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Rosalía
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Poderosa, carnal, moderna

Es la nueva alma de un país que se niega a ser rancio, antiguo y apergaminado. Rosalía, con altura en un concierto que no se olvidará

Rosalia en su concierto en Barcelona, este sábado.Vídeo: M. Minocri | EFE

Dijo Barcelona y el Sant Jordi bramó, 15.000 gargantas lo hicieron al unísono poniendo fin a la espera que en algunos casos superaba las siete horas. Pero ya nada importaba, allí estaba y Pienso en tu mirá abría el concierto de Rosalía. Increíble, una multitud coreando unas bulerías por soleá, y ella, emocionada, lloraba tapándose la cara con esas manos alargadas por uñas sin fin. De rojo, ceñida en un body que dejaba a la vista sus piernas, engastadas en medias, entre las cuales pendía el largo cinturón negro que abrazaba sus caderas. El rojo, el color de la confianza para una mujer de tronío que, con su sola presencia, ya en esos primeros momentos de espectáculo, llenaba el escenario. A palé resonaba en segundo lugar y los bajos retumbantes recordaban que sí, que Rosalía es un hoy que tiene sabor a tradición, estirpe y verdad.

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Escenario diáfano, como quitando objetos que impidiesen verla, centrada, envuelta por seis bailarinas, dos palmeros, de rojo, dos coristas, de negro, y un solo músico, El Guincho, hoy no hace falta más para desplegar un sonido lleno. Tras hacer una demostración de voz con De madrugá, solicitó la reina que los móviles se dejasen ver, y una escarcha de luz blanca cubrió las gradas como si una repentina helada hubiese caído del cielo. Una guitarra sampleada por bulerías, sí, bulerías sampleadas, inició Que no salga la luna, una de las canciones del segundo disco, columna vertebral de un concierto en el que no todos los temas han visto la luz, caso De madrugá, porque hoy las canciones mandan por derecho, algo que parece moderno pero que en realidad retrotrae a los inicios del pop y del rock, cuando los elepés solo recopilaban sencillos previamente editados. Canciones, canciones como Maldición, quejío flamenco con todo el escenario rosa y la melena de la cantaora suelta, movida por el aire, como una sirena engastada en brillos que refulgían desde las orejas, los dedos y la dentadura.

Pero esta reina, sirena, faraona y diva es de carne y hueso. Y de la calle, del barrio. Dijo que el flamenco le gusta “más que la pizza” y por ello quiso recuperar Catalina, una pieza popular, unos tangos que se hunden en la memoria del siglo pasado que grabó en su primer disco con Refree y que cantó a capela en una interpretación escalofriante que enmudeció a la multitud. Poco más o menos como ocurrió después con Aunque es de noche, donde su voz volvió a reinar, flamenca, clara, poderosa. No en vano dicen que cuando Pepe Habichuela la oyó cantar dijo que lo hacía como una vieja. Una vieja de voz joven capaz de traer la tradición al mundo digital sin que pierda fuste y sentido, mezclándola con otros sonidos sin olvidar ni tan siquiera a Las Grecas, de quien hizo su particular versión del Te estoy amando locamente.

Y ese ir y venir de un lado a otro estando siempre en el suyo, ese vivir en flamenco, sin olvidar la electrónica o el reguetón hacen de Rosalía lo que es, un reflejo de nuestros tiempos, una muestra de permeabilidad desprejuiciada propia de las redes sociales y de un nuevo mundo en el que ella impone el respeto a las tradiciones, sean de aquí o de allí, todas al final nuestras, de pálpito latino. Y pensar que los hubo que criticaron su catalán callejero cuando está llevando la rumba catalana al mundo con un Millonaria que esparció alegría por el Sant Jordi como si ella misma fuese una cornucopia.

Rosalía, en un momento del concierto.
Rosalía, en un momento del concierto.Massimiliano Minocri

Sus éxitos más bailables presidieron la parte final de un concierto en el que ni se cambió de ropa, solo se puso unas gafas negras en Brillo. No hizo falta más. Sonaron Con altura, Aute cuture y cerró con Malamente, que quiso cantase el Sant Jordi en pleno, aunque de todas las maneras lo hubiese hecho por derecho, porque sí, porque ya es una canción cuyo impacto no se olvidará. El mismo impacto que ha tenido la propia Rosalía, una artista que tiene voz, un carisma oceánico y dominador, canciones que le nacen como un simple deseo e intención para llevarlas donde desea. Es la nueva alma de un país que se niega a ser rancio, antiguo y apergaminado. Rosalía, con altura en un concierto que no se olvidará.

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