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TRIBUNA LIBRE
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Recuerda

En las calles de Europa vuelve la intolerancia y han asesinado de nuevo. Asesinaron en Francia a una anciana superviviente

Una mujer muestra un cartel que reza
Una mujer muestra un cartel que reza THIBAULT CAMUS (AP)

"Sudáfrica negó la entrada a judíos para evitar el antisemitismo que ellos despreciaban” (Amos Oz).

Hay relatos que advierten del futuro, aunque traten del pasado.

En la serie El hombre en el castillo, basada en la novela de Philip K. Dick, hay una revelación en dos escenas simultáneas. Por un lado, los nazis, vencedores en la ficción de la Segunda Guerra Mundial, quieren imponer el año cero: acabar con el pasado, con la identidad de los vencidos, traer un nuevo (no tan nuevo) orden infernal. Por otro, disidentes, judíos clandestinos, ocultos, como durante la Inquisición española, como en la Segunda Guerra Mundial, vinculándose con el pacto en secreto. Mientras los nazis fríamente derrumban las señales de la libertad, los judíos ocultos festejan una Bar Mitzva. Frente a la obligación de olvidar, el deseo de pertenecer. Los nazis quieren la aniquilación de la memoria; los otros rezan el Shema Israel. Memoria frente a olvido. Responsabilidad frente a sumisión. Confieso que, emocionada por la escena, se me reveló nuestro perturbador presente.

La escena me recordó algo que había leído hacía tiempo. Durante los años oscuros de la Alemania nazi, una condesa escondió a unos alemanes judíos en su casa. Un día, sobresaltada, escuchó sus voces orando: Shema Israel. También recordé que tras el atentado terrorista que sufrió la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en Buenos Aires en 1994 (85 asesinados y 300 heridos), un amigo argentino judío y juez hizo la Bar Mitzva que no había celebrado a su tiempo. ¿Qué impulsa a la actualización del pasado? En peligro, escondidos, como en El hombre en el castillo, en la Alemania nazi, en la Irak de Sadam, frente al odio populista, la resistencia de la pertenencia. Quizá es esa voluntad lo que no soportan los líderes carismáticos que atacan la libertad y necesitan culpables. “El populismo fustiga por sistema al enemigo exterior porque necesita chivos expiatorios” (Enrique Krauze).

Hay un momento en las generaciones que nacimos después de la Shoah en el que descubrimos el Crimen. Cada niño judío sabe entonces de qué lado hubiera estado, salvado o no, pero judío. Pero estas generaciones, como Finkielkraut señala, vivimos en la satisfacción de la paz del después. Todo ya había pasado y el destrozo era tal que no había duda. Judíos imaginarios vivíamos la trascendencia de la víctima, con la convicción de que ya nada de eso era posible. “Todos somos judíos”, gritaron en el 68 en París. La misma Europa que quiso ignorar, colaborando, persiguiendo, ahora se volcaba con la memoria, con museos, con celebraciones: todos judíos. Ninguno el perseguidor, el vecino o el sacerdote delator. Todos héroes: la niñera que salva al niño que cuida, o Janusz Korczak, quien acompaña a sus alumnos a Treblinka. Todos ayudaron poniendo en peligro sus vidas. Aunque descubríamos nuevas formas de antisemitismo, nos creíamos a salvo. Era muy seguro recordar con la convicción de que ya nunca volvería a pasar. Imposible. En la distopía de Hugo Bettauer, que se adelantó a la tragedia en La ciudad sin judíos, volvían vivos a sus hogares intactos. “Mi amado judío”. Y lo creímos.

Pero en las calles de Europa vuelve la intolerancia y han asesinado de nuevo también a judíos por serlo. Asesinaron en Francia recientemente a una anciana superviviente. ¿No es increíble? Sí. Ya no nos sentimos tan seguros. ¿En qué han fracasado los proyectos educativos? A quien piense: “No van por mí”, recuerde que somos únicamente los primeros. El antisemitismo, la xenofobia, la homofobia es una medida de la salud de una sociedad. Mihail Sebastian, preocupado por el antisemitismo en Rumania, reproduce en Desde hace dos mil años la conversación con su amigo Mircea Vieru, que dice: “Hay un problema judío y es menester resolverlo. Yo no soy antisemita. Pero soy rumano, ¿te sorprende?”. A lo que Mihail le responde: “No. Me deprimes. Conozco dos clases de antisemitas. Los antisemitas lisa y llanamente, y con argumentos. Con los primeros me puedo entender. Sin embargo, con los otros es difícil”. El amigo entonces le pregunta si es porque es difícil rebatirlos, Mihail responde: “No. Porque es inútil”.

Fue posible por la red de mentiras. No es nuevo, fake news desde el origen. Por un odio endémico. Por el sonambulismo frente a líderes carismáticos negativos. Porque la gente normal no hizo nada. Quizá es cierto, es inútil convencer, ¿vuelven nazis de la otra realidad simultánea? Confieso que tengo miedo, no sé qué decir a mis hijos. Mi hija, al leer a una superviviente, comentó que era útil, que así aprendería cómo tendría que pensar si vuelve a pasar. Yo aterrada le dije que mejor irse a tiempo. Pero ¿cuándo hay que irse? Quizá estemos a tiempo, no seamos verdugos voluntarios. Lo cierto es que la literatura nos abre los ojos, y a pesar de todo, aún confío, quien quiso pudo. “Que venga sobre nosotros la culpa de todas las señales de peligro” (Paul Celan).

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