, mientras que la nueva edición española de Tusquets subía en las listas de best sellers. Luego vino Portugal, con el editor Manuel Valente, de Asa, y a partir de ahí el resto de Europa. Eran los años noventa y un autor proveniente de América Latina volvía a dominar la escena con millones de lectores.

En esos años Luis vivió una especie de boom latinoamericano para él solo, que de inmediato quiso compartir con colegas y amigos. Mis primeras traducciones y el acceso directo a sus editores fue una prueba de su oceánica generosidad. Y como yo, muchos otros novelistas vieron aparecer sus libros prologados por él o en colecciones dirigidas por él, caso de José Manuel Fajardo, Hernán Rivera Letelier o Antonio Sarabia, entre muchos. También se unió a escritores con un recorrido en paralelo, como Paco Ignacio Taibo II o Leonardo Padura, poniendo siempre su enorme celebridad al servicio de todos.

Fue una hermosa época, intensa y jovial, en la que Lucho animó y promovió una literatura comprometida con las sociedades y el medio ambiente, con la alegría y la justicia

Esa noche, en Trieste, después de la obra, celebrando su cumpleaños en una cena en la que todos estábamos de smoking excepto Gassman (y, por eso mismo, todos parecíamos los guardaespaldas de Gassman), Luis, o Lucho, como le dijimos siempre, hizo un brindis en el que dictaminó que para él la amistad y la literatura eran una misma cosa, las dos caras de una misma luna, y lo siguió diciendo más tarde en el hotel, cuando, al ver que los bares de Trieste no tenían costumbres latinoamericanas y cerraban temprano debimos reunirnos en uno de los cuartos y traer cada uno el contenido completo de su respectivo minibar (idea del embajador de Chile, que vino al evento), y una vez más brindar por tantos libros leídos y queridos.

Fue una hermosa época, intensa y jovial, en la que Lucho animó y promovió una literatura comprometida con las sociedades y el medio ambiente, con la alegría y la justicia, con los derechos humanos, el amor y la libertad. Una época de vino y rosas en la que fueron piezas clave sus editores de Francia, Italia, Portugal y España, y sobre todo su esposa, Carmen Yáñez, poeta y luchadora por los derechos humanos.

Su libro Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, que también tuvo millones de lectores y una adaptación al cine, contiene un episodio que, para mí, retrata de cuerpo entero al Lucho que conocí y que tanto quise: cuando la pequeña gaviota del puerto de Hamburgo descubre que no es un gato, cree que los demás gatos del puerto la menosprecian por no ser como ellos. Pero el gato jefe, el que más adelante le enseñará a volar, le dice: “Es exactamente al revés: es por ser diferente a nosotros que te queremos tanto”.

Lucho fue un escritor tocado por la fortuna, y un amigo excepcional, diferente a todos. Y es tal vez por eso que lo queríamos tanto. Hasta la eternidad.

Santiago Gamboa (Colombia, Bogotá, 1965) es escritor, filólogo y periodista.

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