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Comisario y violador en serie

Mohamed Mustafá Tabit filmó en un apartamento de Casablanca sus agresiones sexuales a 518 mujeres. En 1993 fue condenado a muerte y fusilado

Francisco Peregil
El comisario Tabit, custodiado por la policía de Marruecos, en 1993. Es la única imagen suya que apareció en los medios de comunicación.
El comisario Tabit, custodiado por la policía de Marruecos, en 1993. Es la única imagen suya que apareció en los medios de comunicación.DR

Casi todo el mundo en Marruecos sabe quién era el comisario Tabit. Cada vez que un tribunal pronuncia alguna sentencia de pena de muerte, como sucedió en julio con los tres islamistas que degollaron a dos turistas escandinavas, siempre se recuerda que la última vez en que se aplicó esa condena en el país fue para ejecutar a Mohamed Mustafá Tabit. Fue fusilado amarrado a un poste el 5 de septiembre de 1993, en un bosque situado en las afueras de Kenitra, a media hora en coche desde Rabat.

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Tabit había violado en el mismo lecho a una mujer, a su hija y a su nieta adolescente mientras filmaba el crimen con una cámara oculta. Y eso mismo hizo con varios cientos de mujeres más, según dejó establecido la investigación. Pero tan abominable como Tabit parece la maquinaria del Estado que lo protegió durante años, se valió de sus servicios y mandó matarlo antes de que hablara demasiado.

Aziz Rhali, presidente de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), la ONG de mayor implantación en el país, cree que el juicio fue expeditivo y sin las mínimas garantías legales. “En aquella época, había más gente que llevaba mucho más tiempo condenada a pena de muerte. Sin embargo, mataron a Tabit porque interesaba matarle, para que no hablase”, recuerda.

Tabit era un piadoso padre de familia, de 54 años, casado en segundas nupcias y con cinco hijos. Provenía del Marruecos profundo, de la ciudad de Beni Melal, en el centro geográfico de la nación. En 1970, cuando era un joven profesor de árabe, un mando policial se encaprichó de su esposa y a él lo envió a la cárcel con el pretexto de que había insultado a las instituciones sagradas del reino. Al salir, Tabit cayó en depresiones y precisó asistencia psiquiátrica. Abandonó a su mujer, se marchó del colegio y de la ciudad y opositó para agente en 1974. En Casablanca comenzaría otra vida con una nueva esposa y como violador en serie.

El comisario no fumaba, no bebía, había peregrinado varias veces a La Meca, rezaba sus cinco oraciones al día y solía acudir cada viernes a la mezquita. También dedicaba mucho tiempo a acechar a niñas y mujeres en los colegios, universidades y grandes avenidas. Las introducía en su coche, por las buenas o por las malas, y las llevaba a un apartamento alquilado en el número 36 de la avenida de Abdellah Ben Yassine. Allí había dispuesto varias cámaras y micrófonos para poder filmar las agresiones desde distintos ángulos. Tenía además contratados los servicios de un ginecólogo que practicaba abortos y reparaciones de himen.

Tabit colaboraba con los servicios secretos del Estado, pero con el tiempo se volvió incontrolable y hay quienes sospechan que debió de mercadear con sus cintas en redes internacionales de pornografía. En 1990, una mujer de 26 años lo denunció por violación, aunque la denuncia quedó enterrada. Al agresor lo amparaba el hecho de que sabía demasiado sobre demasiada gente. Pero el tufo de sus fechorías se iba haciendo insoportable.

En el verano de 1992, en un barrio de Milán, un ítalomarroquí de nombre Said se dispone a ver una cinta pornográfica con varios compatriotas, según informó en 2007 el semanario Tel Quel. De repente, Said descubre que una de las mujeres que aparecen en la grabación es su hermana. Al día siguiente se presenta en Casablanca. Y se entera de que un año antes, su hermana, de 18 años, conoció a un tal Haj mientras esperaba en la parada de un autobús. Con el testimonio de la joven acude a la embajada de Italia y denuncia el caso. La representación diplomática lo pone en conocimiento del primer ministro, que a su vez informa al rey Hassan II, y encarga una investigación a la Gendarmería Real, entonces dirigida por Husni Bensliman.

La versión del ítalomarroquí no excluye otra que fue publicada por todos los medios del país: el comisario Tabit secuestró y violó el 2 de febrero de 1993 a dos universitarias que lo denunciaron al día siguiente. Esta vez la denuncia prosperó y llegó hasta la Gendarmería, un cuerpo de seguridad que, sin avisar a la policía, registró el piso alquilado de Tabit. Y descubrió 118 vídeos con las filmaciones de 518 mujeres, entre ellas 20 menores. No fue un trago fácil revisar el contenido de aquellas cintas. “Lo más duro a veces eran las palabras, los diálogos. Haj podía insultar, golpear, reunir a dos hermanas, a una madre y a una hija, en la misma cama y pasar alegremente de una a la otra”, relató un testigo a la revista Tel Quel.

Personajes poderosos

Además de violaciones, las cintas incluían escenas pornográficas con actores aficionados. Y en algunas de ellas aparecían personajes poderosos. Tabit reunió a todas esas personalidades en la famosa cinta número 32. La misma que se tragó el monstruo del Estado: desapareció en pleno juicio.

El acta de acusación contra Tabit, sin embargo, fue distribuida a todos los medios: “Cosa extraña, inhabitual en un país donde el periodista sufre un problema cotidiano de falta de información”, recordaba el año pasado un redactor del diario marroquí Libération a la revista Zamane.

El juicio se abrió el 18 de febrero de 1993. Todo Marruecos estaba pendiente. Su abogado defensor le preguntó por el tamaño de su falo. Intentaba demostrar que no había podido practicar sexo con 500 mujeres en tres años. El juicio duró 25 días, en pleno Ramadán, y la sentencia se dictó el 15 de marzo. La justicia fue acusada de querer sofocar el escándalo lo antes posible.

Los testimonios de la época aseguran que Tabit fue torturado y obligado a callar. La prensa no estaba acostumbrada a plantear preguntas incómodas en el reinado de Hassan II. Y nadie parecía molesto con que fuese fusilado deprisa y corriendo. Tabit era la representación del abuso del poder y de la autoridad. Su inmediato superior fue condenado a cadena perpetua y una treintena de personas recibieron condenas de hasta 10 años.

El Estado no le permitió ver a su familia antes de la ejecución, pero le concedió otros privilegios: en la única fotografía suya que publicaron los medios de comunicación del país —la que encabeza este reportaje— no se aprecia bien su rostro. Aparece detenido entre varios agentes y con la barbilla pegada al pecho. Solo se distingue su cabeza medio calva y la nariz que sostiene sus gafas. Llevaba las manos metidas en el abrigo, sin esposas.

Las últimas palabras que se le atribuyen antes de ser fusilado son estas: “Yo soy condenado por algo que todo el mundo hace, pero los que han sido condenados conmigo no tienen nada que ver con esta historia”. Para creer en esa frase, en la que exime al resto de la maquinaria estatal, habría que creer también a las fuentes oficiales que la difundieron. La familia no fue autorizada a ver sus restos.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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