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Santa Rita Rita | 2
Columna
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El negociador

El Guapo hace honor a su nombre y el problema que tiene con El Coletas es grave

Fernando Vicente
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Santa Rita Rita, lo que se da no se quita. Al habla Judas Tadeo otra vez. Que, por si no te acuerdas, es el Santo imbécil con el que te casaste. ¿Qué está pasando, Rita? ¿Dónde leches te has metido? Hace una semana que traté de comunicarme contigo por última vez y aún no sé nada de ti. Ni un mensaje en el contestador telepático, ni una visión inspirada por el Espíritu Santo, ni siquiera un triste post-it en la habitación del hotel, que ya me dirás si te costaba algún trabajo pegarles un telefonazo para que me dejasen recado. Nada de nada. ¿De verdad me merezco este abandono después de más de 10 siglos de fidelidad? Yo creo que no, mi amor. Pero no te preocupes: tu marido es un Santo dadivoso y comprensivo con los problemas femeninos. Un feminista, me atrevería a decir (si el Altísimo me perdona). Puedo entender que las hormonas os jueguen malas pasadas en esos días del mes hasta a las más devotas y que antes que Santa eres una mujer. Guapísima, por otro lado, y de las que ya no quedan: no hay angelillos en el Paraíso más limpios ni mejor criados que los nuestros. Así que no tengas miedo de volver, cariño, que cuando regreses haré como si nada hubiera sucedido: no hace falta que me lo agradezcas.

Eso sí, mejor espérame en casa, porque venir a buscarme sería una odisea innecesaria. No es que dude de tus capacidades indagatorias, Rita, compréndeme, pero esto de retrasar el Apocalipsis me tiene de acá para allá: cuando no es un terremoto en Japón es una alta traición en Pernambuco, pero esta gentuza, por hache o por be, anda siempre al borde del colapso. Hace apenas unas horas, sin ir más lejos, estaba en España, pero ahora te hablo desde China. Ya sé que no debería abusar del teletransporte, pero qué quieres, el otro día intenté llegar a Barajas y, entre los retrasos causados por las tormentas, la huelga de controladores y un señor muy agradable que me desplumó, no hubo manera. Menos mal que el jefe de esta región, más conocido como El Guapo, es un hombre de recursos y vino en persona a buscarme en su avión privado. La verdad es que El Guapo hace honor a su nombre, el tío, pero es un pelín terco. Y no es por dármelas de psicólogo, pero está claro que el problema que tiene con el sujeto conocido como El Coletas es lo suficientemente grave como para intervenir desde sus Altísimas Esferas.

Yo traté de mantenerme al margen de sus cuitas personales, pero en la reunión me comentó que la partida económica específica destinada a retrasar el Acabose tiene que aprobarse en los nuevos Presupuestos Generales del Estado, y que si ese tal Coletas no quiere, por mucho que él trate de revertir la Herencia Recibida —esto no sé muy bien lo que es, bombón, la experta en economía siempre fuiste tú, pero por cómo hablaba parece algo terrible—, lo tiene crudo. Dado que soy un Santo ecuánime, acudí de inmediato a una entrevista con El Coletas en una casa que tiene a las afueras: una cucada. Me citó allí porque el pobre tiene un montón de chiquillos y, como es un moderno de esos que quiere criarlos a medias con su mujer, pues claro, no da abasto. En cualquier caso, creo que le he caído gordo: no sé qué me contó de que atentaba contra sus principios dar crédito a una Organización —a saber, la Santa Madre— cuyo objetivo último es la alienación del ser humano y la disminución de su capacidad revolucionaria. Yo no entendí muy bien lo que me dijo, la verdad, ni tampoco sé qué tiene que ver el tocino con la velocidad, pero te juro, corazón, que a los mellizos les brillaban los ojos cuando convertí el agua en Fanta Limón.

En esas estaba, haciéndoles cucamonas a los críos, cuando me llegó un aviso del Mandamás: que me fuese directo para Pekín. Resulta, Rita, que el señor del tupé se dedica a sembrar el caos con un pájaro azul que tiene. El Tuip, se llama, o algo así me explicó el jefe. Pues le ha debido gastar una broma al presidente chino que por lo visto le ha sentado fatal. Total, que el chino se pilló un cabreo de muy señor mío y decidió depreciar su moneda, es decir, llevarse el balón y no dejar jugar a los otros niños. Y allá me fui yo, a tratar de negociar con él, porque el yanki ya sabes que es Su Bajísima Malignidad in person y ahí no hay nada que rascar. Reconozco que en este caso te habrías defendido tú mejor que yo, querida: tus conocimientos de mandarín me habrían resultado de gran utilidad. Por mi parte, entre que no entendía ni papa y que el tipo tenía sobre la mesa un botón rojo sospechoso, di la reunión por terminada enseguida. Fracasé, Rita, y el Altísimo me odia por ello: parece que a Su Malignidad se le ha caído una bolsa de dinero en Wall Street por mi culpa y ahora está que trina. No me hagas esto tú también, cielo: estoy de capa caída y, por si fuera poco, mi mujer no me habla. En fin, ante tu silencio sólo me queda esperar. Me habrás notado más frío que de costumbre: estoy dolido, pero también dispuesto a perdonarte si vuelves a mi lado. Soy tuyo y tú eres mía, y Santa Rita Rita, lo que se da no se quita.

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